«Casa de Naipes»: Capítulo XI.

Aunque no lo había creído realmente posible después de tantos intentos fallidos, Zachary respetó mis palabras y no volvió a aparecer en la librería en las siguientes semanas. En un principio, no pude hacer más que preocuparme por él. Si había algo que me había probado con el paso de los días era que él no se tomaba mis palabras en serio. Después de haberle pedido una innumerable cantidad de veces que me dejara fuera de sus juegos, el propietario de la casa de Edgemont me había ignorado olímpicamente, volviendo siempre por más, presionando mis límites hasta el máximo. Sin embargo, por unos cuantos días, no supe nada de él. Sólo el viernes después de nuestro último encuentro, Scott ingreso en la librería antes que cerrara.

—Hola —fue todo lo que pude decir, en tono cauteloso.

Él hizo un simple asentimiento con la cabeza antes de fijar su vista en los libros, con ese fisgoneo incómodo de quien busca algo y no puede encontrarlo. Su vestimenta compuesta de texanos y camisas de franela bajo chaquetas parecía ejercer tal contraste con la de Zachary, que verdaderamente me costaba pensar que aquellas dos personas pudieran trabajar juntas.

Buscando algo para hacer, comencé a repasar el listado de libros en mi ordenador, aunque manteniendo siempre un ojo en Scott y su andar por la librería. De la misma forma que su superior gastaba su tiempo allí, él mantenía un paso tranquilo, aunque sólo parecía estar conteniendo sus deseos de salir pitando de allí. No le tomó más que diez o quince minutos acercarse hasta el mostrador, con tres libros en sus manos: Cuento de Muerte de Craig Rusell, y Desesperación y Cazador de Sueños de Stephen King. Fruncí el ceño mientras él me los pasaba con una expresión inescrutable.

—¿Son para Zachary?

Él ladeó suavemente la cabeza, soltando un suspiro que, en mi opinión, parecía de resignación.

—Sí.

Pasé los tres distraídamente por la máquina, aún mirándolo.

—¿Por qué no vino él?

Scott suspiró nuevamente, pasándose una mano por el cabello. Ya no quedaba dudas que era un gesto de forzosa aceptación de mis preguntas, y posiblemente cansancio de tener que estar allí. Zachary lo había enviado, lo que parecía absurdo. Él y Scott no tenían una buena relación, y me costaba creer que el mismo tipo prepotente que conocía fuera a pedirle un favor a alguien a quien parecía querer desobedecer permanentemente. Lo cual no tenía sentido, tampoco, porque Scott trabajaba para él…

Era confuso, pero ya no me extrañaba mucho. Aquel hombre necesitaba un manual de instrucciones.

—Me ofrecí a venir por él —dijo secamente—. Tenía trabajo que hacer.

De alguna forma, la perspectiva me desilusionó un poco. No era que realmente hubiese deseado que Zachary no cumpliera con mi pedido de mantenerse lejos de mí. Algo dentro de mí lo había creído tan poco probable, que casi lo había descartado como posible. No me había hecho a la idea de que él desearía seguir mi consejo y… era extraño. De alguna forma, a pesar del alivio de no tenerlo allí, no podía evitar sentirme un poco decepcionada.

Le pasé los libros a Scott en una pequeña bolsa de papel, conteniendo el impulso de preguntarle si Zachary no planeaba regresar. Quizás era cierto, y él realmente tenía mucho trabajo que hacer…

—Eres simplemente un juego de rebeldía, Jolene. —La voz resuelta de Scott me sorprendió, sacándome de mis pensamientos—. Siento decirlo así, pero… tienes que entender eso.

Cortando cualquier derecho a réplica con un sencillo «Nos vemos», Scott se retiró de la librería, el sonido de la bolsa haciendo eco con sus pasos hasta que se encontró fuera de mi vista. Me quedé allí, observando el vacío por un momento y reproduciendo nuevamente sus palabras en mi mente. No era ninguna novedad que Zachary no se tomaba en serio lo que estaba sucediendo allí, fuese lo que fuese. Sin embargo, no podía terminar de comprender por qué nuestra… relación estaba marcada por la rebeldía, por el hecho de que yo podía hacerle algún tipo de mal. ¿Cómo era que Scott, incluso Zachary, podía pensar que yo suponía algún tipo de peligro, que podía causarles problemas si me mantenía en contacto? ¿Acaso era la única que notaba que la única amenaza allí era para mí, y que estaba corriendo demasiados riesgos al seguir manteniéndome dentro de ese «juego», como había sido llamado?

Suspiré, sacudiendo los pensamientos sobre el tema. No podía esperar a que el viaje a Nueva York llegara de una buena vez.

Zachary no volvió a pasar por la librería. Scott regresó una vez más, comprando los libros y yéndose tan rápido como había llegado, y sin ningún otro mensaje críptico para mí. Llegada la víspera de Navidad, no me quedó más que aceptar que, aparentemente, mi pedido había sido tenido en cuenta por primera vez. Zachary se había decidido a mantenerse fuera de mi vida, y no sabía realmente cómo me hacía sentir aquello. Cada vez que pensaba en el asunto, me invadían sensaciones ambiguas.

La cena de Navidad llegó antes de ser consciente de ella. Realmente, desde que Nate lo había propuesto, no podía pensar en otra cosa que no fuese dejar Loch Arbour y pasar algo de tiempo de calidad en la Gran Manzana. Sabía que él estaría ocupado, por lo menos durante nuestros primeros días de viaje, pero igualmente allí había mucho para hacer por mi cuenta. Ya había hablado con mi tía, y teníamos pendiente un encuentro y unas cuantas cosas para compartir. Además, moría de ganas de ver su local en la parte baja de Manhattan. Ella me había ofrecido quedarme los primeros días en su casa en Long Island mientras Nate realizaba su trabajo. Luego los niños regresarían con otro profesor, dejando a mi compañero libre para pasar unos días conmigo. Sonaba como el plan perfecto. Sólo esperaba sobrevivir las dos semanas que restaban para la salida.

Como era frecuente, toda la familia se reunió para cenar el 24 de diciembre y pasamos la víspera de Navidad en casa de mis padres. El viaje que Nate tenía planeado ya era un hecho, por lo que nadie se privó de hacernos regalos que podríamos usar allá: no sólo ropa de invierno, sino también guías de la ciudad y elementos de supervivencia para el viaje. Incluso cuando no habíamos ido en mucho tiempo, era un poco exagerado —especialmente porque mi tía vivía allí y conocía Manhattan a la perfección—. Sin embargo, les agradecía a todos por el entusiasmo. Ya no era difícil ver que mi familia y amigos parecían haber notado mi cansancio en el último tiempo. No estaba durmiendo bien y, aún cuando era normal que me perdiera en mis propios pensamientos y me ausentara del mundo real frecuentemente, había estado bastante… ausente. Zachary no había estado errado cuando había dicho que pensaba demasiado. Era una parte inevitable de mí.

En año nuevo, todos nos reunimos en la playa después de las doce. Era una vieja costumbre juntarnos todos allí y brindar informalmente con vasos de plástico frente a la orilla. No me extraño que ya todo el pueblo estuviese al tanto de mi pequeño viaje, y tampoco lo hizo el hecho de que todos me saludaran como si me fuera a una expedición de la NASA. La cotidianeidad y familiaridad entre todos hacían una noticia enorme de algo que no era más que una pequeña anormalidad en la rutina. Extrañaba a Johnny, que aún estaba en Nueva York y tapado de trabajo, pero la perspectiva de verlo durante el viaje, aunque fuera por rato, compensaba el que no pudiera pasar las fiestas con nosotros.

Zachary lógicamente no estaba allí —ya no era algo que me extrañara, sino que más bien lo tomaba como un hecho—, por lo que me había resignado a no saber nada más de él en los pocos días que quedaban antes de mi viaje.

El sábado me encontraba pensando en ello mientras preparaba las últimas valijas de Nate, ya que nuestro vuelo salía temprano en la mañana y teníamos que hacer todo con minutos de sobra. Viajábamos con un contingente de adolescentes, por lo que también debíamos calcular tiempo extra por cualquier cosa, lo que nos dejaba con apenas unas horas de sueño antes que tuviéramos que volver a levantarnos. Puesto que teníamos que salir con un autobús desde el instituto, había decidido quedarme en el apartamento de Nate, que se encontraba mucho más cerca de nuestro punto de partida que el mío.

Decidida a disfrutar de aquel viaje a pesar de todo, trepé a la cama de Nate. Él había comenzado a hablar por teléfono e, incluso siendo las once y media de la noche, seguía conversando fervientemente en la sala. No era por su tono de voz que me daba cuenta que estaba ansioso, sino la velocidad con la que sus pasos se sucedían los unos a los otros sobre el suelo. Sin necesidad de verlo, ese mero gesto bastaba para transmitirme su ansiedad.

Diez minutos después, Nate se encontraba sentándose en la cama. Yo había estado mirando las noticias distraídamente, esperándolo. Mi intuición no había sido errada y él, efectivamente, se encontraba ansioso, aunque no por los motivos que yo había pensado. Creía que la cercanía del viaje y la presión de una posición que hacía tiempo que los muchachos del instituto no conseguían lo tenían de los nervios, pero él pronto disipó mis dudas.

—Jason no puede viajar —dijo con desánimo—. Su madre está internada y ha decidido quedarse con su hermana menor.

Fruncí el ceño. Jason… Jason…

—Oh —la realización llegó a mí cuando recordé haber escuchado el nombre alguna que otra vez de los labios de Nate. Jason era su suplente, y ambos estaban juntos en partidos, eventos y competencias. Él sería quien regresaría con el grupo cuando las Nacionales hubiesen terminado. Aquel último dato fue el que terminó de hacer entendible la desilusión en el rostro del joven frente a mí—. Oh —repetí—. Bueno, pero no te preocupes por ello. Ya buscaremos la manera de hacer un poco de tiempo para ambos.

Nate sonrió un poco, aún con aquella amargura infantil en sus facciones. Se inclinó para darme un rápido beso sobre la punta de la nariz.

—Espero que podamos —comentó, levantando las cobijas—. Ahora será mejor que ambos aplastemos la cabeza en la almohada, porque el mero hecho de pensar en la hora a la que programé la alarma me hace sentir mal.

Reí suavemente mientras él se arropaba, acurrucándose contra mi cuerpo ya caliente.

—Vale, vale.

La mañana, efectivamente, llegó demasiado rápido para los dos. Ni siquiera había dormido cinco horas cuando la estridente alarma desencadenó una serie de maldiciones de la boca de Nate, en tanto yo gemía contra la almohada e intentaba ignorar el fatídico sonido y lo que el mismo significaba. Mi compañero tampoco parecía muy dispuesto a levantarse, ya que sólo golpeó el reloj distraídamente, metiendo luego su brazo bajo las sábanas nuevamente. Nadie tenía que decirme que afuera hacía un frío de muerte, para variar.

—Levántate —murmuré, con voz adormilada.

—Levántate tú —supuse que dijo Nate cuando gruñó en respuesta.

Reí, haciendo un auténtico esfuerzo para incorporarme. Las cosas estaban preparadas y sabía que la ansiedad de Nate lo había obligado a programar el reloj para antes de lo debido, por lo que me puse de pie con calma y me dirigí al baño. Una ducha caliente tendría que despertarme. O eso esperaba. No era como si pudiera dormir mucho durante el viaje. Un autobús nos llevaría hasta Newark, dónde haríamos la conexión con el PATH que nos llevaría hasta Manhattan. Un avión hubiese sido mucho más rápido, pero los tickets eran costosos y llevar a un grupo de adolescentes revoltosos al aeropuerto de Newark no parecía la mejor idea. Nate me lo había comentado las semanas pasadas mientras él y su compañero armaban los planes para el viaje.

Cerca de las ocho de la mañana, los dos salimos para el instituto, bajando por West Park Avenue. Aunque hacía tiempo que no recorría Ocean Township, me encontraba bastante familiarizada con el sitio. Había asistido a la Universidad de Monmouth, por lo que aquel lugar había sido como mi hogar durante unos cuantos años. Sin mencionar que mis días de adolescentes de instituto habían transcurrido en el sitio al que arribamos minutos después de haber dejado el apartamento. Una inevitable sonrisa cruzó mi rostro ante la visión del edificio donde había estudiado años atrás.

—Que nostalgia —murmuré.

—Que cansancio —fue su réplica, ocultando una sonrisa—. ¡Tengo que estar aquí hasta los domingos!

Los dos atravesamos tranquilamente el campo frontal que poseía la escuela. Habíamos llegado con tiempo de sobra, por lo que aproveche la oportunidad para que Nate me diera un pequeño recorrido por los exteriores. Habían hecho unas cuantas mejoras desde que nosotros habíamos asistido, pero aún así seguía siendo el mismo sitio donde había crecido. En medio de nuestro recorrido recibí una llamada de la hermana de Nate, deseándonos buen viaje. Había hablado con ella los días pasados, y había accedido a hacerse cargo de la librería durante el tiempo que estuviéramos ausentes. Me había asegurado que, si bien seguía trabajando con su madre, podía llevarse cosas para hacer en mi local. No era como si Loch Arbour tuviese un ávido pueblo lector, de cualquier forma.

El grupo de muchachos comenzó a llegar de a poco antes que el reloj diera las nueve y media, Nate dejando nuestra charla para ir a ayudarlos con sus maletas y todo lo que debían cargar en el autobús. Más allá de los usuales problemas adolescentes antes de un viaje —«No sé dónde quedó mi cámara», «Espero que mi madre no me llame todo el tiempo», «No voy a sentarme con él», «No seas marica», y otra buena serie de frases flotando por el aire—, todo se organizó bastante rápido y, antes que me diera cuenta, nos encontrábamos rumbo a Newark con un séquito de adolescentes hablando a los gritos.

—La historia de mi vida —comentó Nate, cuando mi vista se quedó siguiendo el trayecto de una botella que voló de una punta del vehículo a la otra.

En la estación, las cosas fueron diferentes. Realmente era difícil mantener a los muchachos en orden y hacerlos viajar sin que molestaran al resto de los pasajeros. Aunque eran veintidós jóvenes de entre dieciséis y dieciocho años, parecían un batallón de cien ruidosos hombres adultos. ¿Desde cuándo los adolescentes eran tan altos? Yo recordaba al equipo de básquet de mi generación, y estaba segura que ninguno había parecido jamás tan intimidante.

—Gracias a Dios que viniste conmigo —comentó Nate mientras pasábamos velozmente los edificios, la voz por el altoparlante anunciando ya que estábamos llegando a destino.

Hacer que los muchachos se organizaran para salir fue otro suplicio. La belleza de la ciudad de Manhattan se irguió frente a nosotros cuando conseguimos encaminarnos hacia la salida que daba a la Séptima Avenida. Ni siquiera pude reparar demasiado de los gritos de los muchachos o de Nate para calmarnos cuando los altos edificios me envolvieron con su majestuosidad. La jungla de autos amarillos y personas apuradas parecía tan abrumadora y, sin embargo, tan atractiva. La nieve contrastando contra el transitado pavimento era un paisaje tan atípico a mis ojos. Todo era tan… tan… perfecto.

—¡Joey, ven! —exclamó Nate—. Es cruzando la calle.

Con mi compañero comendando el grupo y manteniéndome detrás de todos los jóvenes, cruzamos la avenida y nos encaminamos a la recepción del Hotel Pennsylvania. No me sorprendió que nos encontráramos con otro grupo de animados jóvenes, ni tampoco que un tío se acercara para darle un amistoso abrazo a Nate. Pronto empezaron a hablar sobre la posibilidad de ser un reemplazo para Jason, por lo menos en lo que duraba nuestra estadía en Nueva York, y me mantuve al margen mientras los adolescentes discutían sobre la posibilidad de entrar a algún bar de la ciudad con su edad. Así fue hasta que Nate se acercó a mí, pasando un brazo por sobre mis hombros con una sonrisa.

—Así que esta es la afortunada —dijo el muchacho con una sonrisa. Debía tener más o menos nuestra edad, aunque el bronceado y el cabello rubio oxigenado me daban la impresión de estar hablando con un veinteañero—. Greg Thompson, gusto en conocerte.

—Jolene Clare —me presenté, intuyendo que, de cualquier forma, él ya lo sabía.

La siguiente hora la gastamos organizando a los muchachos en las habitaciones que les correspondían —los organizadores del evento habían sido los encargados de escoger y pagar el hotel, por lo que las asignaciones ya estaban hechas y chequeadas cuando llegamos a anunciarnos a la recepción— y pidiéndoles que se acomodaran. Era temprano aún, pero aquella jornada la tendrían libre. Al día siguiente, me explicó Nate, harían un buen entrenamiento hasta media tarde, dejando la noche para el descanso. El 10 tenían el primer partido, y la ansiedad parecía palpable incluso aquel día. Nate era la viva prueba de ello.

—Tenemos posibilidades de ganar —comenzó a parlotear felizmente—. Los muchachos son realmente buenos.

—Y tienen un buen entrenador —bromeé.

Los dos nos encontrábamos arreglando nuestras cosas en la habitación que él debería haber compartido con Jason. No tenía sentido que fuera a parar a casa de mi tía si podía quedarme allí y pasar un poco más de tiempo con él, además de ayudarlo. No cabía duda que él estaría ocupado, y yo también tenía mis propios planes, pero por lo menos podíamos compartir unos momentos antes de salir. Entre tanto caos, Nate siempre había sido mi cable a Tierra. Y aunque era increíblemente egoísta y desconsiderado —y otra serie de terribles adjetivos en los que prefería no pensar—, lo necesitaba junto a mí. Nate me hacía sentir… especial, algo que rara vez podía sentir dadas las nuevas circunstancias.

Los muchachos irían a recorrer la ciudad con Nate y Greg. Aprovecharían para ver los lugares y comenzar a entrar en calor para el día siguiente con una buena caminata. Si bien me ofrecieron el ir con ellos, decliné la invitación. Quería darle una sorpresa a mi tía y visitarla en la librería, para avisarle además que estaría quedándome en el Hotel Pennsylvania. Luego quizás podíamos arreglar una cena o algo. Con la mejor de las suertes, no nos quedaríamos mucho más que dos semanas en Nueva York, por lo que quería aprovechar el tiempo que teníamos juntas. Ella no había podido viajar para las fiestas ese año, ya que estaba con algunos problemas en su negocio —falta de personal, según recordaba—, por lo que hacía meses que no la veía.

Volviendo a la Penn Station, me dirigí hasta las máquinas y saqué un boleto de ida en el Long Island Rail Road. La librería no quedaba demasiado lejos de la estación en la que debía bajarme, por lo que pronto estaría allí.

Me entretuve durante el viaje observando los paisajes nevados que iba dejando atrás a medida que el tren avanzaba hasta la estación Mineola. Con subidas y montículos de nieve, todo me parecía increíblemente fascinante. La cantidad de nieve y los espacios de vegetación no distaban demasiado de aquellos a los que yo conocía, pero el hecho de estar allí… lo hacía mágico. Había un contraste de viejas construcciones ocultas entre los espacios verdes nevados, con cierto aire de dejadez que parecía extraído de una postal. En contraste con el centro de la ciudad, los alrededores resultaban tranquilos y atractivos a la vista en un sentido mucho más artístico. Era una ciudad hermosa, sin importar desde donde se la viera.

Eran las cinco y veinte de la tarde cuando entré a la librería. Había notables diferencias entre su local y el mío a simple viesta. Más allá del tamaño, la gente parecía ser un factor natural. Mientras yo podía encargarme por mi cuenta de la librería, allí había una sola muchacha morena que parecía no dar abasto con los cinco o seis clientes que se encontraban ojeando las estanterías y dispuestos a hacerle consultas. Intuía que mi tía había tenido sus motivos para quedarse allí. Me abrí paso hasta el fondo del lugar, donde la mujer de largos cabellos castaño rojizos y gafas se encontraba trabajando. Cuando me vio aproximarme al escritorio, sus ojos azules se abrieron con alegría, en tanto una sonrisa cruzaba su rostro.

—¡Joey! —exclamó, dejando su puesto para darme un rápido abrazo. Pronto tuvo que volver detrás de la caja registradora cuando un muchacho se acercó para pagar—. ¡No recordaba que llegabas hoy!

—Nate decidió viajar temprano y llegar con tiempo —expliqué mientras ella envolvía el libro.

Procedí a contarle cómo había sido nuestro viaje, cómo estaba la familia, qué tal habíamos pasado las fiestas y demás nimiedades mientras, de tanto en tanto, ella cobraba a los clientes que se acercaban a la caja. Después de la sorpresa inicial por el movimiento que había dentro de la librería, fui capaz de absorber los familiares detalles. Mi tía tenía un ojo exquisito para la decoración, eso lo sabía, pero había hecho remodelaciones desde la última vez que había estado allí que realmente favorecían al lugar. Las paredes pintadas de lavanda le daban un aire pacífico que iba de maravilla con los muebles de madera oscura y el olor a libros nuevos mezclado con aromatizante de vainilla. Junto con los sofás color crema y las luces bajas en el fondo, el sitio invitaba a quedarse allí para siempre. A pesar de la fecha, los adornos de Navidad aún se encontraban allí —pino incluido—, dándole un aire casi fantasioso. Ella definitivamente sabía lo que hacía cuando ponía manos a la obra sobre la apariencia del lugar.

—Me encanta lo que has hecho con este sitio —comenté.

Ella rió.

—Aun tengo que sacar toda esta abominación navideña, pero no he tenido tiempo —comentó, con un tono ligeramente bromista—. Creo que este año me he excedido un poco.

Con sus treinta y cinco años, siempre había visto en ella más a una hermana mayor que a una tía. Era una persona ligeramente estrafalaria pero segura de sí misma, que había pasado por numerosas relaciones sin dar con el hombre indicado. Le gustaba viajar, le gustaba vivir intensamente, y había poca gente que entendía su estilo de vida despreocupado y rodeado de literatura. Yo posiblemente era una de ellas, y no podía evitar sentir un poco de sana envidia —en caso que la envidia pudiese ser «sana», aquella hubiese sido la forma más pura—. Ella había arriesgado mucho por la vida que llevaba, pero cualquiera que la viera podía decir que era feliz. Sabía que Julianne deseaba una familia, mas me había confesado que jamás apuraría las cosas. Lejos de la ideología de la gente que vivía a mi alrededor, para ella el matrimonio y los hijos eran cosas que no necesitaba presionar. «Si tienen que llegar, llegarán algún día, cuando menos me lo espere», siempre decía.

Alrededor de las siete de la tarde, mi tía comenzó a cerrar. La muchacha que trabajaba con ella se retiró temprano cuando le dijo que nosotras nos encargaríamos de dejar últimas el local. Habíamos acordado ir a cenar a algún sitio y, si bien habíamos hablado bastante, parecía bien seguir con nuestra charla un rato más. Realmente Julianne era una de esas personas con las que podía pasarme horas conversando, incluso cuando yo no era una persona increíblemente extrovertida. Ella me había visto nacer, crecer y, aún a través de la distancia, se había mantenido en contacto conmigo para saber que mi vida seguía bien.

—Hay un restaurante italiano cerca de mi casa que me encanta —me contó, sacando las llaves del negocio para terminar de cerrar—. ¿Nate se nos unirá?

—No, él tiene que quedarse en el hotel —le expliqué. Había hablado con él hacía más o menos una hora. Con fascinación, me había contado los sitios donde habían estado aquella tarde, asegurándome que intentaría darles de comer a los muchachos y meterlos en la cama antes que pudieran escapársele—. No sé si se nos podrá unir en estos días. Uno de sus ayudantes se enfermó, y prácticamente está solo.

—Oh, es una lástima —respondió, guiándome hasta el Nissan Versa aparcado a unos metros de la librería.

El restaurante era un sitio pequeño, con la cocina en la parte de adelante, oculta tras una larga barra de madera y un par de butacas, y un aire familiar que lo hacía agradable. Pasando la entrada y caminando por un breve corredor, nos acercamos hasta el pequeño podio al final del mismo. Pedimos una mesa a una muchacha rubia de sonrisa amable, que nos guió a una habitación cuadrada con unas cuantas mesas en el centro y una hilera de reservados en cada una de las paredes laterales. Todo el sitio seguía los tonos claros y cierto aire hogareño que parecía ir bien con la habitación pequeña y los menús hechos en madera. Ocupamos uno de los puestos contra la derecha, siendo servidas pronto por un muchacho con un marcado acento latino. Era de estatura y complexión media, de corto cabello azabache y con unos grandes y cálidos ojos pardos. No debía tener más de veinte años.

—¿Qué puedo traeros, señoritas?

Ambas sonreímos y sentí su mirada sobre mí mientras hacíamos el pedido. Con ligera incomodidad, ordené espaguetis con salsa de tomates. Mi tía me dio una mirada significativa antes de pedir una pizza individual y las bebidas para ambas. En cuanto el muchacho se retiró, ella no pudo evitar comenzar a reír.

—¡Que mono! —exclamó—. Si no tuvieras novio, te diría que le pidieras su teléfono en este mismo instante.

Reí, soltando inconscientemente:

—Los hombres ya me han dado suficientes problemas, gracias.

Mi tía frunció el ceño en el preciso instante en el que me di cuenta que había hablado sin pensar. Bien por mí.

—¿Por qué tengo la impresión que no hablamos de Nate aquí?

Me mordí el labio y me quedé observando a Julianne fijamente. No había hablado de aquello con nadie, incluso me había prohibido a mí misma pensar en el asunto más de la cuenta. Nadie sabía sobre Zachary, pero era perfectamente consciente que en Loch Arbour no era algo que pudiera contar a la ligera. La naturaleza curiosa de los habitantes y la pequeña superficie en la que vivíamos eran factores suficientes para que cualquier detalle pudiera extenderse como pólvora. Allí, dentro de un pequeño restaurante de Long Island, lleno de gente y sobre un transitado paseo de la ciudad, mi secreto parecía una nimiedad. Sabía que podía confiar en mi tía, y quizás, sólo quizás, un consejo podía ayudarme. Me encontraba en el punto en el que había huido para evitar cualquier contacto con Zachary y su ambiente, por lo que, a aquellas alturas, podía aceptar cualquier tipo de ayuda.

—Yo…—Mantuve un silencio profundo. Era la primera vez que lo decía en voz alta, y parecía que había una gran diferencia del pensamiento a las palabras—. Estuve con alguien más. —Tragué pesado ante la ligera sorpresa en el rostro de mi tía—. Fue todo muy… inocente, quiero decir, sólo unos besos, pero…

—¿Estás enamorada de este hombre? —me interrumpió. No había prejuicio en su voz, pero no hubiese esperado menos de ella. Su tono era suave, conciliador.

Realmente no había pensado en ello, pero conocía la respuesta. Sabía que lo que sentía por Zachary no era más que una atracción absurda, que un deseo desmedido por algo que apenas conocía. Si tenía que hablar de amor, sabía que lo que sentía por Nate lo era. Era un tipo de amor diferente al que mi tía hacía referencia, sin embargo, y también era muy consciente de ello. Nate siempre había sido una especie de mejor amigo para mí, alguien en quien podía confiar, que estaba ahí para mí cuando lo necesitaba. Él conocía mis costumbres, mis berrinches, mis miedos y todo lo que significaba quererme. Él me entendía, pero no estaba segura que aquello fuese el tipo de amor del que se podía hablar cuando uno está enamorado de alguien.

—No, pero lo que siento por él… es intenso —admití, haciendo hincapié en la última palabra; era la única que parecía definir bien lo que Zachary significaba para mí—. No sé mucho sobre él, y me siento mal por todo esto, pero… pero… —Tuve que quedarme en silencio porque creí que en cualquier momento podría ponerme a llorar allí de mera frustración. Las últimas semanas habían sido una locura.

Nuestras bebidas llegaron antes que mi tía respondiera. El muchacho que nos atendía pareció percibir el ambiente de seriedad en la mesa, porque simplemente dejó las botellas y se retiró en silencio, dándonos una rápida sonrisa después de un agradecimiento de nuestra parte. Cuando se fue, me entretuve dándole un sorbo al té helado mientras sentía los ojos de Julianne aún sobre mí.

—Bueno…, no es extraño, Joey. —Alcé los ojos ante sus palabras, encontrándome con una mirada que hacía justicia a su comprensivo tono de voz—. Quiero decir, has estado con Nate prácticamente toda tu vida. Él es todo lo que conoces.

Me quedé observándola con una expresión ausente. Si bien ella no conocía a Zachary y no sabía exactamente cómo era sentirse absorbida por él, entendía su punto de vista. Nate había sido la única persona con la que había tenido una relación. Durante largos años —casi seis, puntualmente—, los dos habíamos sido el uno para el otro. Él había sido el primero y el único en demasiados planos para mí, y jamás había tenido la necesidad de que las cosas fuesen de otra manera. Mi amor por Nate era indudable, pero había cierto hueco que él no podía llenar. No era que Zachary pudiera ser mejor que él, ni siquiera podía considerarlo, pero me había vuelto consciente de ese otro lado de mí que jamás había estado satisfecho. Esa atracción eléctrica, ese peligro, ese cosquilleo en la espalda o el vuelco de mi estómago bajo su mirada, la forma en que mi corazón latía furiosamente cuando él estaba demasiado cerca, esa pérdida total de coherencia cuando me tocaba…

Zachary era esa parte de mí que no pertenecía a la vida que llevaba. Era eso que siempre había querido probar, pero que jamás había tenido la posibilidad —ni el coraje— para intentarlo.

—Puede que tengas razón —susurré—, pero no me hace sentir menos mal.

Ella extendió una mano por sobre la mesa para coger la mía, que se encontraba distraídamente apoyada cerca de mi vaso.

—Si estás confundida, primero tienes que aclarar tu cabeza —aseguró—. Antes de decidir qué vas a hacer al respecto, debes estar convencida que eso es lo mejor y, sobre todo, lo que en verdad quieres.

Asentí. Lo que decía era algo que sabía, pero era reconfortante escucharlo de los labios de alguien más, de alguien que había estado dispuesta a escuchar lo que había estado atormentándome. Incluso cuando del dicho al hecho las cosas se desdibujan y acaban de forma diferente, intentaría seguir su consejo.

—Gracias, tía.

—Siempre que necesitas hablar, Jojo.

El apodo de cuando era pequeña arrancó una pequeña sonrisa de mi rostro.

Las dos terminamos nuestra cena tranquilamente, hablando de cualquier otra cosa y pretendiendo que aquella charla no había existido, por lo menos durante aquella noche. Aún no sabía que haría cuando regresara a Loch Arbour, no tenía idea de cuáles eran mis sentimientos ni de lo que deseaba hacer con ellos, pero aquella noche simplemente quería relajarme. Haber hablado con Julianne había sido una verdadera tranquilidad, y quería disfrutar de la sensación, aunque fuera sólo por un par de horas.

Acordamos en vernos la mañana siguiente para desayunar. Podía salir temprano y estaría allí con ella para abrir la librería y, de paso, darle una mano. Nate tenía mucho para hacer al día siguiente, por lo que aprovecharía para pasar el día con Julianne, dejando la noche libre para él. El viaje se había arruinado un poco después de la repentina ausencia de Jason, pero aún podíamos aprovecharlo. Era un respiro estar lejos de la familiaridad y ser rodeado por el ruido, los altos edificios y la gente apurada, para variar.

Nate me recibió en el hotel, contándome que los muchachos ya habían cenado y que se encontraban en sus habitaciones —realmente no era tan ingenuo para creer que estuviesen durmiendo a las once de la noche, pero se contentaba con el hecho de que estuviesen alejados de la calle—. Le conté que había visto a mi tía y el local, omitiendo los detalles importantes y centrándome en nimiedades hasta irme por las ramas.

Los dos nos acostamos antes de las doce aquella noche. Nate había puesto el despertador a las seis de la mañana, lo que era conveniente para mí. Me permitió darme una ducha rápida, vestirme con numerosas capas de ropa y despedirlos a él y a Greg en la puerta del hotel. Cruzando hasta la estación, saqué boleto para las 6:45 y tuve que correr hasta coger el tren. Fue un viaje sin contratiempos, principalmente porque me la pasé dormitando la mayor parte de él.

Julianne y yo tuvimos un desayuno tranquilo en la librería. Después de pasar por un café, las dos tomamos nuestra orden y nos llevamos las cosas al local, aún cerrado, donde comimos tranquilas. La conversación del día anterior parecía completamente olvidada, y lo agradecía. Ella misma me había dicho que necesitaba poner mis sentimientos en orden y, en aquel momento, me costaba pensar que podría ser capaz de hacerlo. Aunque había decidido poner distancia entre Zachary y yo, no sabía si aquello había sido lo mejor que podría haber hecho. Había querido poner un freno entre nosotros y alejarme había resultado una opción tentadora, pero también era consciente que no podía poner mis sentimientos en claro sin hablar primero con él. Y por «hablar» no me refería a aquellos intercambios retorcidos o unilaterales, sino una verdadera conversación entre ambos, en la que él fuese totalmente sincero.

Aunque me costaba creer que «Zachary Reed» y «sinceridad» fuesen dos términos que pudieran ir de la mano.

—Ah, estoy verdaderamente agotada —comentó mi tía, que, efectivamente, tenía el rostro de alguien que no ha dormido bien en semanas—. Desde que Katie se ha ido, esto ha sido terrible.

—Puedo quedarme ayudándote hoy —me ofrecí, sonriente—. Nate no estará libre hasta pasadas las cinco, y arreglamos que haríamos algo a la noche con Johnny, así que…

Ella me dio una sonrisa deslumbrante y pronto aceptó mi ayuda. La muchacha que trabajaba con ella —Laura, si no me equivocaba—, llegó alrededor de las diez, con su largo cabello oscuro en una coleta y lista para trabajar. Aunque era una joven de pocas palabras, pronto descubrí que era muy correcta con los clientes y que parecía tener un amplio conocimiento de los productos que vendían.

—Jo, ¿te molestaría quitar los adornos de Navidad? —me preguntó mi tía, acomodando algunas bolsas al costado de la caja—. Si es por mí, quedarán puestos hasta las próximas fiestas.

Reí suavemente, asintiendo.

—Tienes periódicos en el cuarto de atrás para envolver las cosas frágiles, y he dejado unas cuantas cajas de los últimos pedidos para empaquetar todo.

—Vale.

Quitándome el suéter, me dirigí a la parte trasera de la librería, dispuesta a hacerme un pequeño sitio para trasladar todo y envolver. No quería bloquear el paso en el local, pero pronto descubrí que el depósito era espacioso, y se encontraba bastante limpio. Una ventana en la parte posterior permitía la entrada de los rayos del sol, alumbrándolo naturalmente. Había una serie de cajas y libros desordenados contra la pared del fondo, debajo del tragaluz, y largas estanterías contra los laterales que contenían unas cuantas cajas, papeles, bolsas y diarios. Cogí una pila de estos últimos, apoyándolos sobre una destartalada mesa ubicada al fondo. Después de ver la generosa decoración del negocio, sabía que tendría trabajo para rato.

Después de retirar algunos adornos frágiles de la vidriera, volví a la parte trasera para embalarlos. Ya había un par de clientes en la librería, incluso cuando ni siquiera eran las once de la mañana. Era agradable ver el movimiento y la diferencia que había con mi pequeño sitio en Loch Arbour.

Riéndome de la variedad de adornos que mi tía tenía allí adentro y trasladando una buena cantidad en cada viaje, comencé a envolverlos en papel periódico y a acomodarlos prolijamente dentro de las cajas. En eso me encontraba, cuando uno de los titulares llamó mi atención. Una de las fotografías, en realidad; una que me obligó a dejar lo que estaba haciendo y a tomar la página. Era la imagen de un muchacho familiar, un rostro que difícilmente podría dejar de reconocer. Aunque no había gafas y el cabello era corto y rubio dorado, prolijamente peinado, los rasgos eran claros, incluso sin la suave capa de barba inminente con la que los conocía. Pronto mis ojos volaron hasta el titular, y lo que leí me dejó helada. La hoja de periódico escapó de mis dedos y cayó sobre el polvoriento suelo del depósito. Aún así, podía seguir viendo las grandes letras negras.


LOS ANGELES: EVAN HAYHURST, HEREDERO DE LA GRAN COMPAÑÍA AUTOMOTRIZ, ES ENCONTRADO MUERTO EN SU CASA DE BEVERLY HILLS.



2 left a comment:

Ohh estoy leyendo estos días los capitulos de esta historia, y me tienen adicta. Buenísima!

@Tere Cullen Me alegro mucho :) Espero que te guste la continuación y que, si Dios quiere, pueda subir un capítulo prontito. ¡Gracias por comentar! Besos :)

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