«Casa de Naipes»: Capítulo VIII.

No tuve que alegar sentirme mal o algo parecido. Christine notó al instante que no estaba bien y pronto me ofreció el acompañarme hasta mi casa con Brandon. Posiblemente ella pensaba que había tomado demasiado o que me encontraba cansada por los preparativos, y no me tomé el trabajo de negárselo, ni mucho menos aclararle los motivos. Simplemente asentí, para que luego ambas buscáramos a Scarlett. Claro, cuando la vimos besuqueándose con Gregory West, ambas asumimos que no repararía de nuestra ausencia. Además, la situación realmente no ameritaba una interrupción. O ninguna de las dos poseía un estómago lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Después de coger nuestros abrigos, los tres salimos de la casa. Mis pasos eran livianos e inconscientes. Simplemente me movía por inercia detrás de Brandon y Christine. No sabía cómo sentirme sobre lo que había sucedido. En realidad, estaba intentando no pensar en cómo me sentía. Sólo caminaba, mi cabeza en blanco y mi cuerpo automatizado. Mis acompañantes parecían haber supuesto que mi ánimo no era el mejor, o quizás ellos verdaderamente se encontraban cansados, porque ninguno dijo nada durante todo el camino.

—¿Jo, estás segura que estás bien? —fue la única de pregunta de Christine, cuando los tres nos encontrábamos ya en la puerta de mi casa.

—Sí, sólo necesitó descansar —musité con dificultad—. Gracias por acompañarme, chicos.

De alguna forma, arrastrándome hacia el interior, conseguí hacer el camino hasta el sofá de la sala. Tiré desganadamente mi bolso y mi abrigo sobre él, siendo precedidos por el peso de mi cuerpo. La perfecta calma me envolvió e, incluso cuando conseguí estirarme para coger el mando del televisor y encenderlo, aún sentía el sonido lejano y la conversación entre los panelistas carente de cualquier de verdadero significado. Sin importarme mucho, me quité los zapatos y me estiré a lo largo del sofá, ocultando mi cabeza en el rincón entre el apoyabrazos y el respaldo.

Cerré los ojos, intentando no invocar imágenes o sensaciones, y fallando estrepitosamente. Estaba mal, y todo lo que debía causarme eran sentimientos de repulsión, pero realmente no lo sentía… así. Si podía sentir repulsión por alguien, era por mí misma. El beso distaba mucho de ser algo perfecto, mas sabía que lo había deseado. Sabía que, más allá de la curiosidad, me sentía atraída por Zachary. Y quería luchar contra eso. Necesitaba luchar contra algo que parecía querer arremeter contra mi vida, y que ni siquiera estaba segura de lo que era. ¿Qué garantía podía darme algo así, cuando apenas sabía quién era Zachary Reed? Sus respuestas a mis dudas siempre eran generales, y estaba bien. Pero yo jamás me había conformado con lo superficial. Mi personalidad siempre me había impulsado a saberlo todo. Mi extraño deseo por conocer a las personas, de tratarlas como si fueran otros personajes que debía construir dentro de mi cabeza, nunca me había permitido quedarme con las medias tintas. Conocer a los personajes me daba siempre la seguridad de saber que podía manejar la historia. Había vivido de aquella forma desde que tenía consciencia.

Mis cavilaciones fueron interrumpidas por una fuerte vibración sobre el sofá. No lo estaba imaginando, sino que la misma provenía de mi bolso.

Mi móvil.

Pensé en no responderlo, pero mi curiosidad me obligó a buscar el aparato a ciegas. No pude hacer más que desear no haberlo hecho cuando vi que el remitente era Zachary. Otro de sus mensajes. Otro que, seguramente, no quería ver. Que nadie hablara sobre lo que había pasado en la fiesta lo hacía parecer menos… real. Sin embargo, desde el momento en que mis labios habían tocado los suyos, sabía que ese beso no me dejaría en paz. Si no era el recuerdo en sí, el mismo ejecutor podía hacer muy bien el trabajo por sí mismo.

«Muy poco considerado de tu parte irte tan pronto».

Apreté los dientes. Casi podía imaginarme la sonrisa socarrona sobre su rostro. Podía reproducir perfectamente su voz ronca y suave, llena de ampulosidad y confianza. Me ponía de los nervios. Sólo pensar en lo que había sucedido conseguía trastocarme por completo, mientras él parecía estar divirtiéndose a mi costa. ¿Realmente sólo podía asumir que no quería nada más de mí que jugar con mi cabeza?

Molesta y con las manos ligeramente agitadas, tecleé una respuesta violentamente. El hecho de no estar frente a él me daba muchas más posibilidades para pensar todas aquellas respuestas inteligentes que jamás había conseguido decirle en persona.

«Preferiría que no siguieras forzando las situaciones».

Dejé escapar un profundo suspiro, levantándome un poco el vestido y cruzando mis piernas sobre el sofá. Sabía que la prenda podía arruinarse, pero en aquel momento no podía lograr que me importara lo suficiente como para levantarme.

No tuve que esperar demasiado para que el teléfono volviera a sonar.

«Déjame decirte algo: yo no fuerzo a las mujeres».

Resoplé ante la generalización, sintiéndome absurdamente molesta por ella, y pronto conmigo misma por dicha razón. Quizás debía cortar aquel patético e innecesario intercambio de mensajes. Sabía que la opción más sensata era apagar mi teléfono e irme a la cama, olvidarme de aquello y luego tener una… conversación con Zachary, pidiéndole que por favor se mantuviera lejos de mí. En teoría, sonaba como un plan fantástico. Pero sabía que ponerlo en práctica era un imposible, especialmente cuando mis capacidades mentales parecían reducirse de una manera absurda frente a él.

¿En qué momento había vuelto a ser una adolescente deslumbrada?

«Vaya sorpresa», fue mi única respuesta.

Me mordí el labio, mientras jugueteaba con el teléfono móvil entre mis manos. Las noticias del día se desplegaban en la televisión, en la repetición del noticiario de última hora. Cuando el aparato sonó, prácticamente lo solté sobre mi regazo.

«Nunca te obligué a hacer nada, ni lo haré. No necesito hacerlo».

Contuve el impulso de hacer una rabieta, reconfirmando la teoría de mi regresión. Simplemente me pasé una mano por el cabello, desarmando por completo lo poco que quedaba del peinado. Incluso cuando quería sentir verdadero desprecio por sus palabras, sabía que eran perfectamente ciertas. Él siempre había dejado la puerta abierta para un rechazo. Había hecho el perfecto juego dentro de mi cabeza para hacerme saber que él sólo ponía las reglar y era yo quien decidía si quería entrar en el juego. Esa misma tarde me había probado que perfectamente podía decirle que no. La diferencia estaba en que, en realidad, yo no quería decírselo. En cuanto presionaba un poco, sabía que yo me doblegaría fácilmente.

Y Zachary no era idiota. No necesitaba engañarse a sí mismo de la forma en que yo lo hacía.

Gruñí con frustración, y tuve que pensar unos instantes qué responder, aunque sólo pude salir con lo más sensato.

«Bonito juego mental, Reed».

El mensaje siguiente tardó un poco más que los anteriores. Me encontré a mí misma sólo esperándolo, sin hacer más que mirar fija y vacíamente el televisor.

«Tú misma lo has dicho».

Sin comprender del todo lo que había querido decir con aquella última frase, borré todos sus mensajes y aventé suavemente el teléfono al otro lado del sofá, volviendo a acomodarme en el rincón opuesto. Me pasé una mano por el cabello nuevamente, girando y dejando mis ojos fijos en el techo. No me molesté en hacer nada más que quedarme allí, esperando poder conciliar el sueño.

No fue después de incontables vueltas y resoplidos que conseguí caer en una ligera inconsciencia.

La profundidad de mi sueño fue mínima e incluso tuve esa vaga sensación de despertarme en medio de la noche, con la capacidad de escuchar los pequeños ruidos a mi alrededor, pero sin energías suficientes como para levantar mis párpados. El sonido fue sólo diferente a los anteriores cuando, en uno de esos pequeños momentos de consciencia, percibí una voz. La familiaridad llegó justo después de haberme ubicado en tiempo y espacio.

—… pero no que yo sepa —comentó Nate en voz baja—. Sí, ella está durmiendo.

—En realidad, no —musité pesadamente, aún sin abrir los ojos, sintiendo la garganta seca y el cuerpo helado.

Acaba de dar señales de vida —corrigió con una chispa de humor y, dado a la falta de respuesta audible, supuse que estaba hablando por teléfono.

Abrí los ojos con pereza mientras dejaba de centrarme en la conversación de Nate y comenzaba a enfocarme en los dolores en mi espalda y piernas. Había dormido, posiblemente, en la posición más incómoda, y con ropas que prefería no llevar de no ser estrictamente necesario. Batiendo las pestañas rápidamente, intente adaptarme a la luz solar. Hacía tiempo que la sensación de claridad sobre mi rostro no me parecía tan desagradable. Ni siquiera pude contener el impulso de gruñir, sonido que fue pronto seguido por la risa de Nate.

—¿Una mala noche?

Una punzada de remordimiento oprimió mi pecho mientras conseguía soltar una seca afirmación entre dientes. Me dolía demasiado la cabeza como para moverla.

—¿Por qué no tomas una ducha? —propuso, mientras yo me incorporaba—. Prepararé algo de café.

—¿Qué hora es? —pregunté, acallando luego un bostezo con una de mis manos.

—Un poco más de las diez.

Nate no tuvo que decirlo dos veces. En cuanto él salió para la cocina, pronto me encaminé hacia el baño arrastrando los pies. Sólo dejé caer el vestido y la ropa interior al suelo, abriendo el grifo y buscando desesperadamente el confort del agua caliente sobre mi piel helada. Los problemas seguían allí, pero desde aquel pequeño rincón de la casa, todo parecía secundario. Deseaba quedarme en ese reducido espacio por días; salir sabiendo que todo ya estaba resuelto. No tenía ni idea lo que se suponía que debía hacer en aquel momento. ¿Simplemente debía ignorar lo que había sucedido la noche anterior y pretender que Nate y yo seguíamos siendo… lo mismo?

Me apoyé contra los fríos azulejos mientras el agua seguía corriendo libremente por el costado derecho de mi cuerpo. Quizás ignorar las sensaciones era lo mejor que podía hacer en aquel momento, cuando mi cabeza aún se encontraba lo suficientemente convulsionada como para salir con pensamientos inteligentes y sensatos.

Tomándome todo el tiempo del mundo para sacar mi cuerpo de la ducha y envolverlo con una toalla, me moví con cortos pasos por la habitación. Buscando algo de ropa sencilla, a sabiendas que debíamos reunirnos con mi familia y que me había demorado bastante, me cambié con un poco más de agilidad. Cuando salí, Nate ya se encontraba dentro de sus texanos y un sweater grueso. Realmente era un misterio como había conseguido dormirme con tan sólo un vestido y nada más que me abrigara.

—¿Estás lista?

Asentí, acercándome a él. Su mano se apoyó en la curva de la cintura y sus labios rozaron los míos suavemente. De alguna forma, el toque fue reconfortante. A pesar de todas las cosas que tenía en mente, Nate siempre seguiría siendo mi lugar seguro. Y era lo suficientemente egoísta para rogar en silencio, por lo menos por un tiempo, que él siguiera jugando aquel papel. De alguna manera, tener alguien allí que me quería tanto, de esa forma tan incondicional, me hacía sentir… especial. No sabía si me encontraba en condiciones de perder aquel sentimiento por algo que, sin dudas, no tenía pies ni cabeza.

Los dos dejamos pronto mi casa e hicimos el camino hasta la de mis padres hablando de la competencia, acompañados por un cielo encapotado que prometía lluvia, o incluso una nevada. El equipo de Nate había ganado todos los partidos y aquello les había hecho un lugar en las Nacionales en Nueva York. Aquello, a su vez, los dejaba compitiendo por una plaza en el torneo a nivel continental. Decir que mi compañero estaba excitado al respecto era ser sutil, ya que el brillo en su mirada y los ademanes que hacía al hablar decía mucho más. No podía hacer más que sonreír y sentirme bien por él. Era lo mínimo que se merecía, y mis felicidad por Nate jamás podría ser deshonesta.

Él siempre sería importante para mí.

—¿Y cuándo son las Nacionales? —pregunté casualmente, a pocos metros de nuestro destino.

—El ocho de enero —explicó—. Tendremos algo de tiempo para entrenarnos a fondo durante el receso de las fiestas.

El almuerzo con mis padres y el resto del grupo usual transcurrió con normalidad. Nate se encargó de contarles a ellos lo poco que había conseguido contarme a mí sobre las competencias, agregando los detalles sobre los partidos que todos, especialmente los hombres, deseaban saber. Habló un buen rato también sobre la excitación de los muchachos por la victoria y todas las cosas que tenían que mejorar antes de ir a Nueva York, alegando él mismo que estaría increíblemente ocupado durante diciembre. Mientras este último punto se volvía el tema fundamental de conversación, mi madre y yo nos permitimos charlar un poco sobre el cumpleaños de Scarlett en la cocina. En realidad, ella fue quien se tomó la libertad, terminando de decorar el postre que había preparado para la ocasión, ya que yo prefería evitar el asunto. Evitar y olvidar, de ser posible.

—¡Cuéntame, cuéntame! —insistió ella animadamente.

Suspiré, resignada a contarle sólo los detalles esenciales. En mi realidad paralela, había ido a la fiesta, saludado a Scarlett, bebido y bailado un poco y vuelto a mí casa. Fin de la historia. Realmente no era como si pudiera contarle algo más.

Alrededor de las tres de la tarde, Nate y yo nos retiramos. Él realmente necesitaba dormir en una cama donde no corriera el riesgo de ser despertado por travesuras adolescentes, antes de volver a hundirse en su apartamento y su trabajo. Yo, por mi parte, tenía pensado abrir la librería y matar las horas y los pensamientos con el segundo tomo de la colección que mi tía me había enviado. Perderme en una historia generalmente me ofrecía la posibilidad de olvidarme de otra, incluso cuando esta se trataba de mi propia vida.

Por supuesto, como todos los domingos, el movimiento en la librería era prácticamente inexistente. Con las provisiones suficientes para pasar unas buenas horas allí, había gastado el tiempo detrás del mostrador, leyendo ávidamente las hojas del grueso y cautivante libro. Había pensado en escribir también, pero mi cabeza se encontraba algo convulsionada como para hacerlo. Quería olvidar, no pensar más de la cuenta. Y mi historia había tomado un rumbo donde los dilemas morales de la protagonista comenzaban a volverse preocupantemente familiares.

Sólo pude aprovechar dos de las horas de la tarde sumida en mi lectura, por lo menos hasta que Scarlett apareció en el local con una enorme sonrisa y los ánimos de la noche anterior aún intactos. Con una alegre caminata, se acercó y me dio un enorme abrazo, agradeciéndome numerosas veces por la fiesta y todo lo que Christine y yo habíamos hecho por la celebración de sus veinticuatro años. Después de contarme que ella y Gregory estaban saliendo oficialmente —aparentemente aquella escena de canibalismo de la noche anterior había significado algo para ambos—, me preguntó qué había sucedido con nosotros.

—No me sentía muy bien, y Chris y Brandon se ofrecieron a llevarme a casa —fue mi llana explicación.

Aquello, sin embargo, bastó para Scarlett, que pronto procedió a contarme todos los sucesos de los que nos habíamos perdido después de irnos. A juzgar por la velocidad con la que siempre hablaba, que hubiese conseguido pillar que el hermano de Nate había terminado durmiendo en el patio trasero y sin su camisa era todo un milagro.

—¡Oh, y cuando venía por aquí…! —comenzó, luego su voz bajando como si fuese un secreto de Estado—. Vi a alguien en la puerta de la casa de Edgemont.

Automáticamente, mis sentidos se despertaron.

—¿Qué?

—La casa de Edgemont —repitió, consciente de mi parcial ausencia durante la mayor parte de sus relatos—. ¿Recuerdas que te dije que había visto a alguien allí una vez? ¿El tío rubio?

Me mordí el labio, analizando sus palabras. Un eco en particular llegó a mi cabeza:

«Scott.Trabaja conmigo».

Asentí, intentando hacerme la desentendida del asunto. Posiblemente Zachary trabajaba desde su casa, pero había cosas que estaban fuera de su alcance. Quizás aquel muchacho… ¿lo estaba ayudando? La normalidad de la situación parecía casi absurda. Cuando se trataba de Zachary Reed, imaginar lo peor siempre parecía la mejor opción.

—¡Hablé con él! Era verdaderamente temprano, como las seis de la mañana, y estaba yendo al apartamento de Gregory, porque, tu sabes, no tuve la chance de dormir mucho ayer… —explicó Scarlett, interrumpiendo el curso de mis pensamientos con aquella particular forma de decir cientos de cosas en unos pocos segundos—. ¡Trabaja para la familia que vive allí!

¿La familia?

Fruncí el ceño… ¿Estábamos hablando de la misma persona?

—No quiso decirme mucho —continuó Scarlett ante mi mutismo—, pero ya no queda duda que los tipos tienen dinero. No sé cuántos vivirán allí adentro, pero si tienen un asistente…

Ella siguió haciendo una serie de teorías muy poco probables sobre el origen de aquel muchacho, desencadenando luego en la familia que vivía en Edgemont. Mi mente, sin embargo, pronto viajo lejos de allí, con esa mala costumbre mía de perderme en mis propios pensamientos. Zachary vivía solo. El tal Scott —si es que realmente era él— era únicamente su asistente.

¿Por qué sentía que saber eso y saber nada en absoluto era prácticamente lo mismo?

Mi amiga se fue y la librería quedó en silencio por un buen rato, sumida en un ambiente natural de cualquier domingo. Eran cerca de las seis y media cuando escuché la campanilla de la puerta, e inmediatamente mi corazón comenzó a latir más rápido. Aunque una ligera tranquilidad se extendió por mi pecho al ver que no era quién creía, no pude evitar fruncir el ceño ante el nuevo visitante: alto, cabello rubio y una sencilla camisa a cuadros con texanos. Aún cuando el aspecto de surfista despreocupado era familiar por aquellos lados, su rostro no me era conocido, y ciertamente no era la época de turismo.

Uniendo los puntos, no sin cierta lentitud, la conexión comenzó a llegar a mi cabeza con vacilación.

—¿Puedo ayudarlo en algo?

—Pasaba a mirar, gracias —respondió, sus ojos azules ligeramente suspicaces sobre mí.

Mientras el paseaba por las estanterías, tuve que morderme la lengua. Podía sentir sus ojos echando miradas furtivas en mi dirección, sabiendo perfectamente que aquella contención era mutua. Él también parecía querer preguntarme algo, buscando alguna forma casual de romper el mutismo.

—¿Tú… eres Scott, cierto?

Sus ojos rápidamente viajaron hasta los míos. Alejándose un poco de las estanterías y acercándose al mostrador, chasqueó su lengua suavemente. Soltó un suspiro, que no sabía si podía ser catalogado como uno de molestia o de llano cansancio. Mientras él se pasaba una mano por el desordenado cabello, me di cuenta que había dejado de tratarlo de usted sin notarlo. De alguna forma, no parecía el tipo de persona que pudiera molestarse por algo como eso.

—Él nunca puede contener su lengua, ¿cierto? —gruñó.

Fruncí el entrecejo ligeramente, pillando pronto la referencia a Zachary.

—¿Por qué no debería decirme tu nombre?

—Realmente no estoy involucrado en esto porque se me antoje —respondió, repitiendo lo que parecía ser un tic nervioso de correr los dedos por sus cabellos. Lejos de la imagen imperturbable de Zachary, él no parecía tener problemas en demostrar que se encontraba incómodo, incluso fastidiado—. Prefiero mantenerme fuera de su vida y sus problemas.

—¿Por qué? —susurré.

—Creo que no necesitas que te explique las razones por las que es mejor mantenerse lejos de tipos como él —dijo secamente—. Si has pasado de sus jueguitos y lo conoces un poco, por supuesto.

Me quedé mirándolo ausentemente, sin poder terminar de captar a dónde iba nuestra conversación. Tenía en claro que había algo amenazante con la apariencia, las formas y, en un aspecto general, todo lo que envolvía a Zachary Reed. Sin embargo, tampoco podía dejar pasar la advertencia como algo que ya sabía. ¿A qué se refería con sus jueguitos? ¿Acaso ese tipo, que trabajaba con él, sabía sobre la cantidad de trucos que el propietario de Edgemont parecía tener siempre bajo la manga? Zachary había dejado más de una vez en evidencia que era un jugador, y yo no era tan ingenua como para creer que había aprendido todo por arte de magia. Él era un mujeriego, y quizás las cosas se me estaban yendo de las manos, pero… ¿por qué él, alguien que no tenía nada que ver conmigo, debía advertirme sobre los juegos de Zachary? ¿Qué podía importarle a un tío al azar si yo salía perdedora de otra de las partidas de su compañero de trabajo?

—¿Cuál es tu relación con Reed?

Parpadeé, sorprendida por la repentina pregunta. Scott parecía realmente interesado en lo que tenía que decir, haciéndome sentir nerviosa. De alguna forma, tenía la sensación de estar en medio de un interrogatorio policial.

—Nosotros no… quiero decir, Zachary…

Cerré la boca de golpe cuando vi los ojos de Scott achicándose escépticamente. Claro, había cierto aire delator en el hecho de que alguien como yo estuviese llamando por el nombre a alguien como él. El nuevo tinte en la mirada del joven frente a mí no era más que una prueba de confirmación del perfil respetable que le había adjudicado a Zachary desde nuestro primer encuentro.

—Tengo que intuir que sois más cercanos de lo que pensaba.

—Nosotros… no —respondí rápidamente—. Él sólo es un cliente regular.

Scott gruñó entre dientes algo que no comprendí mientras volvía a tirar de las hebras de cabello con cierta rudeza.

—Por tu bien y por el suyo, sólo te recomiendo que te mantengas alejada de él…

Tardé unos segundos en darme cuenta, cuando sus ojos se quedaron sobre los míos, que estaba esperando por mi nombre. No tenía una mirada tan intensa como la azul que recordaba, pero había una familiar seguridad en ella.

—Jolene… Clare.

Él cerró los ojos momentáneamente y suspiró, tomándose un pequeño instante para pensar en silencio. De alguna forma, después de ello, pareció relajarse. Su tono dio a entender que, efectivamente, ya no se encontraba a la defensiva:

—Perdón por ser tan rudo, Jolene, pero no tengo opción —explicó—. Si sabes lo que te conviene, seguirás mi consejo.

La campanilla de la entrada sonó y me helé en mi lugar cuando reconocí la figura, dando una mirada furtiva por sobre el hombro de Scott. Por supuesto, jamás hubiese esperado que aquel domingo Zachary se apareciera en la librería. Sin embargo, con aquella manía suya de romper mis esquemas, cruzó la puerta con una tranquilidad envidiable. En su rostro había una de esas sonrisas despectivas, casi sádicas. Sus ojos, con la misma dureza y frialdad que los zafiros, se encontraban fijos en el rubio cuando soltó suavemente:

—¿Por qué no me extraña que estés aquí?

Scott no parecía afectado por la frialdad de su pregunta.

—Estaba por preguntar exactamente lo mismo —fue su indiferente réplica—. Creí que teníamos un trato.

La sonrisa en el rostro de Zachary siguió curvándose de lado. Cuando más notable era el gesto, más clara parecía la amenaza en él. No había que ser muy audaz para saber qué, detrás de la calma sonrisa y el tono melifluo de su voz, había un claro descontento.

—Y yo creí haber dejado bastante en claro que no estaba de acuerdo con él.

Sentí la necesidad de carraspear en medio de la conversación, tan sólo para recordarles que estaba allí, mas no me atreví. De alguna forma, la atmósfera que se había formado entre ellos se había vuelto tan intensa como las miradas que estaban cruzando. Me costaba pensar que Scott era simplemente alguien que trabajaba para Zachary. Nuevamente, la forma de tratar a los superiores me parecía… incorrecta. ¿Acaso era alguna política de su trabajo tener aquella relación despectiva e intolerante?

Contra todo pronóstico, Scott sonrió ladinamente. No era un gesto amistoso. Ni un poco. Se parecía bastante a esa sonrisa que Zachary ponía con frecuencia.

—Al único al que traerá problemas será a ti —musitó—. Pero tú sabes que yo no me quedaré callado soportando tus caprichos.

—Bien —fue la seca respuesta de Zachary.

—Bien —replicó Scott de igual manera—. Adiós, Jolene, un gusto conocerte.

Parpadeé cuando sentí dos pares de ojos sobre mí.

Así que aún recordaban que estaba allí…

Zachary observó la caminata de Scott hasta que este salió del local, luego volviéndose hacia mí. De alguna forma, aunque el otro joven se había despedido, él había parecido ligeramente desentendido de mi presencia. Más allá de los malos términos en los que se encontraba con su empleado, me había dado la impresión que él realmente se había compenetrado con la discusión. En aquel momento, realmente no podía pensar en el descaro de buscarme después de lo que había sucedido.

No pude retener la pregunta:

—¿Qué fue… eso?

El rostro de Zachary se mantuvo imperturbable.

—Una molestia, ciertamente.

Desechando la pregunta con aquella simple frase, él se apoyó contra una de las estanterías, hojeando los libros frente a él. Se quedó allí, revisando las portadas con aire casual, con esa costumbre de andar en jerigonzas antes de ir al punto. El misterio en sus acciones tendía a corresponder con el de sus palabras y acciones. Había mucho que se guardaba para él, todo lo que salía de su boca parecía estar rodeado de misterio, incluso cuando su descaro salía a la superficie. Aunque decía y hacía cosas intimidantes y, sin dudas, resueltas, había cierta vaguedad en ellas. No podía saber qué pasaba por su cabeza, ni mucho menos qué era lo que buscaba con todo aquello.

Y las palabras de Scott seguían resonando en mi cabeza, volviéndome incapaz de preocuparme con todo lo demás —incluso cuando eso implicaba cierto beso que había estado carcomiéndome las entrañas con ante su mero recuerdo—. ¿Qué tipo de trato obligaba a Zachary a mantenerse… lejos de mí?

—¿Podrías ser un poco menos vago con tus respuestas? —pregunté en un susurro, sólo lo suficientemente fuerte para que él me oyera—. ¿Por qué no deberías estar aquí?

Él me observó por el rabillo del ojo, con ese aire suyo de superioridad.

—Bueno, no por ti.

Fruncí el ceño. Aún más. ¿Acaso ahora iba, simplemente, a jugar a ignorarme?

—¿Entonces?

Con tranquilidad, dejando su lugar entre los libros, se movió con lentos pasos en mi dirección, transformando la cómoda distancia entre ambos en una cercanía asfixiante. Apoyando un antebrazo sobre el mostrador, se inclinó cerca de mí. No me moví de mi sitio, pero sentía deseos de hacerlo. De alguna forma, aunque tuviéramos un mueble de por medio, su cercanía me hacía sentir desprotegida. Especialmente después del incidente de la fiesta.

—Scott cree que soy un peligro —comentó, un matiz divertido, casi burlón en su voz—. ¿Tú qué crees, Jolene?

Con mis ojos fijos en los suyos, con ese desafío permanente que jugaba con mis nervios, me pregunté cómo era posible que su humor cambiara tan fácilmente. Cuando Scott aún estaba en la librería, pensé que podría matarlo tan sólo con su mirada. Y, sin embargo, allí estábamos minutos después, y él se permitía bromear sobre lo que parecía haberlo cabreado bastante.

Debía ser un mecanismo de defensa. No se me ocurría una mejor explicación para su comportamiento.

Pero… ¿defensa de qué?

—Él dijo que te traería problemas a ti —murmuré, intentando evadir su pregunta.

Su sonrisa no decayó ni un poco.

—Sí, puede ser.

—¿Entonces… por qué?

A sabiendas que esperaba una respuesta, él se tomó su tiempo en observarme, aquella sonrisa en su rostro diciéndome aún que no se podía tomar las cosas en serio. No debía sentirme cómoda junto a él, pero el sentimiento de inquietud ya parecía algo increíblemente familiar. Su permanente jugueteo y mi incansable e inquieta curiosidad parecían un condimento natural en nuestros encuentros. Sólo me quedaba esperar que, entre tanta retórica, pudiera hallar algo que valiera la pena saber.

—Porque a veces simplemente no podemos escapar de las cosas por siempre, Jolene —respondió con serenidad, aunque sus ojos me decían que había mucho más significado detrás de las palabras—. Tarde o temprano, nos alcanzan —se inclinó un poco sobre el mostrador, sólo para susurrar—: Por lo que a veces es mejor dejar de correr y darles la oportunidad de atraparnos, aunque sea una vez.

Con sus pasos tranquilos y esa postura de si ha pasado algo, no me acuerdo; Zachary se alejó por el mismo camino por el que había llegado minutos antes. Por supuesto, su capacidad para decir mucho y nada al mismo tiempo ya no podía sorprenderme. Nuevamente, él se las había ingeniado, no sólo para no responderme, sino que además había dejado dentro de mi mente el eco de sus últimas palabras.

Ambos sabíamos que no hablaba sólo sobre él.

Y quizás yo misma estaba disminuyendo la velocidad de mis pasos para alejarme, sin saber exactamente el tiempo que me quedaba antes que la posibilidad de volver a correr quedara totalmente descartada.

Yo conocía lo que me perseguía, quizás mejor de lo que me convenía. Sin embargo, la pregunta era: ¿qué era aquello contra lo que él estaba luchando?


0 left a comment:

Publicar un comentario

Si llegaste acá, debes tener algo que decir :)