Dediqué el domingo principalmente a hacerme la idea de lo
que sería la semana. Cuanto más lo pensaba, más me desagradaba la idea, pero
era consciente de que no había mucho que pudiera hacer. No era como si aquella
noción lo hiciera menos fastidioso. Si mi humor había sido un desastre el día
anterior, estando sólo a horas de tener que poner en escena una fachada que no
me complacía en absoluto estaba segura que podría comerme vivo al primero que
se cruzara en mi camino. Y Jeremiah estaba ganándose el primer puesto, con una
absurda ventaja.
—No me gusta el uniforme —comentó el lunes, sentándose
frente a mí en la isla de la cocina—. Odio usar corbata. Y los zapatos son
incómodos.
Me limité a mirarlo en silencio mientras él intentaba
hacerse el nudo, sin verdadero éxito. Por lo menos él no tenía que usar una
falda.
Mordisqué un trozo de pan en silencio y me serví un
puñado de cereales en un tazón con leche. Me dolía un poco el estómago, y
estaba segura que las causas eran diversas. Estaba ansiosa. La misión en
general me tenía con los nervios de punta, y el giro que habían dado las cosas
no era el mejor. No estar en mi elemento era puntualmente lo que me sacaba de
quicio. Cualquier entrenamiento o campo de batalla sería mejor que los
corredores de un instituto y un curso lleno de seniors.
La noche anterior me había dado cuenta que no había nada
que tuviera que preparar. El uniforme estaba planchado y perfectamente
acomodado en el guardarropa, los lustrosos zapatos negros se encontraban con el
resto del calzado, un bolso de cuero descansaba entre mis cosas con un par de
cuadernos y bolígrafos… Me alegraba no tener que revivir los preparativos al
primer día de clases. Con tener que presenciarlo otra vez me bastaba. Y nada
menos que el doceavo grado. Perfecto.
Dejando el desayuno a medio acabar, me puse de pie cuando
el reloj de la cocina dio las siete y cuarto de la mañana. Jeremiah se levantó
también de su puesto y se dirigió a la sala con una expresión abatida. Cogí mi bolso,
que había tirado sobre el sofá cuando había pasado hacia la cocina. Dentro de
él aventé el BlackBerry, metiendo la radio del Consejo en un pequeño bolsillo
con cierre.
—¿Estás listo?
Jeremiah asintió distraídamente en mi dirección, aunque
sus ojos se encontraban fijos en el espejo detrás de la mesa, mientras sus
manos aún luchaban para anudar la corbata adecuadamente. Rodando los ojos, dejé
que hiciera lo suyo y cogí mi copia de las llaves del apartamento, junto con
las del carro. No podíamos darnos el lujo de llegar tarde el primer día, mucho
menos por un nudo mal hecho.
Mi compañero me alcanzó antes que el ascensor se cerrara.
Pulsé ausentemente el botón que llevaba al subsuelo, con cierta molestia ante
la perspectiva de tener que manejar por las calles de Manhattan. La ciudad era
otro de los ingredientes para los que me había preparado, pero dentro de los
cuales jamás me sentiría cómoda.
Había sólo dos hombres en el estacionamiento: uno estaba
alcanzando su vehículo, un BMW negro aparcado a unos cuantos metros de la
entrada. Mis ojos, sin embargo, se detuvieron en el segundo, que tenía una mata
de cabello castaño peinado hacia atrás y una sonrisa que era fácil de
reconocer.
—¿Jackson?
Él se acercó a nosotros, aún con aquella expresión
risueña sobre su rostro. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, lo suficiente
para que lo oyéramos susurrar:
—Desde ahora soy Jude. —Parecía divertido ante la
perspectiva de ser llamado así. A decir verdad, el mero hecho de estar allí
parecía tenerlo fascinado.
—¿Dónde está Brayden?
—Tenía reunirse con otros acompañantes enviados por el Consejo
—explicó, aun conservando el tono bajo—. Aparentemente hay algunos residiendo en
Queens y en Long Island.
Me quedé observándolo con un gesto ausente. No tenía idea
de cuántos grupos habían sido enviados a Nueva York, por lo menos no aquellos
que estaban fuera del alcance de mi percepción. Nuevamente sentí una punzada de
recelo al darme cuenta de lo poco que sabía. Era un pequeño objeto del Consejo,
un títere que habían depositado allí y que debía respetar órdenes. Y aquello,
de cualquier forma, era mejor que nada. No tenía muchas opciones si quería
estar involucrada en el asunto.
—¿Y tú por qué estás aquí?
Jackson echó a caminar y nosotros lo seguimos. Jeremiah
había desistido con el nudo de su corbata, que había quedado demasiado apretada
alrededor de su cuello. La perspectiva de utilizar aquello a mi favor estaba
resultando increíblemente tentadora.
—Pensé que podría serviros un chofer en vuestro primer
día.
Puse los ojos en blanco, aunque él sabía que no iba en
serio. No cabía dudas que, si había alguna posibilidad de hacernos las cosas
más fáciles, Jackson haría todo lo que estuviera a su alcance. Brayden no había
dudado ni un segundo en atarlo a él una vez que había descubierto la persona
leal y gentil que se ocultaba bajo esa sonrisa permanente. Yo misma me había
dado cuenta de ello también con el paso de los años.
Gracias al cielo, el Mustang del día anterior había sido
reemplazado por un sobrio Audi azul con techo y aire acondicionado. Jackson y
Jeremiah se habían montado rápidamente a la parte de adelante, dejándome en el
asiento trasero todo para mí. Acomodándome en el centro y cruzando los brazos
sobre mi pecho, me dispuse a disfrutar de los pocos minutos de tranquilidad que
tendría antes de pretender que realmente estaba allí para terminar mi último
año, con la vista quizás en alguna de las universidades locales. Siendo fiel al
plan del Consejo, aplicaría para Artes en Columbia. Mi abultado y falso
expediente me lo permitiría sin tener que hacer demasiados esfuerzos en el
último año, más que repasar el noventa por ciento de todo lo que había visto
hacía cuestión de dos años. No eran los estudios los que me preocupaban.
Tardamos alrededor de veinte minutos en hacer un
recorrido que fácilmente podríamos haber hecho a pie de no haber hecho un calor
tan desagradable. Para colmo, la puerta de entrada era un caos. Incluso a
varios metros de nuestro destino, podían verse los automóviles atiborrados en
la entrada y los jóvenes moviéndose en grupos alrededor del instituto.
El edificio del Trinity School era fiel a la fotografía
que nos había mostrado el miembro del Consejo. Era un edificio de ladrillo de
tres plantas, rodeado por una pretenciosa verja negra con detalles en color oro.
A pesar que la escuela orgullosamente anunciaba sus más de trecientos años, la
estructura lucía cuidada y con cierto aire moderno, incluso cuando el tipo de
construcción que desentonaba con los alrededores, con ese aire ambiguo que
poseía la ciudad. Ventanas espejadas se extendían en sentido vertical y los
tejados grisáceos eran acariciados perezosamente por la luz del sol.
Jackson tuvo que detener unos cuantos metros delante de
nuestro destino original, después de esquivar a una Toyota que había amenazado
con dejarnos una buena abolladura en la parte derecha del vehículo. Eché una
mirada indignada por sobre mi hombro.
—Odio la ciudad.
Nuestro conductor me dio otra de sus risueñas miradas por
el espejo retrovisor.
—Sabías que esta misión nos llevaría a la peor parte de Nueva
York.
Con un rápido sonido, las puertas quedaron destrabadas.
Mientras Jeremiah salía del auto, me tomé un buen tiempo para coger mi bolso y
demorar mi respuesta. Intenté presionar los recuerdos que revelaban las
verdaderas razones por las que me encontraba allí, soltando únicamente:
—Y tú sabes que no podía rechazarla.
Él se giró sólo lo suficiente como para darme una sonrisa
conciliadora.
—Entonces hagámoslo funcionar.
Bufé.
—¿Sabes también que odio tu optimismo, cierto?
Su sonrisa se extendió un poco más mientras asentía. No
era la primera vez que se lo decía, y estaba segura que tampoco sería la última.
—Gracias por el viaje.
Con un suspiro pesado, salí del automóvil. La acera se
sentía caliente bajo mi cuerpo y el ruido se había vuelto diez veces más
insufrible que dentro del coche. Unas cuantas decenas de muchachos uniformados
se movían frente a nosotros alimentando el bullicio con sus conversaciones, y
Jeremiah parecía muy entretenido analizando a la población femenina. Rodando
los ojos, lo cogí de la corbata y lo obligué a seguirme por el pequeño tramo
que nos separaba de la entrada del Trinity.
Pasamos la verja de la entrada rodeados de una buena
cantidad de muchachos y solté la corbata de la que había estado arrastrando a
Jeremiah. En la puerta, formada por un arco con vidrios espejados como los de
las ventanas, había un guardia de seguridad uniformado. Aunque resultaba algo
exagerado, la seriedad quedaba suprimida por el gesto de aburrimiento en el
rostro del hombre de treinta o treinta y cinco años de edad. No creía que
pudiera hacer mucho si algo pasaba en el establecimiento. No si tenía que ver
con las amenazas por las que yo estaba allí.
Los corredores del instituto eran amplios incluso para la
absurda cantidad de gente que iba y venía entre gritos y risas. Me llevé dos
dedos al puente de la nariz, rezando por no adquirir un dolor de cabeza crónico
por pasar allí más horas de lo saludable. No habían pasado ni cinco minutos, y
lo único que deseaba era salir de allí para no regresar. ¿De todos los lugares
en el mundo, por qué un instituto?
Eché un vistazo a mi reloj. Siete y cuarenta y dos.
—Tenemos un poco más de un cuarto de hora antes del
comienzo de clases —le dije a Jeremiah, que seguía observando todo con cierta
fascinación—. Vamos a buscar nuestros horarios.
Comenzamos a caminar por los corredores en silencio,
observando nuestro entorno. Había cierto patrón entre los alumnos del Trinity,
y no se debía sólo al uniforme común. Parecía como si el poder adquisitivo
flotara por el aire, como si la atmósfera se encontrara cargada de algo
desdeñoso y falso. Los tonos de voz, las risas escandalosas o las pretensiones
materializadas en teléfonos móviles costosos o accesorios que destacaban a
simple vista eran condimentos regulares. Había una atmósfera de exceso y
frivolidad que me erizaba el vello de la nuca. No me gustaba aquel sitio.
No me sorprendió que nos demoráramos unos buenos diez
minutos en hallar el departamento de alumnos. Una mujer delgada, con el cabello
castaño recogido y los ojos oscuros ocultos tras finas gafas nos recibió con un
saludo monótono. Había sólo un muchacho más hablando con ella, que cogió su
horario y salió disparado por la puerta doble que separaba la habitación de los
corredores. Nosotros fuimos los siguientes en acercarnos a la ventanilla. Sus
pequeños ojos nos estudiaron por unos segundos, antes de preguntar:
—¿Nombres?
Cinco minutos después y sin eventos relevantes, los dos
nos encontrábamos con nuestros horarios y poco tiempo para encontrar nuestras respectivas
aulas. Compartíamos la mayor parte de las clases, menos arte, historia mundial e
historia americana. Él había tomado música y, desde que había asistido a una
escuela regular, estaba en el curso avanzado en las otras dos clases. Tampoco
estábamos juntos en educación física, donde los grupos estaban divididos entre
hombres y mujeres. Aunque la idea era permanecer cerca en caso que algo
sucediera, habíamos acordado mantenernos separados en los períodos libres.
Éramos «primos», sí, pero eso no significaba
que debíamos movernos como siameses de aquí para allá. Él haría su vida, yo
haría la mía, y nos mantendríamos en contacto, sólo por si acaso. Estaba segura
que no soportaría tener a Jeremiah como mi sombra. Tenerlo viviendo y
trabajando conmigo ya era suficiente.
Geografía era nuestra primera
materia de los lunes. Me acomodé en uno de los puestos contra la ventana, que
daba hacia el frente del edificio y ofrecía una generosa vista de la calle. Sentí
una mirada sobre mí y una presencia cosquilleando en mi pecho, y me giré hacia
mi derecha, tan sólo para encontrarme con un enorme par de ojos azules y una
pequeña sonrisa. Era una muchacha de contextura fuerte, relativamente alta, con
el cabello rubio atado en una coleta tirante y prolija. Su piel tenía un tono
broncíneo y sus ojos resaltaban gracias a una buena mano de maquillaje oscuro.
—Amo tu Fendi.
Fruncí el ceño, y ella echó un cabezazo en dirección a
mis pies. Parecía tan confundida por mi desconcierto como yo después de sus
palabras.
—Amo tu bolso. —Ah. Bien. El bolso—. ¿Eres nueva, cierto?
Nunca te había visto por aquí.
Observadora. Por su modo de hablar y su entusiasmo, me
daba la impresión que debía ser así con todo el mundo. Yo no era exactamente un
imán para la conversación y los comentarios amistosos —incluso había tenido la
esperanza de pasar desapercibida el primer día—, y sin embargo allí estaba ella,
intentándolo. Supuse que eso era a lo que Brayden se refería con «estudiar el
terreno»: ser amable y aprovechar
cualquier oportunidad para integrarme en el ambiente.
—Sí —murmuré, extendiendo mi mano en su dirección y
divisando a Jeremiah sumido en la pantalla de su teléfono. Inútil—. Cathe
Brown.
—Alyssa Von Grant —se presentó con una sonrisa—. Aly para
efectos prácticos.
Ella pronto comenzó a parlotear sin parar. Me preguntó de
dónde era y por qué me había trasladado al Trinity. Me apegué fielmente a la
historia que se me había dado, diciéndole que había llegado desde Dunsmuir y
que estaba allí porque quería entrar en Columbia el próximo año. Ella pronto
comenzó a parlotear sobre lo mucho que le gustaban las playas de California y
cómo deseaba irse a estudiar a la costa oeste cuando se le presentara la
oportunidad. Hablaba mucho. Demasiado.
Por alguna bendición divina, la profesora ingresó al
curso y las conversaciones cesaron, entre ellas la de Alyssa. Todos comenzaron
a ocupar sus puestos y pronto la profesora se presentó como Señorita Fray. A
pesar de la categorización, debía tener más de cincuenta años.
El curso de las clases fue mortalmente aburrido. Tal y
como recordaba de mis años de instituto, las lecciones de la mañana eran
monótonas e, incluso siendo el día de presentaciones, comenzaba a acumular
tareas que no tendría ni tiempo ni ganas de hacer. Literatura corrió la misma suerte
que geografía y terminó sin contratiempos. Tenía historia americana en el
tercer período, por lo que separé a Jeremiah del resto antes de tomar caminos
separados.
—¿Puedo pedirte que estés atento?
Incluso cuando susurré, algunas personas se encontraban
interesadas en nuestra conversación. Quizás el hecho que lo tenía cogido violentamente
por la camisa o la advertencia en mi mirada tuvieran algo que ver. Sabiendo que
no me quedaba mucho tiempo, intenté relajarme y pretender que todo estaba bien.
Los dos comenzamos a caminar en silencio hombro con hombro. Ambos íbamos al
segundo piso, de cualquier modo.
—Sí.
—Mantén tu teléfono cerca.
—Vale.
—Bien.
Sabiendo que no saldría nada productivo de aquella
conversación, me dispuse a buscar el salón que me correspondía por tercera vez
en el día. Aunque las puertas estaban rotuladas, el mapa que nos habían dado en
el departamento de alumnos era poco claro y, sumándole a ello la masa de
alumnos que cambiaban de salón entre clase y clase, ubicarse no era tan fácil
como parecía.
Cuando faltaban dos minutos para que el timbre sonara,
encontré el salón que me correspondía.
El bullicio inmediatamente me indicó que la clase aún no
había comenzado. Divisé a Alyssa en las primeras filas, riendo abiertamente con
un tío moreno con aspecto de deportista. El tipo debía sacarle fácilmente una
cabeza de altura. Ella me vio y me saludó animadamente con la mano, y los ojos
del muchacho echaron una casual mirada por sobre su hombro. Con un gesto
distraído en su dirección, decidí ocupar los puestos del fondo. Por mucho que
me interesara tener a la cotilla del doceavo grado como confidente, no estaba
dispuesta a pasarme una clase de Historia en los primeros puestos del salón.
Especialmente cuando la historia que yo conocía era bastante diferente a las
que daban en las escuelas regulares.
Los dos últimos puestos de la fila contra la pared
izquierda estaban desocupados, y me decidí por el del final. Ignorando el
gancho al costado del pupitre y dejando mi bolso en el suelo, cogí el BlackBerry.
Un mensaje nuevo de parte de Brayden, preguntando simplemente si todo marchaba
bien. Como respuesta sólo pude teclear una rápida afirmativa, ya que el
profesor había llegado y todos comenzaban a ocupar sus puestos en el salón. Apresurándome,
le aseguré a mi guardián que lo llamaría en cuanto llegáramos al apartamento.
Realmente no había mucho para contar de nuestro primer día en el Trinity hasta
el momento, pero parecía lo apropiado.
El profesor de historia americana, el señor Blaise, era
un tipo canoso, increíblemente alto y más bien aburrido. Con la misma voz
monocorde nos había pedido a todos que nos acomodáramos, se había presentado
para quienes no nos conocíamos y había comenzado a explicar el temario para el
año. Su voz era suave y pausada, y estaba segura que la mitad del curso
acabaría durmiendo para el final del período sin dificultad alguna.
Pasados unos buenos quince minutos desde el inicio de la
clase, el profesor se encontraba escribiendo perezosamente lo que veríamos
durante el próximo mes. Antes que pudiera terminar la última oración, la puerta
del salón se abrió con el mismo sonido chirriante que había hecho al ser
cerrada. Un muchacho entró con total despreocupación, como si los minutos que
llevaba tarde estuviesen en realidad a su favor. Tenía esos aires de
superioridad que iban muy bien con el lugar, aunque su aspecto contrastaba
totalmente con el prototipo de alumno del Trinity. El cabello de un rubio sucio,
que le cubría las orejas por completo, parecía no haber visto un peine en años.
La camisa blanca estaba fuera de los pantalones y la corbata colgaba floja
alrededor de su cuello. Si no hubiese sido porque llevaba puesto el uniforme
del instituto, hubiese creído que en realidad se había equivocado de edificio.
—Aprecio mucho que haya decidido honrarnos con su
presencia en mis clases una vez más, señor Crayson.
El rostro del muchacho era una máscara de total indiferencia
mientras caminaba lentamente entre los pupitres. Se detuvo a medio camino, girando
el rostro hacia el profesor sólo para comentar:
—Un placer. —Había en su voz un ligero acento cerrado,
marcado por la lentitud con la que había pronunciado las palabras.
—Espero que se sienta igual de complacido con las cinco
horas extras que pasará en la escuela esta semana.
—Aprecio la preocupación —comentó. Su acento parecía extranjero,
cerrado—. Lo haré.
El profesor suspiró sonoramente, como si fuese lidiar con
un caso totalmente inútil. Aunque había cierta inevitable curiosidad
adolescente en los ojos del curso, también parecía haber algún tipo de
expectación. Casi podía sentirla como una emoción clara. No me quedaba más que
suponer que, además de ser algo natural, aquel no había sido el intercambio más
intenso de ese muchacho con un profesor. Y no me extrañaba, honestamente.
Aunque no me gustaba juzgar por las apariencias, la suya no dejaba mucho lugar
a dudas.
Cuando llegó al final del salón, sus ojos se detuvieron
en mí. Eran celestes y fríos. Helados. El reto implícito en su mirada me dejó
en claro que aquel era usualmente su puesto y que yo estaba ocupándolo. No
parecía atípico que él hubiese decidido ocupar el último puesto en esa clase,
sino en todas ellas.
Echándome hacia atrás en la silla y cruzando los brazos
sobre mi pecho, sostuve el contacto visual. No me movería de allí, y esperaba
ser clara. Aunque estaba cerca de él, no podía sentir su presencia. Había
demasiada gente en la habitación de cualquier modo, todos humanos, e intuía que
su aura era demasiado débil como para notarla.
—Señor Crayson, ¿tengo que darle otra semana de castigo o
se dignará a sentarse de un vez para que pueda seguir con la clase?
Sin decir nada, él mantuvo el contacto de nuestros ojos
por unos segundos más y luego se dio media vuelta para sentarse en el puesto
vacío delante de mí. Me quedé observando fijamente su nuca, intentando buscar
en mi mente algo sobre él, algo que me permitiera sentirlo.
Nada. Nada de nada.
¿Podía acaso suceder algo así?
Hice caso omiso a lo que restó de la clase, intentando
concentrarme puntualmente en el tipo frente a mí y su presencia. Con mis ojos
fijos en su enmarañado cabello, tenía la impresión de estar observando a una
pared. Ni siquiera a una pared. Al vacío. Era como si él ni siquiera estuviera
allí. Lo único que podía sentir sin esforzarme demasiado era su perfume, una
masculina fragancia fresca que parecía ser la única prueba de que él realmente
estaba allí.
En cuanto la campana sonó —no estaba muy segura de cómo
había pasado el período en tan poco tiempo y difícilmente había copiado algo en
mi cuaderno—, el muchacho sentado enfrente de mí se puso de pie y velozmente se
abrió paso entre los alumnos. Me quedé observando el sitio en el que había
estado sentado durante la clase, preguntándome cómo podía ser posible que
aquello jamás hubiese sucedido en mis veinte años de vida. Él no tenía magia.
Él... parecía estar muerto.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando Alyssa
enlazó uno de sus brazos con los míos, dándome una gran sonrisa.
—Hora del almuerzo —explicó alegremente.
Intenté lucir como una persona feliz mientras me
arrastraba hacia el exterior del salón. Bueno, intenté no gruñir y poner mala
cara, lo cual era un esfuerzo bastante grande. Los corredores se encontraban
nuevamente atestados de alumnos que se movían en masa en la misma dirección, y
el panorama no era agradable. Alyssa siguió guiándome muy campante, como si
aquello fuese algo totalmente natural. Posiblemente porque lo era, incluso
cuando yo rezaba porque fuera sólo cosa del primer día.
El comedor del Trinity era enorme, y las mesas se encontraban
separadas por un espacio considerable. A diferencia de lo que recordaba del
comedor del instituto, allí había grupos sentados cómodamente y parecían poder
tener sus conversaciones privadas, aún hablando a los gritos. Un largo mesón se
extendía hacia el lado derecho de las puertas dobles, donde una impaciente fila
de alumnos esperaba por su comida. Mis ojos escanearon el sitio distraídamente
mientras Alyssa continuaba hablando, buscando alguna señal de algo extraño. Sólo
sentía una presencia mágica en el sitio, y la conocía lo suficiente como para
saber que se trataba de Jeremiah. Nada más.
—¿Qué quieres comer?
Me limité a señalar un par de cosas y coger lo que
parecía… normal. Las comidas eran demasiado elaboradas y se encontraban
perfectamente empaquetadas en envases térmicos o de plástico. Me decidí por una
ensalada César, principalmente porque era lo único que me resultaba familiar a
simple vista y que no contenía cosas complejas. Podía sentir el olor de la
carne en el siguiente escaparate, pero la fila era aún más grande que la que ya
habíamos hecho. Era bueno saber que hasta los tíos pijos tenían que respetar
las normas del almuerzo del instituto, incluso cuando todo lucía más organizado
y… apetitoso de lo que recordaba. No
resultaba un dato sorprendente.
Después de unos quince minutos, las dos nos encontrábamos
caminando en dirección a una mesa al otro lado del comedor. En ella se
encontraba una delgada joven morena, el tío que había visto antes con Alyssa en
historia y un muchacho de cabellos castaños con la campera del instituto y un
brazo alrededor de los hombros de la única chica en la mesa. Nosotras dos nos
sentamos, y Alyssa enseguida se encargó de las presentaciones.
—Cathe, ellos son Travis Kilbourne, Joshua Russell y Sophie
Thompson —soltó de sopetón—. Chicos, ella es Cathe Brown. Es nueva. Compartimos
algunas clases juntas.
Ninguno en la mesa pareció sorprendido por el hecho de
que ella escogiera una extraña al azar y la arrastrara hasta su mesa. Tampoco
tuve que preocuparme por repetir toda la información que había provisto sobre
quien se suponía que era: Alyssa se encargó de repetir a la perfección todo lo
que le había contado. Joshua y Sophie, quienes eran aparentemente una pareja,
parecían estar escuchando por educación. Travis, el moreno, nos prestaba
atención mientras comía un sándwich.
—No luces exactamente como alguien de California —comentó
con un ligero acento, señalándome con una patata. Una ladina sonrisa de natural
atractivo trepó por sus labios. Tenía los ojos de un brillante verde almendrado
y se encontraban mirándome directamente—. Por el bronceado, digo.
Se me escapó una media sonrisa, cuya ironía él no pareció
captar o decidió ignorar. Si alguno de ellos hubiese sabido en qué habían consistido
mis actividades diurnas en California Ville, aquella pregunta hubiese estado
totalmente de más. No tenía tiempo exactamente para recostarme en la playa y
tomar sol, ni tampoco estaba interesada en hacerlo. Los entrenamientos eran
generalmente a puertas cerradas y, cuando decidíamos salir, preferíamos hacerlo
de noche.
—Soy una persona noctámbula.
—¡Entonces adorarás Nueva York! —se inmiscuyó Alyssa, y
casi pude ver todos los planes que comenzaban a desplegarse dentro de su cabeza—.
Mi madre trabaja en el Times y
siempre consigue entradas para los eventos e inauguraciones. ¡Tengo que
preguntarle qué tendremos para Septiembre!
Fruncí el ceño, con repentinos deseos de golpearme a mí
misma. Tenía que aprender a cerrar mi boca y limitarme a decir lo estrictamente
necesario. Un «ajá» o un «mhm» deberían ser suficientes.
Mientras pinchaba los trozos de pollo de mi ensalada con
desgano, me concentré en buscar la ubicación puntual de Jeremiah. No me tomó
demasiado tiempo en percibir su aura a unos metros de nuestra mesa. Mientras
Alyssa seguía contando una historia detallada sobre el último club que habían
visitado —¿Era el Colombus 27 o 72?, no recordaba bien—, conseguí ver que mi
compañero se encontraba junto a dos tíos, uno castaño y otro casi pelirrojo.
Parecían estar hablando y comiendo con normalidad, y supuse que no debía
preocuparme. A pesar de su carácter particularmente irritante, Jeremiah sabía
hacer amigos, o por lo menos encajar. Lo conocía hacía tan sólo un par de
meses, pero su habilidad camaleónica lo había llevado hasta donde se
encontraba. Además, algo me decía que él encajaba en aquel instituto mejor que
yo.
—¿Estás en las clases de Arte? ¡Genial! Sophie y yo
también.
Pestañeé y volví a enfocarme en mi mesa. En algún momento
Alyssa, que se encontraba sentada a mi lado, había cogido mi horario y estaba
dándole un vistazo. Mis ojos pronto viajaron a la otra muchacha, que no parecía
tan emocionada como ella, pero igualmente sonrió en mi dirección. No era un
gesto del todo sincero, pero supuse que debía conformarme con un poco de
gentileza de cortesía. Qué triste.
—Tengo que ir a buscar mis cosas para la clase al
casillero —comentó Alyssa.
Entrecerré mis ojos en su dirección.
—¿Cosas?
—Sí, pinceles, acrílicos. He comprado los mejores que he
encontrado —me estudió por unos segundos—. Oh, ¿no has traído nada? ¡No te
preocupes! Compartiremos los míos. Ven, acompáñame. ¡Sophie, resérvanos unos
asientos!
La muchacha morena asintió con vaguedad y una pequeña
sonrisa, mientras Alyssa se ponía de pie y me arrastraba con ella para ponerme
de pie. Mis ojos escanearon vagamente el comedor, aunque no me hice del tiempo
suficiente como para buscar al tío rubio de antes. No sabía si no había
conseguido verlo, o si él simplemente había decidido saltarse el almuerzo.
Aún un poco aturdida por toda la información que había
soltado en tan poco tiempo y por mis propias preocupaciones paralelas, seguí a
Alyssa por los corredores. Saqué el BlackBerry de mi bolso y decidí enviarle un
mensaje a Jeremiah. Lo había visto muy tranquilo en el comedor durante el
almuerzo, pero no me fiaba del todo de su calma. Algo me decía que él no
percibiría el incendio hasta que sus pantalones se hubiesen prendido fuego.
—¿Un mensaje a tu novio de California? —preguntó Alyssa,
alzando las cejas con intención al verme teclear ávidamente.
Negué con la cabeza mientras ambas nos deteníamos frente
a los casilleros. Había unas pocas personas yendo de aquí para allá, ya que aún
faltaban unos buenos quince minutos antes del comienzo de clases.
—No. Sólo mi primo —respondí, eligiendo cuidadosamente
mis palabras—. Él también se ha transferido aquí para su último año.
Ella sonrió con complicidad.
—¿Es majo?
—Es un idiota. —No pude contener el minuto de sinceridad.
Se encogió de hombros, sin dejar que la expresión en su
rostro decayera.
—No estaba pensando ponerlo a pensar.
Decidí obviar el comentario y enviar el mensaje, mientras
ella se disponía abrir el casillero. Una vez que terminé con la tarea, aventé
el teléfono dentro de mi bolso. Apoyándome distraídamente contra las
portezuelas de metal, crucé mis brazos sobre el pecho y escaneé el corredor. A
unos metros de nosotras, detrás de un grupo de cuatro muchachos que conversaban
entre sí, se acercaba el joven de la clase de historia. Su andar era tan
despreocupado como cuando había ingresado al salón. Nuevamente, intenté
concentrarme en su presencia. Intenté buscar algo que delatara que se
encontraba allí, más allá del hecho de que podía verlo.
Nada.
—¿Quién es ese tío? —solté.
Alyssa dejó de ordenar cosas dentro de su casillero y se
volvió para mirarme por sobre su hombro. Sus ojos estudiaron los alrededores,
deteniéndose en la misma dirección en la que habían estado los míos cuando
había formulado la pregunta. Una sonrisa de lado cruzó sus labios. Cuando se
volvió hacia mí, había en su mirada un brillo animado. Ese que me decía que,
posiblemente, tenía mucho para contar de él y la perspectiva le encantaba.
—¿El rubio? —preguntó—. ¿El que montó un numerito con el
profesor Blaise?
Asentí, observando como el tío sacaba una llave de su
bolsillo trasero para tirar luego un par de libros dentro del casillero que le
correspondía. Bien, por lo menos rompía con el prototipo de ser demasiado «malo» como para hacer las cosas por el
método mundano. Algo me decía que las autoridades del Trinity no serían muy
comprensivas si él decidía abrir su casillero a golpes, pero algo me decía
también que a él no le importaba mucho.
—Oh, Gabrian Crayson —dijo su nombre con un cierto retintín
que, lejos de la intención de darle poca importancia, surtía el efecto
contrario—. Es simplemente un tío que ama meterse en problemas. —Se encogió de
hombros, aunque nuevamente la insinuación de despreocupación no era creíble—.
No sabemos mucho de él porque no tiene muchos amigos aquí, pero hay un millón
de rumores. Ya sabes, algunos dicen que trafica drogas. Se dice también que
tiene una pandilla. Otros creen que ha estado en la cárcel antes de venir al
Trinity. Creo que antes vivía en Inglaterra. O en Irlanda. No puedo distinguir
muy bien su acento, pero es mono y algo agresivo. Le va bien. Igual no es como
si hablara mucho. Pero no necesita hablar porque está como un tren, claro. No
estabas pensando exactamente en hablar con él, ¿cierto?
Suspiré, preguntándome cómo era alguien capaz de decir
tantas palabras juntas sin que la lengua se le enredara. La capacidad pulmonar de
Alyssa debía ser excelente, porque no había parado para respirar durante todo
el monólogo. Menudo ojo tenía yo para establecer relaciones.
—¿Y cómo es que sigue aquí si causa tantos problemas? —pregunté,
conservando el tono desinteresado e ignorando totalmente su última pregunta.
Sus labios se curvaron con una sonrisa burlona mientras
metía un estuche plateado dentro de su bolso.
—Bueno, sus padres están forrados. Quiero decir totalmente forrados —respondió—. Es la
única explicación por la que puede tener un… ehm… ¿Ascari, uhm, A10? Creo que eso
fue lo que dijo Travis. Estoy segura que con su valor en dólares podría comprar
la escuela y construir un circo en su lugar. Las notas no son un problema para
él. Y no lo pueden expulsar sólo por rumores, o por poner de los nervios a
todos los profesores.
Fruncí el ceño. No conocía el auto, pero intuía que
Alyssa se había tomado la molestia de buscar el valor y comprobar que,
efectivamente, era tan caro como su amigo le había dicho. Aunque compararlo con
el valor de la escuela era sólo producto de una personalidad que parecía ser
exagerada y excéntrica, la idea era clara.
Realmente había esperado que ese cliché de que todo se
solucionaba con dinero no fuese cierto. Yo jamás había estado en aquel mundo,
ni mucho menos rodeada de aquel tipo de gente, y sólo podía imaginarme cómo
funcionaban las cosas. Los padres de la mayoría de la gente allí estaban llenos
de dinero. Brayden me lo había dicho: el instituto era uno de los más costosos
de la ciudad. Y aunque el tal Gabrian Crayson no parecía responder al hijo modelo
de un tipo adinerado, estaba en aquella escuela y debía pagar como los demás. Era
otro muchacho rodeado de lujos al que parecían cumplirle todos los caprichos.
Aunque meterlo en una categorización general no parecía
apropiado para él, en más de un nivel.
—¿Cuándo se ha transferido?
Ella me dio una significativa mirada. Realmente no me
importaba si creía que estaba interesada en él porque era guapo y tenía ciertos
aires de imposible. Era preferible que creyera eso a que pudiera sospechar los
verdaderos motivos por los que había despertado mi curiosidad. Como yo me había
infiltrado allí, cualquiera podía hacerlo. Sabíamos cómo se encontraban las
cosas y, si los del bando enemigo deseaban hacer algo, empezar desde adentro
parecía una idea interesante.
—Hace dos años. —Meditó unos segundos antes de añadir—: Recuerdo
que estábamos juntos en química con la señora Parrish. Ella es una perra, por
cierto. Y no te sientes en las filas de adelante. Tiene la costumbre de gritar
como desquiciada a los que están en el frente si no la siguen en cada pequeño
detalle.
Ladeé suavemente la cabeza. Estar con Alyssa era como
caminar con el audiolibro de la Enciclopedia Ilustrada
del Trinity. Uno que no tenía botón de pausa.
—De cualquier modo —prosiguió—, no te conviene meterte
con Crayson. Hay demasiados tíos monos en el Trinity como para buscarte al
chico malo y problemático.
No dije nada. Si ella hubiese sabido… Ese tipo de chicos
era exactamente lo que estaba buscando allí.
Decidí no presionar el asunto, principalmente porque no
quería llamar la atención. Sería una idea estúpida dejarme en evidencia frente
a Alyssa. Era preferible que ella creyera que mi interés era sólo algo
superficial, totalmente causal.
—No pensaba hacerlo —aseguré simplemente.
Ella volvió a cogerme del brazo después de cerrar su
casillero.
—Organizaré algo para este fin de semana. —Sonrió, y
había cierto brillo en sus ojos azules que me preocupó—. Te presentaré a un par
de tíos guapos y voilà, asunto
solucionado.
Aunque ella esperaba una respuesta, preferí quedarme en
silencio. Meterme en su vida y en su entorno era algo que necesitaba hacer, pero no podía manifestar emoción al respecto. No
era tan buena actriz. Y ni hablar de la parte de los muchachos. Ya era
demasiado tarde para decir que Jeremiah era en realidad mi novio, ¿cierto?
Me estremecí. El mero pensamiento era desagradable.
Contuve el impulso de enviar a Alyssa a volar y decirle
que tenía piernas y podía caminar sola. Simplemente dejé que me arrastrara por
los corredores del Trinity hasta el salón que nos correspondía. Me repetía a mí
misma una y otra vez que debía probar que merecía estar allí. Debía hacer lo
que me habían pedido sin rechistar, sin poner en juego la poca confianza que
tenían en mí. Ya bastante malo era estar allí con Jeremiah, con quien no podía
alcanzar mi máximo potencial. Había sido él al único que había podido llevar
conmigo.
Aunque Alyssa y Sophie me habían invitado a tomar un café
con ellas después de clase, no pude evitar declinar la oferta. Si bien la
oportunidad era buena para seguir haciendo preguntas, realmente necesitaba un poco de tiempo a solas y en silencio.
Sophie había cogido puestos en el fondo y había resultado que, por lo menos,
era tan callada como parecía en el principio. Honestamente, me caía bien, y
aquello era todo un mérito, pero no era fácil sentirme a gusto con la perorata
de su compañera. Sophie escuchaba las interminables historias de las vacaciones
y las conquistas de verano de Alyssa con una sonrisa, acotando algo
ocasionalmente. Estaba segura que los temas de su charla no se habían limitado
sólo a eso, pero me había prohibido a mí misma seguir prestando atención si no
quería comenzar a gritar como desquiciada. Intenté pretender que estaba
concentrada en mi retrato de naturaleza muerta, incluso cuando mis habilidades
artísticas evocaban perfectamente a la temática escogida por la profesora.
Me abrí paso torpemente entre la gente apenas se dio por
finalizada la clase. El aparcamiento estaba a unos pocos metros del edificio,
aunque tuve que ir hasta allí para recordar que Jackson nos había llevado y
que, por ende, no tenía coche que recoger. El sonido nocivo de la ciudad me
llenó de una despreciable sensación de añoranza. California Ville estaba lleno
de espacios verdes, bosques donde uno podía perderse y desaparecer del mundo. A
pesar de la amplitud que superaba con creces a la de mi pueblo de origen, me
costaba creer que pudiera encontrar un espacio tranquilo en la ciudad de
Manhattan. Lo único remotamente parecido era el apartamento, y moría por llegar
allí de una vez por todas.
Decidí coger un taxi. Le envié un mensaje a Jeremiah,
avisándole que regresaba a casa. A los pocos segundos, el BlackBerry vibró en
mi bolso.
ESPERAME. NO TARDARÉ MUCHO.
Suspiré. No tenía ganas de hacerlo.
Estaba a punto de ignorar el mensaje por completo, cuando
mis ojos se toparon con la figura de Gabrian Crayson entre la multitud que
dejaba el instituto. Llevaba las manos en los bolsillos, la mochila colgada en
un hombro y traía una expresión ausente, como si no estuviese con los pies
sobre la tierra. Por unos segundos, la tentación de seguirlo agitó mi cuerpo
con anticipación. Sin embargo pronto descarté la idea. Sería estúpido ir tras
él, sabiendo que llevaba un uniforme que me delataría. Además, ni siquiera
tenía un auto.
Volví a coger mi teléfono mientras lo veía dirigirse
hacia el aparcamiento. En el directorio, rebusqué entre los nombres y pulsé el
botón verde. Tres timbrazos después cogieron la llamada. No sabía en qué se
encontraba involucrado Brayden, pero eso podía significar que su compañero
estaba libre.
—Jackson, ¿dónde estás?
—En una cafetería
sobre la Séptima ,
¿por qué?
—¿Estás muy lejos del Trinity? —pregunté rápidamente,
bajando el tono de voz—. Necesito que sigas a un automóvil. Él tráfico aquí es
un asco, pero no creo que pueda retenerlo por mucho más de cinco minutos.
—Estoy a unas diez
cuadras —dijo, y escuché movimiento del otro lado—. Quizás pueda llegar. ¿A quién debo seguir?
—Es un muchacho rubio, metro ochenta, quizás —puntualicé
a tientas—. Hay algo extraño con él, pero no puedo explicártelo aquí. Conduce
un… ¿Ascari… A10… o algo así? ¿Te suena?
—¿Un Ascari A10?
—El tono de su voz me dijo que aquel era un dato casi absurdo y, por lo tanto,
acertado. Después de una pausa, él agregó—: Ah,
¿es alumno del Trinity, verdad?
—Sí. Intentaré seguirle el rastro caminando, aunque no
hay mucho que pueda hacer. —Hice una pausa cuando dos muchachas pasaron cerca
de mí. Estaba tan sólo a unos metros del aparcamiento—. No quiero levantar
sospechas.
—Vale. Te llamaré
cuando esté allí.
—De acuerdo.
Aguardé apoyada contra un árbol. Si tenía algo de suerte,
podía parecer que estaba esperando a alguien. Me dije a mí misma que, de
cualquier modo, hubiese tenido que esperar a Jeremiah. No había estado en los
planes iniciales, pero mentirme un poco a mí misma tampoco era malo. Aquello no
era gran cosa, sólo un pequeño chequeo. El hecho de tener a Crayson fuera de mi
radar me ponía de los nervios. ¿Quién era? O, mejor dicho, ¿qué era?
Mis ojos se concentraron en observar los automóviles que
salían del aparcamiento y comenzaban a agolparse sobre la calle. Había
variedades, pero todos los carros lucían increíblemente costosos. Casi sentí la
necesidad de correr a abrazar el único automóvil con la pintura ligeramente
avejentada. Era un Fiat, no de los modelos más baratos, pero igualmente parecía
desentonar con el resto.
Unos diez minutos después, divisé un Ascari. No estaba
segura si era el vehículo que estaba buscando, pero mi certeza aumentó cuando
estudié un poco el automóvil. Parecía sacado de una película de superhéroes.
Era negro, con vidrios ahumados y un diseño alargado y pretencioso. Estaba
esperando que, de un momento para el otro, levantara vuelo y dejara el
embotellamiento detrás de él.
Crayson abrió la ventanilla y echó una distraída mirada
hacia su izquierda mientras intentaba hacerse un lugar en la calle. Aparté la
vista momentáneamente, pretendiendo estar muy entretenida con mi teléfono. Si,
por alguna casualidad, llegaba a quedar dentro de su campo de visión, prefería
que pensara que pasaba totalmente de él. Eso de tener que andar espiándolo era
desagradable y no tenía práctica alguna, pero conocía las reglas básicas. Se
suponía que, principalmente, debía evitar que él supiera que tenía algún tipo
de interés en quién era, qué hacía o hacia dónde iba.
El teléfono volvió a vibrar y la pantalla se iluminó,
anunciando una llamada entrante. Llevé el aparato a mi oído mientras volvía a
mirar en dirección a Crayson. El Ascari se encontraba ya metido entre la larga
fila de coches que ansiaban llegar hasta la avenida. ¿Todos los días debían
pasar por eso para salir del instituto?
—Estoy en la esquina del instituto.
Aunque Jackson siempre era
risueño y ligeramente infantil, sabía tomarse su trabajo en serio. Brayden
depositaba toda su confianza en él, y sabía perfectamente que tenía que ser
demasiado bueno para merecerla.
—Bien. Él ya ha salido.
—¿De qué color es
el auto?
—Negro.
Él se quedó un momento en silencio. De fondo podía
escuchar el mismo sonido enervante de las bocinas, las conversaciones y la
actividad urbana en general.
—Vale. ¿Puedes
avisarme cuando esté por llegar a la esquina? Intentaré seguirlo con un taxi,
aunque no puedo prometerte nada. Este sitio es un caos.
—Lo sé. Bien. Te avisaré. —Me aferré a la correa del bolso,
mis ojos siguiendo al vehículo, que no había avanzado aún—. ¿Puedes quedarte al
teléfono?
—Sí, no hay
problema.
Me quedé al teléfono y decidí mantenerme apoyada contra
el árbol. El aspecto casual de estar esperando a alguien resulto aún más
creíble cuando Jeremiah se aproximo a mí, con las manos en los bolsillos y un
tío caminando a su lado. Pronto lo reconocí como uno de los dos muchachos que
habían estado con él durante el almuerzo. Maldije internamente, y me lo pensé
unos segundos antes de decir:
—Jude, te
llamaré en un segundo, ¿vale?
—No puedes hablar
—asumió rápidamente—. Bien, me quedaré
aquí. Brayden acaba de informarme por la radio que está en camino.
Quería preguntar sobre ello, pero no me pareció el momento.
—De acuerdo. Adiós.
Rápidamente corté la comunicación y aventé el teléfono
dentro de mi bolso. Tuve que forzar una sonrisa antes de enfrentar a Jeremiah y
su amigo, esperando que me compañero notara pronto que algo no iba bien. Si
tenía suerte, aún podríamos aferrarnos al plan que había cruzado mi cabeza en
un primer momento.
—Ryan, esta es mi prima, Cathe —nos presentó con
brevedad—. Él es Ryan Thrump.
Intenté ser amable y sonreír, pero estoy segura que la
expresión se vio más bien amenazadora. El muchacho me agitó la mano con cierta
cautela, como si esperara que pudiera arrancarle el brazo. La idea no me
parecía del todo mala, especialmente si significaba dejarlo fuera del cuadro. Incluso
aunque tenía casi la altura y la contextura de Jeremiah, tenía aspecto
inofensivo. Su rostro era alargado, ligeramente tostado y el cabello castaño le
caía lacio sobre los ojos. Pude notar instantáneamente la cautela en el par de
trozos de jade que me miraban. Era fácil de leer, y emitía un aura nerviosa.
—Estamos tarde —le dije a Jeremiah con gravedad.
Él rió. Una carcajada falsa. Ryan pareció notar que
estaba de más, porque se arregló la mochila con incomodidad.
—Yo tengo que irme —dijo con una pequeña sonrisa de
lado—. Salir de aquí ya me tomará lo suficiente. Si estáis con auto, os
conviene armaos de paciencia.
Coincidí con un asentimiento. En pocos minutos de espera,
me había dado cuenta que lo que decía era desalentadoramente cierto.
—Pasarán a recogernos.
—Oh, vale —sonrió tensamente—. Gusto en conocerte, Cathe.
Nos vemos, Jer.
—Adiós, tío.
El muchacho se alejó y los dos nos quedamos unos segundos
concentrados en su retirada. Mis ojos se volvieron hacia Jeremiah, ofreciéndole
una expresión dura. Él alzó las manos en el aire, dejando en claro que no había
estado haciendo nada malo. Y tenía razón. Sabía que mi ira era sin motivos,
pero parecía absurdo que siempre fuera tan inoportuno.
No pude concentrarme en decirle algo más. Presurosamente
saqué mi móvil del bolso mientras echaba una mirada a la calle. Genial. No
conseguía ver el Ascari.
Cogí a Jeremiah por la corbata, buscando al mismo tiempo
la última llamada que había realizado y volviendo a marcar.
—He visto un Ascari
—me dijo Jackson rápidamente—. Estoy
con Brayden y vamos detrás de él.
—¿Estáis en un taxi?
—Es un auto del Consejo
—explicó—. Mañana nos desharemos de él.
—Vale. —Permanecí unos instantes en silencio—. Iremos
para el apartamento. En cuanto sepáis algo, o si necesitáis algo…
—Te llamaré —completó
Jackson—. No te preocupes.
—Bien.
Corté la comunicación y seguí caminando con Jeremiah, a
quien aún asía de la camisa. Él se clavó en medio de la calle y giré en redondo,
dándole una mirada inquisitoria pero violenta. Él tenía el ceño fruncido.
—¿Qué está sucediendo?
Me mantuve seria.
—Vamos al apartamento. Te explicaré allí.
Él parecía a punto de agregar algo más, pero lo corté con
una mirada de advertencia. Había ciertos temas que no podíamos discutir en
medio de la calle, rodeados de alumnos de instituto y gente corriente. Aunque
podía sentir las presencias peligrosas y los niveles de magia altos, y sabía
que allí no había nada que supusiera una amenaza directa para nosotros, no
estaba dispuesta a explicárselo en un lugar público. La discreción no iba muy
bien con ninguno de nosotros por causas diferentes, pero había ciertas cosas
que debía resignar si quería seguir allí. Mi practicidad para enfrentarme a las
amenazas quizás era una de ellas.
Jeremiah pareció comprender la gravedad del asunto y me
sugirió que cogiéramos un taxi. Asentí y los dos caminamos en silencio por la
calle, sumidos en nuestros propios pensamientos. Supuse que él intentaba
imaginar qué era lo que tenía para decirle.
Lo que posiblemente no imaginaba era que yo también me
encontraba pensando cómo poner en palabras lo que estaba pasando sin que sonara
absurdo, abstracto o totalmente inútil.
2 left a comment:
Hola!
Al fin he pasado por aquí ;)
Estoy deseando que la historia avance, aún no consigo imaginar qué pasa con el chico misterioso. Y en cierta manera lo que pasa con las historia ;)
Nos leemos en el siguiente y espero no tardar tanto en leerlo
Bikos
Advertí lo mala que era estando al día con los capítulos y creo que aquí está la prueba. Estaba segura de que no había capítulos nuevos luego de pasarme por la página de facebook pero al parecer no me fijé bien
Tengo mucha curiosidad por saber más de los personajes. Me gusto el capítulo y la forma en que la historia está avanzando. Me recordó un poco a The Unbecoming of Mara Dyer por Crayson y a Cazadores de Sombras, creo que obviamente tiene un aire de Cazadores de Sombras pero de buena forma, de muy buena forma.
Se lee bien y quedé totalmente enamorada del playlist del blog, lo que es bastante único porque detesto la música en los blog casi tanto como las tiendas aromatizadas pero amé tu playlist, hasta es perfecto para leer.
Espero poder llegar a tiempo para el próximo capítulo, de verdad quiero leer más. Gracias y hasta pronto ^ ^
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