Los
edificios se sucedían por las ventanas como una postal en movimiento. No me
privé de soltar un gruñido cuando nos detuvimos en una luz de tráfico, con el
sol golpeando con fuerza sobre nuestras cabezas y los sonidos de los coches
imponiéndose por sobre el vago sonido del estéreo. Me encontraba apretujada
entre dos cuerpos masculinos y el tapizado de cuero se adhería a mi espalda con
descaro. Estaba considerando la seria posibilidad de saltar fuera del
descapotable, sin saber si era exactamente para escapar del calor o del grupo
de viaje que me había tocado en suerte.
—¿Alguien
puede decirme a dónde vamos? —farfulló Jeremiah Sykes.
Le
eché una mirada de soslayo llena de hastío, mientras él se removía a mi
izquierda. ¿Si no se lo habían dicho las últimas diez veces que había
preguntado, por qué se lo dirían en aquel momento? Además, no era como si fuera
un auténtico entendido en las calles y la numeración de Manhattan para conocer
la dirección. Era la primera vez que ambos estábamos allí, por no decir la
primera vez que viajábamos a algún sitio, y estaba segura que él no era el tipo
de tío que hubiese tenido la decencia de revisar un mapa antes de viajar,
incluso si se lo hubiesen aventado en el rostro. Lo poco que sabía era lo que
había escuchado de nosotros.
—A
unas manzanas de aquí —fue la amena respuesta de Brayden Woodsen, que se
encontraba al volante—. Llegaremos pronto.
Jeremiah
resolló sonoramente, y contuve los deseos de darle un puñetazo. Habíamos estado
metidos en un avión durante seis horas, sumándole a todo aquello lo que había
supuesto salir de California Ville, nuestro pueblo de origen, y adentrarnos en
aquella expedición sin escalas directo a Nueva York.
—¿Por
qué tanto misterio? —fue la insistente réplica de Jeremiah, que parecía haberse
tomado su tiempo para formular una pregunta desafiante y desdeñosa. Habíamos
asistido juntos al instituto, aunque no habíamos congeniado hasta que habíamos
salido de él y las prácticas para nuestra misión habían comenzado. Sabía que
tenía fama de ser algo prepotente, y no me había tomado mucho tiempo
comprobarlo. Llevaba unas gafas de sol sobre el corto y puntiagudo cabello
chocolate y se vestía como un chulo. Realmente, no tenía mucho que decir a su
favor, sólo que era un buen luchador, quizás uno de los mejores de su edad.
Aquello no bastaba para mí, en comparación con su personalidad quejica y sus
aires de grandeza, mas parecía ser suficiente para nuestros superiores. Sabía que
necesitaba a Jeremiah allí y que, lamentablemente, su cuerpo y su personalidad
eran un paquete completo.
—Porque
queremos pasar desapercibidos.
Giré
mi rostro para mirar con suspicacia a Jackson Lynch, que se encontraba a mi
derecha. Hacía pocas semanas había cumplido los treinta y dos años, dos menos
que Brayden, pero estaba segura que nadie podría atribuirle más de treinta.
Tenía el cabello algo largo y desordenado, los ojos de un verde particularmente
claro y una sonrisa contagiosa. Por lo menos, hubiese sido contagiosa si la
situación se hubiese presentado más favorable. En aquel momento, lo último en
mi lista de prioridades era mostrarme alegre.
—¿En
un Mustang convertible? —solté con desgano, aunque aquello no evitó que la nota
de sarcasmo fuese evidente—. ¿En serio?
Jackson
se encogió de hombros, aparentemente divertido con mi comentario. Lo que él no
comprendía era que yo estaba siendo totalmente seria. No me causaba ni una
pizca de gracia que me tuvieran en vilo mientras me pasaban por todo Manhattan
en un vehículo sin techo, con una temperatura disparatada y el sol del mediodía
dando justo sobre mi cabeza. No habían pasado ni veinticuatro horas, y yo ya
comenzaba a extrañar los vastos terrenos de nuestro centro de entrenamiento en
California.
—El
Consejo paga —fue la resolución de Jeremiah, que parecía encantado con la
perspectiva.
Eché
una distraída mirada al quinto ocupante del vehículo, que se encontraba en el
asiento del copiloto. El tipo era uno de los custodios de la institución, aunque
realmente no sabía decir si lucía como un miembro del servicio o no. Tenía el
traje gris perfectamente limpio, un rostro serio y no había dicho ni una
palabra durante todo el recorrido más que un ocasional intercambio en voz baja
con Brayden, sin permitirnos oír ni una palabra de él. Sin embargo, cualquier
aspecto formal quedaba totalmente arruinado por las gotas de sudor escurriendo
por su rostro tosco y una escasa mata de cabello ceniciento que parecía estar
en sus últimos años antes de desaparecer. Además, no debía medir mucho más de
metro sesenta. No era exactamente alguien que diera mucho miedo. Estaba segura
que, en aquel preciso instante, con los dientes apretados y mi fuerza de
voluntad puesta a prueba, yo podía asustar a alguien más que él.
Jamás
había estado en Manhattan, pero el sitio no me gustaba. Era una ciudad
pretenciosa, demasiado grande y ruidosa para cualquier alma que hubiese vivido
lejos del ambiente urbano por un buen tiempo, sin mencionar toda su vida. No
estaba acostumbrada a la gente corriendo de aquí para allá, a los bocinazos
frenéticos de conductores que no parecía comprender las leyes de la física que
les impedían pasar sus coches por espacios donde no hubiese cabido ni una
bicicleta, y a la contaminación que flotaba por el aire tan nítidamente como
los edificios altísimos. El sitio era un infierno con luces de colores,
escaparates vistosos y carteles promocionales.
No
estaba prestando demasiada atención a la numeración, pero giramos en la Calle ochenta y seis, y Brayden
parecía mucho más interesado en observar los edificios a su derecha por Park
Avenue. Llegados casi a la esquina, giró el vehículo con habilidad para meterlo
en una cochera de la que ni siquiera había reparado hasta entonces. No era que
destacara, honestamente. Como el resto de los edificios de la zona, había
cierta elegancia en todas las construcciones, con una mezcla entre antigüedad y
arrogancia que parecía una marca distinguida de la ciudad. La cochera misma era
tan amplia, que estaba segura que allí mismo podrían entrar todos los coches
que había en California Ville. Sin embargo, allí no podía contar más de diez,
diseminados como si fuesen aviones en vez de simples pero lujosos vehículos.
Menudo desperdicio.
—Hogar,
dulce hogar —fue el comentario risueño de Jackson, mirando en nuestra
dirección.
Fruncí
el ceño mientras cogíamos el poco equipaje de mano que habíamos llevado con
nosotros. El resto debería encontrarse ya en el apartamento. Aunque no era como
si nos hubiesen dejado movernos con muchos efectos personales, teniendo en
cuenta que nuestra vida había quedado en suspenso en la villa que habíamos
abandonado hacía sólo unas horas.
Salté
fuera del auto, agradeciendo a todos los dioses por poder despegar mi espalda
del cuero y conseguir estirar mis piernas, enfundadas con reticencia en unos
tejanos viejos y algo rotos. Aunque el viaje desde el aeropuerto JFK no debía
habernos tomado más de una hora, se había sentido toda una vida. Quizás, en la
próxima oportunidad, debía apuntarme para el servicio de traslado que tenían
los hoteles de la zona. Quizás tenía la suerte de encontrarme con un
contingente japonés y ahorrarme el mal trago de tener que responder a esas
absurdas conversaciones para pasar el rato.
Salimos
desde la cochera hasta el edificio por la puerta de servicio, ubicada a la
izquierda del recibidor. La habitación cuadrada estaba provista de un
escritorio y dos grandes ascensores en la parte del fondo, iluminados por la
luz que dejaban filtrar las puertas de vidrio de la entrada. El ambiente era de
un blanco tan impoluto, que el contraste del mármol lustroso contra mis tenis
oscuros y gastados parecía casi una broma de mal gusto. Todo lucía bien, olía
bien, y parecía recién construido.
Decidí
seguir a Brayden rápidamente y no absorber detalles, especialmente porque no me
parecía lo más interesante en aquel momento. Cuanto antes estuviéramos en el
apartamento, antes sabríamos con exactitud cuál era el próximo paso a seguir. Nos
habían tenido en vilo durante demasiado tiempo como para detenernos en formalidades,
que ya habían superado el límite de lo aceptable desde hacía tiempo.
El
viaje en el elevador fue silencioso y breve y, después que los cinco
consiguiéramos salir al corredor con nuestras cosas —el tipo del Consejo no
estaba siendo de gran ayuda, a decir verdad—, nuestros pasos resonaron por un
corredor tan pulcro como la entrada. Era un espacio grande, más como una
pequeña antesala en lugar de un corredor propiamente dicho. Al final del mismo
había una sola puerta, y no me extrañó ni un poco que fuese un solo apartamento
por planta.
El
lugar parecía sacado de un catálogo de revista, igual de grande, frío e
impersonal. La sala era extensa y bien iluminada, con una mesa para seis
personas en la parte de adelante y un juego de sofás de cuero negro hacia el
fondo. La decoración y los muebles eran oscuros, y la tecnología era de última
generación, o eso parecía a simple vista. La habitación desencadenaba en un
balcón que, desde el doceavo piso, debía tener una generosa vista de la ciudad,
por lo menos esa que no cubrían los rascacielos. Un arco conectaba la sala con
una cocina amplia, y desde mi posición podía ver la isla en medio, rodeada por
unas cuantas butacas altas. Había un corredor relativamente estrecho, que debía
conectar con los dormitorios y el baño, y cualquier otra habitación que pudiera
tener aquel sitio. Incluso para cuatro personas, resultaba absurdamente grande.
Brayden
se sentó e invitó al tipo del Consejo a unírsele. Jackson los siguió, y
Jeremiah y yo hicimos lo mismo, con más ansiedad que cortesía. Me pasé una mano
por el desastroso cabello castaño rojizo, que había sufrido las consecuencias
de una mala tintura y un viaje de carretera en un descapotable. Las ondas
irregulares daban la sensación de pasar los dedos por una maraña de lana
enredada. Pronto elegí desistir en la tarea de llegar hasta las puntas y
simplemente me eché el cabello hacia atrás con las palmas de las manos.
—Por
supuesto, sabéis por qué estáis aquí.
Mis
ojos se quedaron fijos en el tipo del Consejo, cuya voz me parecía anormalmente
ronca y profunda para un hombre tan pequeño. ¿En serio nos iba a dar un
discurso formal sobre la política de trabajo y lo que se esperaba de nosotros
allí? ¿No podíamos saltarnos todos los formalismos y pasar a la parte
interesante, donde de hecho nos explicaba exactamente
cuál sería nuestro proceder? Había varias Universidades de interés allí —una pequeña investigación previa al viaje me había provisto de aquel dato—, aunque no sabía cuáles eran las
intenciones de las autoridades. Estábamos allí para proteger la ciudad, por lo
que la localización debía ser estratégica de algún modo.
El
hombre que, se suponía, estaba allí para comprobar que la misión estaba en
marcha, tomó el maletín con el que había cargado recelosamente durante todo
nuestro viaje. Apoyándolo sobre la mesa con una parsimonia exasperante, lo
abrió con un suave clic y retiró dos
sobres grandes de papel madera. Echando una mirada a los nombres rotulados en
el frente, extendió uno en mi dirección y otro en la de Jeremiah. Los dos los
tomamos con el ceño fruncido.
—Ahí
están sus papeles, credenciales, y cualquier tipo de información que podáis
llegar a necesitar —explicó con monotonía, como si tuviese que dar aquel
discurso todos los días—. Es vital que sepáis de qué se trata antes de entrar
al instituto, en caso que alguien les haga una pregunta sobre lo que ya está
registrado en vuestro expediente.
Mis
ojos se volvieron dos finas rendijas cuando saltaron del sobre al miembro del Consejo.
Si hubiesen sido dagas, hubiesen ido directamente a su yugular.
—¿Instituto?
¿Expediente? —solté, con un mal presentimiento—. ¿A dónde demonios iremos a
parar?
El
custodio me dio una mirada ofendida, como si el hecho de que yo estuviese
maldiciendo en su presencia fuese una falta grave. Le sostuve la mirada, dejándole
en claro que me importaba muy poco su posición, o lo que esperaba sobre mi
vocabulario. Había pasado siete horas del sábado en un jodido viaje, con
Jeremiah a mi lado sin dejar de quejarse, sólo esperando oír lo que él tenía
para decir. Dejaríamos los formalismos para otro momento.
—Al
Trinity School —comentó, volviendo a hurgar en su maletín hasta sacar una fotografía
en blanco y negro. Apoyó sobre la mesilla la imagen de un edificio de ladrillos
con un frente que se debatía entre lo señorial y lo moderno—. Es una de las
escuelas más prestigiosas de Nueva York.
—¿Iremos
a un instituto? —preguntó Jeremiah con incredulidad—. ¡Tengo veintiún años!
El
miembro del Consejo no parecía impresionado.
—Sus
identificaciones dicen que tienen diecisiete.
—No
quiero hacerme pasar por un adolescente —protestó el muchacho sentado a mi
lado.
Rodeé
los ojos, limitándome a ignorarlo.
—¿Por
qué el Trinity? —Aunque mi voz era neutral, yo tampoco me encontraba muy feliz
ante la perspectiva de hacerme pasar por alguien tres años menor. La gente en
las universidades generalmente tenía más independencia y era más fácil
permanecer en el anonimato. Los institutos siempre se trataban sobre eventos,
tareas grupales y otras estupideces que uno no podía saltarse. Si había algo de
lo que estaba segura, era que no eran amigos los que estaba buscando allí.
—No
sólo tiene prestigio, sino que además es uno de los institutos más costosos de
la zona —intervino Brayden, con ese tono apacible tan suyo—. Si tuviesen que
elegir un sitio al que atacar, adolescentes de las familias más acaudaladas de
la ciudad podrían ser un buen objetivo. La mayoría son hijos de funcionarios
del gobierno y personas de negocios, y el Consejo ha demostrado cierto interés
en la institución.
Asentí
ausentemente, escuchando el resoplido de los labios de Jeremiah, que no parecía
percibir que había una pieza perdida en aquella explicación. Era una pena que
tuviera que comportarme como si realmente estuviese bien con la idea de que él
se encontrara allí. La triste realidad era que, quisiera o no, lo necesitaba. Incluso
cuando nuestra misión parecía mucho más sosa de lo que había imaginado.
—Vuestros
uniformes deberían estar en los guardarropas, junto con otras cosas de utilidad
—prosiguió el custodio.
Mis
ojos viajaron a mi regazo, aún degustando con amargura la idea de tener que
usar un uniforme de instituto cinco días a la semana. Con cierto ausentismo,
abrí el sobre que había dejado apoyado en mis piernas. Dentro del mismo había
unos cuantos papeles que comencé a sacar y apoyar sobre la mesa. Había también un
documento de identidad, un par de identificaciones falsas, un pasaporte, dos
tarjetas de crédito y dos credenciales. Cogí el primero, abriéndolo y echando
una mirada analítica.
—¿Cathe
Brown? —pregunté, alzando una ceja.
Jeremiah
siguió el ejemplo, revolviendo con brusquedad los papeles dentro de su sobre.
—Jeremy
Brown —leyó, tomándose un momento para analizar el documento—. ¿Acaso
pretenderemos que somos hermanos? No nos parecemos en nada.
—Primos
—puntualizó Brayden, que parecía haberse guardado bien todo lo que sabía sobre
el asunto—. Explicaría por qué vivís juntos, o por qué os habéis transferido al
mismo tiempo. O por qué os conocéis, en cualquier caso.
Suspiré
profundamente. Una parte de mí había querido aferrarse a la posibilidad de que
quizás, sólo quizás, no tendría que pretender que Jeremiah existía dentro de
mis planes cuando nos encontrábamos pretendiendo ser estudiantes. Había
sopesado la posibilidad de que los dos nos encontráramos en la misma universidad,
cursando diferentes especialidades en edificios separados; lo suficientemente
cerca como para estar listos para pelear, pero no pegados como lapas. Parecía
ser que no tenía tanta suerte.
El
tipo del Consejo echó una mirada nerviosa, aclarándose la garganta antes de
decir:
—Yo
debería irme.
Brayden
asintió, como si hubiese esperado aquel contratiempo, mientras ambos se ponían
de pie. Jackson hizo lo mismo mientras su compañero se volvía hacia mí. De su bolso sacó una pequeña libreta, dos BlackBerrys
y dos dispositivos de comunicación directa con el Consejo. Era una especie de
radio con una identificación y una conexión directa con la institución.
Asignada a una persona, funcionaba sólo bajo la influencia de su energía. Eran
útiles en las misiones, ya que funcionaban incluso cuando había interferencia
de las señales regulares. O eso había oído.
—Allí
tenéis almacenado nuestro número y algunos otros contactos de importancia —apoyó
en la mesa los teléfonos móviles, luego dejando las radios también—. Evitad
llevar estos al instituto; usadlos sólo cuando sepáis que os podéis llegar a
quedar sin señal. Otros números de interés están aquí, incluido el de nuestro
apartamento —sacudiendo la libreta, también la aventó sobre la mesa.
Por
enésima vez en el día, me encontraba ligeramente desconcertada. Y no era una
sensación a la que pudiera reaccionar con otra cosa que no fuese agresividad.
Me frustraba que me dejaran afuera de los planes. Era mujer, sí. Era de las
personas más jóvenes involucradas con las misiones del Consejo, sí. Aquello no
les daba derecho a dejarme en vilo permanentemente, sólo a la espera de
órdenes. Sabía que era así cómo funcionaba, pero no podía hacerme a la idea de
sentirme sólo una ejecutora de lo que me pedían, sin voz ni voto.
—Espera
un momento. ¿Qué quieres decir con «vuestro apartamento»? —incluso cuando parecía una idea estúpida, agregué—: ¿Jackson
y tú no viviréis aquí?
Brayden
se mantuvo serio, aunque sus ojos verdes seguían siendo amables. Había algo que
siempre me había resultado extrañamente reconfortante en él, aún cuando me
encontraba molesta con el mundo.
—Es
peligroso, Candyse. Estaremos mejor si residimos en sitios diferentes.
—Además,
si queréis invitar compañeros aquí, será mejor que no estemos estorbando. —El
ocurrente comentario de Jackson, acompañado de un guiño, se ganó una mirada
filosa de Jeremiah. Yo simplemente decidí ignorarlo, sólo porque lo apreciaba
lo suficiente como para no desearle una muerte dolorosa.
—¿Y
qué pasa si queremos contactar con vosotros? En persona, quiero decir —cogí la
libreta, pasando las páginas. Había dos números de móvil y un teléfono fijo.
Nada más—. ¿Cuál es vuestra dirección?
Brayden
sonrió suavemente.
—Nos
reservaremos esa información. Si queréis vernos, nos contactáis por la radio o
por el móvil. Si necesitáis que detengamos el tiempo, es más rápido que nos den
la señal así antes que venir a buscarnos.
Suspiré.
Aparentemente, estaban empeñados en darnos la menor información posible en
todos los planos. Bien.
Antes
de salir, el hombre del Consejo se volvió también hacia nosotros.
—Sobre
la mesa tenéis las llaves del apartamento, de sus vehículos y los papeles se
encuentran en el sobre. Todo lo que podáis necesitar lo encontraréis en el
apartamento y, en caso contrario, a las ocho de la noche me pondré en contacto
con vosotros para daros las primeras instrucciones —se tomó un respiro en medio
del discurso ensayado, señalando el corredor con un mínimo movimiento de su
cabeza—. El intercomunicador está en la televisión de la habitación de la
señorita Prestwood. Si necesitáis algo más, podréis hacérmelo saber luego.
Sin
decir nada más, los tres hombres se retiraron. Cuando la puerta se cerró detrás
de ellos, permanecí en mi sitio. Jeremiah instantáneamente se levantó a
registrar la que sería nuestra vivienda por tiempo indefinido. Lo escuchaba
moverse y hacer exclamaciones de sorpresa, pero no podía sentir curiosidad al
respecto. A diferencia de lo que parecía suceder con él y su inconsciencia, yo
sabía a dónde nos estábamos metiendo y la ansiedad estaba volviéndome loca
desde hacía semanas. Había insistido hasta el cansancio para que me dejaran
participar de aquella misión, y nadie parecía feliz con la idea de dejarme
hacerlo. Sabía que contaba con el apoyo de Brayden, pero incluso él parecía
dirigirse a mí con cierto cuidado. Todo el mundo parecía estar esperando que me
quebrara en mil pedazos de un momento para el otro. Todos estaban aguardando
ese momento en el que rompiera en llanto y pidiera ayuda y consuelo, la
protección que habían estado ofreciéndome desde que mi vida había dado un giro
de ciento ochenta grados.
No
les daría aquel gusto.
Mientras
Jeremiah seguía investigando, decidí levantarme al divisar los tres mandos que
reposaban sobre la mesa de café, junto con los teléfonos móviles que había
dejado Brayden. Uno debía ser de la televisión, otro del reproductor de DVD, y
no cabía dudas que el blanco era el perteneciente al aire acondicionado. Sin
dudarlo ni un segundo, lo primero que hice al ponerme de pie fue coger el último.
El aparato se encontraba justo al lado del ventanal que llevaba al balcón, e
hizo un suave pitido cuando apunté en aquella dirección. Una fresca brisa
comenzó a correr por la sala, provocándome un placentero escalofrío.
Después
de unos segundos disfrutando del cambio de ambiente, cogí el sobre y arrastré
mis pies por el corredor. Había cinco puertas, todas pintadas del mismo blanco
impecable.
Las
dos primeras habitaciones resultaron un estudio y una habitación de invitados,
a juzgar por la decoración escasa y los armarios vacíos. El primero poseía un
largo escritorio, un ordenador y dos paredes llenas de libros. El otro cuarto estaba
equipado con una gran cama doble, un pequeño juego de sofás y un minibar. El
sitio seguía resultándome absurdamente grande, más sabiendo que sólo nosotros
dos viviríamos allí.
Las
últimas puertas daban a mi habitación y a la de Jeremiah, siendo la quinta el
baño principal. Nuestros dormitorios eran similares, sólo que uno estaba
pintado de azul y el otro de color crema. Jeremiah se encontraba ya
despatarrado sobre su cama de dos cuerpos, estudiando el mando de su televisor
de plasma. Mi cuarto era un reflejo fiel al suyo, con todos los muebles
situados en la dirección opuesta y una clara vista a Park Avenue. Las dos habitaciones
poseían su propio baño en suite, lo que suponía una auténtica tranquilidad.
Había otro minibar allí, por lo que la idea de recluirme en aquel pequeño
espacio del apartamento podía ser completamente viable.
Antes
de poder detenerme en los detalles de la habitación, mis pies se toparon con la
maleta que había despachado desde California. No se me había permitido llevar
demasiados efectos personales, ya que desde el principio había estado
establecido que sería el Consejo quien se ocuparía de los detalles. En la
maleta sólo había algunas prendas de ropa que no había querido dejar en casa,
algunos elementos de higiene personal y cosas como libros o accesorios para
hacer de aquella habitación algo que pudiese considerarse como mío. Mientras
retiraba las cosas, sin embargo, noté que los que habían preparado el
apartamento ya se habían ocupado de la tarea concienzudamente. A diferencia del
resto del apartamento, que lucía algo impersonal y demasiado ordenado para un
par de adolescentes, mi habitación tenía detalles como fotos mías de pequeña,
una tabla de corcho con papeles inútiles, boletos de conciertos a los que jamás
había asistido y notitas que no habían sido escritas por gente que conocía. No
era exactamente el sitio en el que yo hubiese podido estar viviendo, pero todo
el minucioso trabajo en los detalles evidenciaba que alguien vivía allí. Una
adolescente con una familia, un pasado y recuerdos de su antiguo hogar a los
que parecía no querer despegarse. Recuerdos que no existían.
Dejé
que el cansancio se exteriorizara en un suspiro mientras me dejaba caer sobre
el edredón color chocolate, mi espalda rebotando sobre la mullida superficie
del somier y el sobre cayendo a mi lado. Sabía que serian largas horas las que
tendríamos que esperar hasta saber algo más sobre la misión a la que habíamos
sido asignados. La reunión de hacía minutos no había sido muy instructiva.
Iríamos a un instituto pijo en lugar de a una universidad de la zona.
Deberíamos estar al pendiente de un montón de adolescentes, conviviendo entre
los que pertenecían a su último año. Estaba intentando no pensar en profundidad
lo que aquello significaba, porque el día ya había sido lo suficientemente
desagradable como para sumar motivos para aislarme del mundo en la habitación.
Sabía que, a pesar de todos los contratiempos, no podía dar la vuelta y
marcharme. No era una cuestión de cabezonería o de probar un punto a todas esas
personas que tenían miedo de mi actitud temeraria ante un reto pudiera
perjudicarme. Yo no era la misma persona en aquel entonces. Yo había aprendido,
y estaba dispuesta a enseñarles que podía hacerlo. Aquella era mi batalla, y no
había forma que pudieran apartarme de ella.
Con
un ligero dolor de cabeza, dejé que mis ojos se cerraran, apreciando el dejar
de ver el inmaculado blanco del cielo raso. Estaba segura que podría quedarme
dormida de un momento a otro, teniendo en cuenta que mis períodos de sueño de
las últimas semanas habían sido irregulares e interrumpidos. Claro, Jeremiah
también estaba en el apartamento, y él no parecía ni la mitad de cansado de lo
que yo me encontraba.
—Hay
cosas en la alacena —comentó—. Estoy muerto de hambre.
Mi
entrecejo se frunció y no me pareció necesario abrir los ojos. No estaba
hambrienta exactamente. Y tampoco estaba planeando cocinar para él.
—Ordena
algo —cuchicheé.
—¿Tienes
algún teléfono?
Alcé
la cabeza y abrí los ojos, tan sólo para fulminarlo con la mirada.
—¿Tengo
cara de Páginas Amarillas?
—¿Tienes
dinero?
—Ve
a un cajero —respondí, volviendo a echar la cabeza hacia atrás y a dejar que
mis párpados volvieran a ceder. Realmente tenía algunos dólares que nos habían
dado antes de salir de la villa, pero me encontraba tentada ante la idea de que
él se fuera de la casa y me diera un momento más en completo silencio—. Tenemos
las tarjetas, pero necesitaremos efectivo de cualquier modo.
Él
pareció considerarlo. Tenía la impresión que se encontraba algo sobrecogido por
la situación, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Tenía que reconocer que,
sí había que buscar un punto en común entre nosotros, nuestro orgullo podía ser
uno de ellos. Incluso cuando los motivos que lo sacaban a relucir eran muy
diferentes.
—Uhm,
sí, supongo que sí —murmuró. Hizo una nueva pausa—. ¿Las claves?
—Revisa
los papeles que nos dio el tipo del Consejo —mascullé, comenzando a irritarme
por la gran cantidad de preguntas inútiles que había soltado en tan poco
tiempo.
Escuché
los pasos de Jeremiah alejándose por el corredor, y respiré aliviada.
Generalmente me molestaba la compañía, y mi independencia me impedía entender
por qué la gente siempre parecía necesitar apoyarse en alguien más para hacer
algo. La vida me había acostumbrado a valerme por mí misma, por mis propias
decisiones y la fuerza que poseía para llevarlas a cabo. Había lidiado con las
consecuencias de mis propios errores, pero siempre lo había hecho sola. Cuando
actuaba, actuaba por mi cuenta, y sabía que no había a nadie más a quien culpar
cuando las cosas no salían como había esperado. No me importaba lo que dijeran
los demás si yo tenía convicción sobre lo que había hecho, lo que hacía o lo
que estaba dispuesta a hacer por mis propias causas.
Debí
quedarme dormida en algún momento, porque el olor a comida llenaba el ambiente
cuando volví a ser consciente de lo que me rodeaba. Con el cuerpo algo
entumecido, pero satisfactoriamente fresco, me puse de pie con pereza. Estiré
los brazos por sobre mi cabeza y mi camiseta se levantó, dejando mi estómago al
descubierto. Una mirada casual al espejo del tocador me bastó para saber que mi
cabello era un desastre aún mayor que cuando habíamos llegado, lo que sólo
evidenciaba que había tenido un buen período de sueño revuelto.
Caminé
con pasos lentos hasta la sala, aún acostumbrándome a un ambiente totalmente
nuevo al que me había rodeado desde que había nacido. Incluso desde el corredor
podía oír el sonido de la televisión en la sala.
Sin
decir palabra me desplomé junto a Jeremiah en el sofá, que no parecía
especialmente entretenido con un viejo capítulo de Doctor Who. Había una botella de cerveza a medio consumir sobre la
mesa de café, y él parecía haber estado dormitando hasta que yo me había
sentado a su lado.
—Saqué
quinientos dólares para cada uno —me comentó—, y te he dejado unas rebanadas de
pizza de queso en la cocina.
Asentí
vagamente, sin saber si él me había visto o no. Seguía sin mucho apetito, pero
podía hacerme de una cerveza. Aunque no estaba segura que aquello pudiera
relajarme, no perdía nada con intentarlo. Aún faltaban unas cuantas horas para
las ocho de la noche, y no sabía exactamente cómo haría para hacerlas
desaparecer lo más rápido posible.
Me
puse de pie y vagueé por la cocina, sintiéndome atraída por el olor y cogiendo
una rebanada de pizza y una cerveza de la equipada nevera para la vida diaria.
La misma, así como las alacenas y los recipientes sobre la isla, se encontraba
llena, y todo parecía dispuesto para poder cocinar en caso de ser necesario. De
hecho, estaba segura que un equipo de futbol completo podría vivir allí sin
tener que preocuparse por la falta de alimento.
Intenté
que el tiempo pasara estudiando el apartamento un poco más. Al salir al balcón
había comprobado que el calor de la ciudad seguía siendo tan intenso como
cuando habíamos llegado, y no se me antojaba volver a aquel infierno de
concreto. El ambiente allí estaba fresco y Jeremiah se había quedado dormido en
el sofá, por lo que me pareció una buena oportunidad para disfrutar de mi
soledad.
Comencé
por mi habitación. El closet estaba a tope, tal y como el custodio me había
informado. Tres mudas de un mismo uniforme de falda y camisa estaban dobladas
en un costado. Gemí cuando recordé que aquello era lo que debía vestir durante
toda la semana. ¿Por qué un uniforme? ¿Por qué simplemente no podía usar unos
tejanos y una camiseta?
Las
prendas que había seleccionado el Consejo eran, en un ochenta por ciento,
basura. No era que realmente me interesara demasiado, y estaba segura que
podría sobrevivir con dos o tres pares de pantalones, algunas camisetas y los
dos pares de tenis que hallé entre los numerosos zapatos bajos y los tacones.
Una cazadora, una chaqueta de cuero, algunas botas bajas para el invierno…
Había cierta variedad, aunque predominaban las prendas vistosas, todas
demasiado finas para un campo de batalla. Desechando un par de camisetas con
estampados estrambóticos, me pregunté si todo aquello realmente era necesario.
Estábamos allí para luchar, después de todo, no para jugar al cambio de imagen.
Dediqué
las siguientes horas a leer con cuidado las largas páginas que componían la
biografía de quien sería yo por a partir del lunes. Cathe Brown, diecisiete
años, ningún hermano u hermana, vivía con mi padre en Dunsmuir, California, me
había trasladado desde la Enterprise High School… No era información realmente
interesante. No tenía intención de hacer verdaderos amigos, por lo que tampoco
necesitaba hablar demasiado sobre mí. Con recordar lo meramente administrativo
estaría bien. Entre los papeles había también claves de tarjetas, indicaciones
para llegar a la casa y de la escuela extraídas directamente del Google Maps, un buen número de
direcciones que podían servirnos siendo adolescentes solos en Nueva York, y
otro tanto de información que leería en otro momento.
A
las ocho menos cinco, Jeremiah y yo nos encontrábamos sentados al borde de mi
cama, observando fijamente el televisor de plasma sobre el mueble. Entre la
información, estaba indicado que el botón de comunicación debía ser el número
278 del cable. Cuando lo había sintonizado, una pantalla azul se había quedado
inmóvil frente a nosotros.
A
las ocho en punto, la televisión emitió tres pitidos, y luego la imagen del
mismo tipo que había estado allí en la tarde apareció frente a nosotros.
—Buenas noches.
Los
dos respondimos educadamente. El tipo del Consejo volvió a aclararse la voz. Había
una expresión de aburrimiento en su rostro que parecía ir a la perfección con
su apariencia.
—Las instrucciones han llegado. —Aunque
era una premisa obvia, nadie dijo nada—. Tomarán
esta primera semana como reconocimiento. A partir del lunes entrarais a clases
regularmente y estudiarais el terreno. Intentad conversar con la gente y
acostumbraos al sitio. Nos comunicaremos con vosotros para futuras
indicaciones.
Mi
rostro se descompuso ligeramente en una expresión de descontento. Había
esperado que todo el misterio y la formalidad del mensaje significaran que nos
revelarían algo más sobre lo que debíamos hacer. De momento, sólo teníamos que
asistir al colegio de niños ricos y pretender que encajábamos.
No
había imaginado con exactitud qué esperarían de nosotros allí, pero aquello no
se había cruzado ni por los recovecos más recónditos de mi mente.
—¿Tenéis
alguna duda sobre todo lo que os hemos dejado?
Me
alejé de mis propios pensamientos al escuchar la voz del custodio otra vez. Sentí
los ojos de Jeremiah sobre mí, aunque mantuve los míos en la pantalla. Me mordí
el labio distraídamente, haciendo un rápido análisis de todas las cosas que
había tenido la posibilidad de estudiar aquella tarde. Todo estaba en perfecto
orden. Todo estaba preparado, hasta en el más mínimo detalle, para que no
hubiese problemas ni mayores exigencias. Exigencias que dudaba haber hecho, de
cualquier modo. Sabía que el Consejo no me quería allí. Era mejor no presionar
demasiado mi suerte si deseaba conservar el puesto que me habían asignado. No
era obediencia, sino discreción lo que necesitaba poner en práctica, aún cuando
la perspectiva era odiosa.
—No
—sentencié finalmente, hablando por los dos.
—De
acuerdo. —El tipo en la pantalla bajó la vista, y se tomó unos buenos segundos
para estudiar algo que estaba fuera de la toma de la cámara—. Tenemos
registrada una extracción de mil dólares de la tarjeta del señor Sykes.
No
me extrañó en lo más mínimo que los del Consejo supieran aquello. Teníamos las
comodidades, las facilidades y el lujo, pero nunca había puesto en duda el
hecho de que ellos controlaban todos nuestros movimientos. Nada de lo que
sucedía allí era planificado sobre la marcha. Si quería un poco de aire, tenía
que asegurarme primero de saber dónde podía respirar con tranquilidad.
—Sí,
él ha retirado algo de efectivo para nosotros.
La
imagen frente a nosotros dio un seco asentimiento.
—Bien.
El tipo volvió a tomarse su tiempo para
analizar algo fuera de nuestro campo de visión, dándonos una vista parcial de
una prominente calva bajo la mata de cabello gris.
—De
acuerdo —repitió—. El señor Woodsen se mantendrá en contacto permanente con
vosotros. Si tenéis alguna duda, contactaros con él antes de hacerlo con el Consejo.
En caso que sea algo que él no pueda solucionar, debéis sintonizar este canal,
presionar el botón naranja del mando y aguardar. Nosotros os buscaremos en
vuestras radios o teléfonos en caso que tengamos un comunicado especial.
Después
de un movimiento afirmativo con la cabeza, eché una mirada distraída al aparato
apoyado sobre la cama. En la esquina inferior derecha, un pequeño botón
anaranjado sin rótulo destacaba entre los grises y los de color rojo, verde,
azul y amarillo. Nunca me había detenido a estudiar un mando de televisión,
pero suponía que aquél no debía ser del todo convencional. Pocas cosas en
aquella casa lo eran, aparentemente.
—Estad alertas, por favor —pidió, en
un monólogo que parecía interminable—.
En especial usted, señorita Prestwood. Nunca sabemos cuándo puede haber un
ataque en la ciudad.
Asentí secamente, sabiendo lo que se esperaba de
mí. Desde el principio, me había apoyado en mi don para convencerlos que yo era
la indicada para aquella misión. Sabíamos que la zona de Nueva York y
Washington eran las más riesgosas, teniendo en cuenta que allí se encontraban
las personalidades más poderosas del país y, aparentemente, algo que alguien
estaba buscando. Yo podía sentir el peligro. Si había algún mago que merecía un
espacio sin la preparación suficiente, era alguien que pudiera anticiparse a los
hechos antes que estos explotaran en las caras del equipo asignado. Yo era su
persona, o eso era lo que había intentado meterles en la cabeza durante largos
y cansadores meses. Con un poco de optimismo, intentaba convencerme que había
funcionado y que realmente me necesitaban en aquella misión. No todos estaban
contentos con la decisión, pero mi petición había sido aprobada en toda regla.
Los ataques habían comenzado a salirse de las manos de las autoridades mágicas,
y no podían darse ese lujo cuando su poder parecía estar siendo puesto a
prueba.
—Eso
es todo, entonces —el hombre del Consejo sentenció y, puesto que Jeremiah
parecía desprovisto de la capacidad para hablar o mover su cuerpo, me encargué
de confirmárselo con un vago «Lo es».
El tipo asintió e hizo una dramática pausa antes de soltar—: Suerte.
Después
de eso, la comunicación se cortó inmediatamente, quedando otra vez la pantalla
azul frente a nosotros. Observándola fijamente, aún podía sentir el eco de la
última palabra adherido a mis oídos.
«Suerte».
Sí,
necesitaríamos algo más que eso.
5 left a comment:
No puedo decir que no me has sorprendido, siempre superas con creces mis expectativas... espero que esta interesante historia continúe pronto. Saludos...
@J. Chris Me alegro :) La verdad es que de momento se sabe poco y nada, pero ya iré dejando más información. El capítulo que viene será un poco más interesante, creo yo jaja. ¡Muchas gracias por comentar! :)
Besitos.
Soy pésima como lectora en lo que respecta a seguir las historias que no están completas, por lo que de seguro veras mis comentarios días después de la actualización, pero los veras
Siempre he creído que crear otro "mundo" es algo muy difícil, y no solo por el hecho de todas las cosas que se crean, sino porque normalmente no se reciben muy bien y cuando trata sobre fantasía es muy fácil cruzar la línea que topa con lo ridículo, por eso admiro este tipo de historias y a sus autoras. Y creo que si esta historia fuera libro ya estaría en mi estante porque el primer capítulo se sintió tal como me hace sentir el primer capítulo de la mayoría de los libros que tengo en el, de hecho incluso me atrevería a decir que se sintió mejor que algunos.
@Crisálida Críptica Jajaja, lo entiendo, a mí también me pasa; me alegro de cualquier modo que, aunque leas después, te tomes la molestia de comentar :)
La realidad es que sí, crear un mundo diferente es difícil; esa fue, quizás, una de las razones por las que fui postergando esta historia. Creo que uno tiene que tener todo muy 'claro' antes de ponerse a escribir, porque ciertamente correr el riesgo de que se llegue al absurdo si uno no está atento a los detalles. La verdad es que ha sido un trabajito, y me pone muy contenta leer eso. Hace años que vengo con esta historia y realmente busco opiniones porque, entre nos, es un género que me encanta (aunque creo que eso ya lo sabías jajaja).
Muchísimas gracias por leer. Espero que lo siguiente siga pareciéndote bueno :)
¡Besitos!
Por fin he podido leer el primer cap!
Espero tener tiempo pronto para leer el segundo (ahora ya me tengo que ir).
Me ha gustado, pero eso ya lo sabes ;)
Espero q nos leamos pronto
Bikos
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