«Casa de Naipes»: Capítulo VII.

Había escrito toda la noche. Como posesa. Simplemente había cogido una taza de café, y me había dejado caer en la silla frente al escritorio, abandonándola recién a las cinco de la mañana. Me dolía la vista. Me pesaba la cabeza. Mi estómago seguía agitado. Y yo ya no sabía qué hacer para mantener mi cabeza ocupada. Había dejado que las líneas hablaran por mí, lo que no era del todo seguro para mi salud mental. Quizás era preferible suprimir las cosas que estaban mal y pretender que no estaban allí. Mi voluntad para mantenerme imperturbable era increíblemente delicada, por lo que prefería no jugar a forzarla permanentemente.

Alrededor de las seis y cuarto de la mañana, sentía que mi cuerpo estaba reclamando el descanso que merecía. Tenía que salir para la librería en un par de horas, pero ciertamente podía aprovecharlas. Con pasos lentos, me dirigí hasta la habitación, sin preocuparme en nimiedades como apagar el ordenador o apartar la ropa que había dejado tirada después de cambiarme. Gruñí, dejándome caer sobre la cama como un peso muerto. Quería quedarme allí todo el día.

No habían pasado ni diez minutos desde que me había acostado que, casi como si alguien estuviese conspirando en mi contra, el teléfono comenzó a sonar. Después de gritar contra la almohada, ahogando el sonido, me puse de pie y me arrastré rápidamente hasta el teléfono. Por supuesto, no me sorprendió que fuese Nate. Dudaba que alguien pudiera llamarme a aquella hora y no pecar de irreverente. Él lo había prometido. Además, se suponía que yo estaría levantándome a esa hora, y no apenas yéndome a dormir.

¡Ganamos! —exclamó él alegremente—. ¡Íbamos perdiendo, y luego el último cuarto fue una locura!

Me recordé que lo quería demasiado como para decir algo sobre cómo su tono de voz afectaba a mi creciente dolor de cabeza. Sólo pude sonreír, sintiendo una puntada de culpa en el pecho, cuyo origen resultaba más que obvio. Intenté ignorarla, respondiendo con júbilo:

—Sabía que lo haríais. Esos niños deben tenerte miedo.

Conseguí hablar un rato más con Nate. Él parecía verdaderamente entusiasmado con toda la competencia. Me explicó que, si seguían con la racha ganadora, deberían quedarse hasta el domingo, para terminar la ronda de eliminatorias, que, con suerte, los llevaría a las nacionales en Nueva York. Era aquello lo que me estaba contando con emoción, hasta que unos jóvenes comenzaron a gritar y tuvo que cortar. Incluso a través del cansancio, conseguí sonreír honestamente. No sabía si estaba bien actuar con aquella tranquilidad, pero tampoco podía evitarlo. Nadie sabía lo que estaba dentro de mi mente, después de todo. Por momentos, ni siquiera yo.

Decidí ducharme, cambiarme y salir en ese preciso instante para la librería, sorprendiéndome al encontrarme con la fina capa de nieve cubriéndolo todo. Estaba segura que si me quedaba un poco más en casa, acabaría sucumbiendo a la tentación de quedarme en la cama todo el día. Con pasos lentos y cansados, me detuve en el pequeño café cerca de la librería. Le di una sonrisa cansada a la señora Grant, amiga de mi madre y dueña del lugar, pidiéndole la infusión más fuerte que tuviera. Realmente necesitaba algo que me mantuviera de pie, o por lo menos vagamente despierta, por el resto del día. Ella me sonrió, asegurándome que su café especial me daría la energía que me faltaba.

Claro, cuando Christine llegó al mediodía para hablar sobre el cumpleaños de Scarlett, yo era la personificación de un zombi. Estaba segura que ni siquiera había escuchado la mitad de lo que había dicho, cuando ella ya alegaba que entonces todo se encontraba planeado. Le pedí que me dejara alguna referencia sobre lo que debía hacer. De alguna forma, intuía que ella sabía a la perfección que yo me encontraba en una dimensión intermedia entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Quería dormir.

—Bueno, y esta es la parte en la que tú realmente me escuchas —comentó Christine, ladeando la cabeza justo frente a mí.

Sonreí con cansancio.

—Lo siento, no he dormido bien.

—Pude ver eso —replicó dulcemente—. ¿Quieres que vaya a buscarte un café antes de irme? Tengo turno en la tarde.

—No, tendré una sobredosis de cafeína si sigo así —me pasé una mano por el rostro, frotándome un poco los ojos—. Pero gracias, Chris.

Ella cogió su bolso y comenzó a ponerse su abrigo.

—Te llamaré para ultimar detalles —me dijo, antes de irse—. Tengo el asunto de la mascarada solucionado, pero sabes que necesitaré ayuda con la comida.

—Hecho. Déjamelo a mí.

Después de guiñarme un ojo, mi amiga desapareció por la puerta de la librería. Mientras un pesado suspiro se fugaba de mis labios sin consentimiento, me dejé caer sobre el mostrador. Llamaría a mis padres luego y les contaría sobre el cumpleaños de Scarlett. Después de tantos años, ellos tenían ya incorporada la fecha en su calendario y estaban acostumbrados a los delirios de mi amiga. De cualquier forma, había mucho trabajo por hacer. Y si hubiese sido mi cumpleaños, o incluso el de Christine, no hubiese importado mucho. Pero Scarlett Williams era un caso especial cuando se trataba de celebraciones.

Alrededor de las siete y media, decidí cerrar. Podría pasar por el restaurante de mis padres y comentarles cuáles eran los planes de mi amiga para su cumpleaños. Aparentemente, estaba buscando una fiesta en rojo y negro. Si me lo preguntaban, me parecía un poco excéntrico, sobre todo teniendo en cuenta que aquellas cosas… simplemente no cuadraban con las personas que, de hecho, asistirían a dicha fiesta. Pero era Scarlett, y las celebraciones siempre eran especiales para ella. No había muchas posibilidades de discutir al respecto.

Cogí el teléfono de la librería y llamé a mis padres, con el fin de avisarles que estaría por allí en un rato. Recién había saludado a mi madre cuando escuché la campanilla de la entrada. No me extraño cuando una figura enfundada en un blazer negro y una bufanda azul cruzó la puerta —Zachary era la única persona que visitaba la librería a aquellas horas, después de todo—. Mientras él se acercaba al mostrador, me pregunté si verdaderamente buscaba pasar desapercibido en el pueblo. Me costaba pensar que alguien allí no notara a un tipo que parecía salido de una pasarela europea.

¿Joey?, ¿aún estás ahí?

—Sí, mamá —murmuré, aún observando a Zachary pero evitando resueltamente sus ojos. Casi podía imaginar la mirada condescendiente sobre su rostro mientras apoyaba el antebrazo derecho sobre el mostrador, recargándose sobre él—. Estaré allí en un rato, ¿vale? Tenemos que hablar sobre el cumpleaños de Scarlett —musité rápidamente.

Oh, es cierto —comentó ella—. Christine ha estado aquí hoy.

Sonreí un poco, aunque fue una expresión tensa. Incluso cuando ni siquiera había subido mi mirada a su rostro, aún podía sentir los ojos de Zachary sobre mí. Y no podía dejar de molestarme. Especialmente después de lo que había sucedido la noche anterior. Simplemente sabía que, si lo miraba, ni siquiera sería capaz de actuar con la poca templanza que me quedaba.

Te esperamos, entonces —agregó alegremente—. Separaré algo y cenaremos juntas, ¿te parece? Tu padre también debería estar de regreso para esa hora. Fue a casa de Frank.

Asentí ante la mención de uno de los proveedores del restaurante, un viejo amigo de la familia que poseía cultivos y contactos con cadenas nacionales de comida. Él y mi padre se conocían desde que eran unos críos, y habían conservado los negocios tan limpios como su amistad durante largos años.

—Vale, nos vemos luego.

Corté la comunicación y suspiré profundamente. No debía comportarme como idiota. Simplemente, tenía que actuar… normal. Incluso cuando mis nervios no podían ser los de una persona corriente. ¿Qué era eso que tenía él que me ponía tan… tan…?

Resoplé, ordenando unos papeles sobre la parte trasera del mostrador. Desordenándolos, mejor dicho, tan sólo para mantener mis manos y, sobre todo, mi vista ocupada.

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunté casualmente.

Mis manos se movieron torpemente mientras él se tomaba su tiempo para responder. Me sorprendía la capacidad que tenía para decir todo lo que me había dicho la noche anterior y volver allí, pretendiendo que las cosas entre nosotros seguían iguales y que él no era más que un cliente. Intenté serenarme, tomando una profunda bocanada de aire y pretendiendo que yo también podía seguirle el juego. No podía ser tan complicado. Él, después de todo, en verdad era sólo otro cliente.

—Bueno, la realidad era que iba a invitarte a cenar, pero he visto que tienes planes —comentó, señalando distraídamente mi teléfono móvil. Aparentemente, el sonido de mi teléfono estaba demasiado alto. Eso, o la voz de mi madre.

Me pasé una mano por el cabello.

—Sí.

—¿Qué me dices de mañana?

Contuve el impulso de volver a pasarme la mano por el cabello. En realidad, quería arrancármelo. Y no estaba segura de poder contenerme si ponía las manos demasiado cerca.

—Zachary…

Realmente, ¿qué podía decirle? ¿Que no quería verlo más? ¿Que en verdad estaba esperando desesperadamente que dejara de hacerme propuestas que ambos sabíamos que no podía aceptar? ¿Que dejara todo el misterio y que por favor me dijera qué era lo que buscaba con aquel acoso permanente?

Quería preguntarle todo, pero no estaba segura de querer saber las respuestas. No estaba del todo segura de mí misma, especialmente, y de saber los por qué detrás de mi rendición ante él. Yo misma era libre de decir que no y de rehusarme. Podía gritarle en la cara cientos de cosas y pedirle que se perdiera. Sin embargo, sabía que, en el fondo, no era lo que deseaba. En algún rincón de mi mente, quería aquello. Cuando la noche caía, esperaba verlo en la puerta de la librería. Cuando me acostaba, no podía dejar de darle vueltas a su situación y todo lo que ocultaba detrás de aquella fachada de plena confianza en sí mismo. Su misterio me excitaba; parecía encender dentro de mí aquella pequeña llama que había permanecido calma durante tantos años. Los latidos de mi corazón se aceleraban con su mera presencia, y su voz conseguía erizarme la piel con tan sólo pronunciar mi nombre. Todo en él era intenso, y no sabía si estaba dispuesta a renunciar a aquello. Incluso cuando sabía que estaba jugando con fuego, no podía dejar de sentirme atraída por la luz y la calidez que irradiaba.

Sólo tenía que una distancia prudencial entre ambos. Había una sutil línea que podía transformar el calor en la carbonización de mi cordura. Y temía no ser consciente de ella hasta que fuera demasiado tarde para volver atrás.

—Reúnete conmigo en el bar de la playa —pidió.

Aún evitando rotundamente su mirada, musité:

—No sé cuánto me llevará la cena.

Mi cuerpo entero se tensó cuando percibí la inclinación de su cuerpo y sentí dos de sus dedos alzando mi barbilla. Como había supuesto, el inevitable contacto con sus ojos no hizo más que destrozar mis nervios y alterar mi corazón. Prácticamente me había besado la noche anterior, y la imagen no era capaz de salir de mi cabeza. Sabía que aquellos pensamientos estaban mal, increíblemente mal, pero tenerlo allí lo hacía inevitable. Sus ojos, cargados de todo aquel desafío y autoconfianza, no hacían más que recordarme que él tenía verdadero poder sobre mí.

Si hubiese decidido besarme, yo no hubiese sido capaz de hacer nada al respecto. Lo sabía. Y no podía evitar la impotencia que corría por mi cuerpo ante el mero pensamiento.

Intenté hacerle frente con la mirada más seria y determinada que poseía, aunque la fachada pronto vaciló cuando él susurró:

—Te esperaré lo que sea necesario.

Dando con aquello el pie para finalizar la conversación, se dio media vuelta y salió tan rápido como había llegado. Por supuesto, Zachary no daba derechos a réplica. Seguía actuando como si supiera perfectamente que yo lo seguiría, fuese lo que fuese. En nuestro primer encuentro, aquella confianza realmente parecía ser sólo una fachada. Después de varios días y numerosas situaciones extrañas, sin embargo, sabía que no era una mera actuación. Él sabía que lo seguiría.

Recogiendo todas mis cosas, en el silencio de la librería, me pregunté qué podría suceder si no me aparecía en el bar. Sabía que ninguno de nosotros esperaba que fuera de esa manera, pero era justamente allí donde sentía que las cosas podían revertirse. Necesitaba poner un punto de freno en mi relación con Zachary. Las cosas habían ido a tal velocidad, que temía que pronto pudieran salirse de control.

Reuniendo toda la voluntad que poseía, me dirigí al restaurante de mis padres, llegando incluso antes de la hora planeada. La rápida caminata me había cansado un poco, por lo que me dejé caer en una de las pequeñas mesas. La gente del pueblo tendía a cenar temprano los días de semana, por lo que ya prácticamente no quedaban comensales a las ocho y media de la noche. Mi madre salió de la cocina un momento para saludarme, asegurándome que ya estaba terminando. Tenía una ayudante, de todos modos —la hija de uno de los clientes más viejos del restaurante, de hecho—, pero mi madre siempre había tenido aquel pequeño recelo de hacerlo todo a su gusto. Y nadie podía culparla, ya que su cocina era, posiblemente, la mejor del pueblo. Y juraba que allí no hablaban mis sentimientos, sino mi estómago.

Alrededor de veinte minutos después de haber llegado allí, un plato de comida fue puesto frente a mí. Mi madre me sonrió cuando solté un sonido de placer ante el mero aroma de la carne con salsa barbacoa.

—Tu padre se demorará un poco, pero tú come —pidió mi mamá, sentándose frente a mí—. Sabe mejor cuando no está recalentado.

—Sabe bien de cualquier forma —cuchicheé, sin tener que esperar un segundo pedido para comenzar a comer con ganas.

La charla con mi madre, y eventualmente con mi padre, consiguieron distraerme un poco; aunque la ansiedad seguía alojada en mi pecho. No iría al encuentro con Zachary, seguía convenciéndome de ello, pero su reacción no podía dejar de preocuparme. Incluso a sabiendas que era yo la que deseaba marcar cierta distancia, parecía haber una parte de mí que esperaba que él volviera a intentarlo con más fuerza. ¿Acaso era tan grande mi necesidad por modificar las cosas y buscar algo de emoción, que estaba arriesgada a echar toda mi vida por la borda? ¿O había algo más allí?

—¿Joey, estás bien? —preguntó mi madre—. Pareces preocupada.

Mi padre se encontraba comiendo en silencio, atento a nuestra conversación. Generalmente él era un tipo de palabras justas y necesarias. Tenía un buen carácter, ameno y simpático, pero era más de esas personas que piensan antes de hablar. Mi madre, por el contrario, siempre hacía saber lo que pensaba. En situaciones como aquella, podía ser un pequeño problema con el que debía lidiar.

—Sólo estoy cansada, mamá —respondí, incluso corriendo el riesgo de no sonar ni un poco convincente—. Creo que me iré a casa y volveré mañana para seguir ultimando detalles, ¿te parece?

Mi madre asintió, ninguno de mis padres cayendo en mi pobre excusa.

Zachary no volvió a aparecer durante los siguientes días. Después de terminar de planificar lo que sería la comida de la fiesta con mi madre, Christine me había llevado a una boutique a unas millas de Loch Arbour, asegurando que teníamos que encontrar un atuendo para la fiesta. Aparentemente, no sólo sería una mascarada, sino que la idea que la misma estuviese ambientada en rojo y negro, los colores favoritos de nuestra amiga, había prosperado. Me costaba imaginarme de dónde sacaban todas aquellas ideas. Aunque yo era la que escribía y se jactaba de su desarrollada imaginación, mis compañeras no tenían nada que envidiarme.

Con tanta agitación, ni siquiera había tenido demasiado tiempo para pensar en el misterioso ocupante de la casa de Edgemont. Incluso cuando me había costado conciliar el sueño el martes, después de rechazar rotundamente su propuesta, creía que había hecho lo correcto. Claro, con el paso de los días, lo que había comenzado como una pequeña sensación de incertidumbre se había transformado en auténtica inquietud. ¿Quizás él se había tomado en serio, por primera vez, mi advertencia?

Me costaba creer eso. Sin embargo, tampoco podía afirmar lo contrario.

La idea de una fiesta sorpresa, siendo Scarlett la involucrada y, para más, viviendo en un sitio tan pequeño, quedaba completamente descartada. Ella enseguida se aseguró de chequear todo y confirmar por mano propia que cada pequeña cosa estuviera perfecta. Ni siquiera habíamos tenido tiempo de felicitara por su cumpleaños, que pronto ya se encontraba dándonos órdenes y pidiendo que la ayudáramos urgentemente.

La fiesta se celebraría en la casa de los padres de Scarlett, una bonita vivienda de estilo antiguo y lo suficientemente espaciosa. Los muebles de la sala habían sido adaptados para dejar espacio para los invitados, el baile y los aperitivos, mientras la cocina se encontraba llena de toda la comida que mis padres y yo habíamos transportado. La barandilla de la escalera que conectaba la sala con el piso superior había sido envuelta en cintas rojas, así como la decoración de la sala se había repartido entre el color predominante con negro y algo de blanco. Una larga mesa estaba ubicada en el fondo y cubierta con un mantel color sangre, los sofás situados a un costado y el equipo de música listo para ponerse en marcha. Había un buen espacio para bailar, y también para aquellos que buscaban estar tranquilos.

Ya entrada la tarde, éramos sólo Christine, Brandon y yo terminando de decorar la sala, dejando que Scarlett tuviera tiempo para arreglarse y responder a los saludos de aquellos que, incluso lejos, la recordaban. No me sorprendió cuando Nate llamó a mi móvil y me pidió que le enviara un gran saludo.

—Ella se siente mal por festejar sin ti —bromeé.

Oh, dile que esta noche la victoria será en su honor.

Cuando faltaba una hora para la llegada de los invitados, Christine y yo fuimos invitadas a ocupar los baños del segundo piso. Después de tanto traslado y arreglo, una ducha nos sentaría bien a ambas. Aquello también nos permitió calzarnos los vestidos rojos que habíamos comprado. El de Christine era por debajo de la rodilla y con un cuello amplio. Él mío, por otra parte, era más corto de lo que hubiese deseado, aunque era ligero y con un poco de vuelo. No eran grandes piezas, sino más bien algo que fuese acorde a otro festejo de los tantos que se organizaban por allí. En la entrada también se repartirían máscaras negras y rojas a los invitados, por lo que nosotras nos hicimos de una antes de bajar.

Scarlett soltó un chillido animado cuando nos vio.

—¡Me encanta el atuendo! —aseguró, ya con un hermoso vestido rojo que nos hacía ver… simples. Ella no sólo era bonita, sino que además tenía la excesiva osadía de la que Christine y yo carecíamos. El escote de Chris o lo corto de mi vestido parecían mínimos en comparación con el de ella.

Era difícil decir cómo la tarde había pasado tan rápido, pero lo cierto era que, antes que pudiera darme cuenta, la gente había comenzado a llenar la gran sala. Las mujeres tenían vestidos rojos, y los hombres traían el color en la corbata, sobre las camisas blancas. Todos los invitados vestían máscaras iguales, lo que hacía la escena algo realmente digno de fotografiar. Scarlett estaba eufórica, y no dejaba de saludar a todo el mundo carismáticamente. Ella era una buena anfitriona; perfecta después de lo que había sido yo, saludando a todo el mundo coloquialmente y sólo esperando que el momento pasara pronto. Todo aquel despliegue no era realmente mi ambiente.

Brandon y Christine se quedaron conmigo, ya que sabían que Nate no estaba. Nuestros padres siempre andaban juntos y se encontraban divididos entre el comedor y el jardín —particularmente aquellos que fumaban—. Nosotros estábamos cerca de la barra, monopolizada por uno de los primos de Scarlett, que había viajado especialmente desde Maryland para su cumpleaños.

La gente bailaba, nuestra amiga iba y venía, y nosotros ya habíamos bebido una buena cantidad de tragos, cuyos nombres e ingredientes no conocíamos. En realidad, Christine y Brandon habían bebido y me habían permitido probar todos ellos. No era una persona que tomara regularmente, y la realidad era que no buscaba terminar ebria en el cumpleaños de una de mis mejores amigas. Cuando percibí la relajación en mi cuerpo y la risa ligeramente fácil, decidí que ya era tiempo de comenzar a reemplazar el alcohol por alguna soda. Estaba pensando en ir a buscarme una, mientras mi amiga y su esposo se reían de algo que escapaba de mi entendimiento, cuando el teléfono móvil vibró dentro de mi bolso. Con rapidez apoyé mis cosas en la mesa detrás de nosotros, alejándome un poco al pensar que era una llamada. Sin embargo, me sorprendí cuando vi la alerta de un nuevo mensaje. Y el remitente sólo consiguió convertir la sorpresa en incertidumbre.

«El rojo va bien sobre tu piel. Pero creo que iría aún mejor con el color madera de los suelos, por si estás interesada en probar teorías».

Mi cabeza se alzó rápidamente, una extraña sensación bajando por mi cuerpo. Sentí esa familiar y exagerada presión al respirar, mientras giraba el cuello, buscando a Zachary entre la multitud. No era un trabajo fácil de cualquier forma: no sólo todos se encontraban vestidos iguales, sino que los antifaces tampoco hacían el trabajo menos complicado.

Tomando una decisión apresurada, me excusé con Christine y Brandon, caminando rápidamente hasta las escaleras. Buscando en el directorio, llamé al número de Zachary y esperé. Pronto reparé de la figura que levantaba el teléfono y lo llevaba hasta su oído, la sonrisa asomándose bajo el antifaz. Él se encontraba apoyado contra la pared despreocupadamente, a tan sólo unos metros de mí y cerca de una de las ventanas que daban a la calle. Camisa blanca, cortaba roja, máscara negra, igual que todos… pero indudablemente diferente. Incluso cuando la generosa cantidad de invitados conseguía ocultarlo, bastaba verlo para saber que era él.

Movimiento inteligente —soltó con cierta jocosidad por el teléfono, mientras seguía con sus ojos fijos en mí.

Me apoyé sobre la barandilla con la mano izquierda, afianzando la otra al móvil, presionándolo con fuerza contra mi oído.

—¿Qué haces aquí?

Resulta que sólo andaba por la zona —comentó, con desinterés—. Ayer tú no viniste, así que decidí actuar por mi cuenta.

Me mordí el labio, reparando de los ojos de mi amiga, buscándome por la habitación. Toda la sala se encontraba en la penumbra, por lo que no era tan fácil hallarme allí. Supuse que Zachary había seguido mi recorrido, o quizás era increíblemente bueno para esas cosas. Parecía tener una habilidad especial para jugar a las escondidas.

Realmente no pensé en mis movimientos cuando comencé a subir distraídamente las escaleras, aún mirando hacia abajo y dando cuidadosos pasos hacia atrás. Seguía sin romper el contacto visual con Zachary, ligeramente preocupada en perderlo de vista si quitaba mis ojos de él por un segundo. La sonrisa tenue seguía allí, como adherida a su rostro, mientras yo simplemente atinaba a seguir intentando averiguar por qué, de todos los sitios, él estaba allí.

—¿Cómo sabías sobre la fiesta?

Incluso en la lejanía, ya prácticamente en la parte más alta de las escaleras, pude imaginarme su sonrisa ensanchándose un poco.

Siempre lo preguntas, y ya te lo he dijo —comentó con tranquilidad—. Pueblo chico, infierno grande.

Me mordí el labio con fuerza, de pie en el último peldaño, alejando un poco el móvil para no hacerlo amplificador de mis respiraciones pesadas. Sin embargo, el paso de oxígeno quedó momentáneamente interrumpido cuando vi a Zachary moverse de su puesto contra la pared. Con determinación, se abrió paso entre la gente, quedando pronto al pie de las escaleras. El instinto de defensa me llevó a alejarme un poco, quedando inmóvil en medio del corredor de la planta alta. Él, con aquella gracilidad segura, subió los escalones uno a uno. El teléfono se encontraba aún sobre mi oído, al igual que él todavía sostenía el suyo firmemente.

—¿Vas a decirme por qué estás aquí?

—No, no en realidad —escuché su voz, tanto frente a mí como cerca de mi oído.

Con total resolución, pulsó el botón de su teléfono para cortar la llamada y lo deslizó dentro de su bolsillo, estirándose luego para tomar el mío. Quitándome el aparato de la mano con delicadeza, se encargó también de finalizar la conversación de mi parte, devolviéndomelo pronto. Sus ojos vagaron por mi cuerpo, con aquella mirada que me amedrentaba. Era incómodo como sus ojos parecían quemar por cada sitio por el que pasaban.

—Deja de hacer eso —musité, guardando ausentemente el móvil dentro de mi bolso.

—No estoy haciendo nada —dijo con despreocupación, sus ojos finalmente deteniéndose sobre los míos. El antifaz con el borde negro hacia que sus el tono azul alrededor de la pupila destacara profundamente, incluso a pesar de la penumbra del lugar.

—¿Entonces por qué me estás miras… así?

—Observando la naturaleza humana, Jolene —respondió, su boca siendo claramente forzada a mantenerse sólo con una ligera curva hacia arriba—. No me culpes de crímenes que no he cometido todavía.

—¿Todavía?

Él se inclinó un poco hacia adelante, obligándome impulsivamente a dar un paso hacia atrás, hasta que sentí el friso de la pared contra mis talones.

—Ya te he dicho que no me conformo sólo con ver.

Podía comenzar a sentir el dolor naciendo dentro de mi cabeza, el estómago revuelto y aquella familiar sensación de encontrarme en una mala posición siempre que Zachary estaba cerca. Claro, cerca era sólo una forma de ponerlo en palabras, ya que había una diferencia entre cercanía e invasión del espacio personal. La línea no era del todo definida para él, ya que tenía la capacidad de ponerme a la defensiva incluso a metros de distancia, pero en aquella ocasión se encontraba demasiado cerca. Mi mente sólo podía evocar escenas del día anterior, mi cuerpo reaccionando inmediatamente en respuesta.

Había querido que me besara. Había deseado saber cómo se sentiría.

Y aquello seguía estando tan terriblemente mal como la primera vez que había pasado por mi cabeza.

—Estoy sintiéndome ligeramente ignorado —comentó.

Mis ojos, que hasta aquel momento habían estado perdidos en un punto al azar de su rostro, volvieron a enfocarse en sus ojos.

—Volvamos a la fiesta —musité, intentando zafarme de él.

Me helé en mi lugar cuando uno de sus brazos cruzó por delante de mi cintura, evitándome escapar de cualquier modo. Su mano se apoyó en la parte superior de mi cadera mientras, por el otro lado, su cuerpo se inclinaba un poco y su rostro giraba lo suficiente para encontrar el camino hasta mi oído. No podía dejar de sorprenderme con sus movimientos que, si bien imponían cierta brusquedad y respeto, no dejaban de ser increíblemente delicados. De alguna forma, poco a poco, Zachary parecía empeñado en confirmar mi teoría. Él era más que consciente que no necesitaba hacer exigencias allí. Yo sólo estaba luchando contra los motivos para quedarme.

—¿Cuándo vas a dejar de huir? —inquirió.

Por supuesto, quedaba más que claro que su pregunta era retórica. Él sabía perfectamente que mi resistencia comenzaba a hacer ese cuándo cada vez más corto.

Me recordaba constante a mí misma que su nombre era sinónimo de riesgos que no quería tomar. Sin embargo, la adrenalina fluía por mi cuerpo cada vez con más persistencia y aquel panorama, que en algún momento había sido horrible —y, en algún punto de mi mente, seguía siéndolo—, comenzaba a parecer tentador, casi atractivo. Él parecía llamarme permanentemente, y yo no estaba segura de tener la fuerza que se necesitaba para resistirme a un constante canto de sirenas justo en mi oído.

Sentí un escalofrío cuando su mano hizo una ligera presión, empujándome hacia atrás. Nuevamente me encontraba apoyada contra la pared, el cuerpo de Zachary bloqueando las vías de escape. No podía ver bien, pero conocía la casa de los padres de Scarlett y sabía que no estábamos muy lejos de uno de los baños. ¿Podría simplemente ocultarme allí y pedirle que se fuera? ¿Podía dejar que mi cobardía, influenciada por el buen juicio, me controlara en aquella situación?

Los ojos de Zachary me dieron la respuesta cuando se encontraron con los míos.

No. De ninguna manera.

Su mano seguía sosteniendo mi cintura, nuestros cuerpos separados tan sólo por una pequeña distancia. Tragando con dificultad y sintiendo que realmente tenía que salir de allí, aunque sin tener la fuerza suficiente para hacerlo, vi como Zachary se acercaba aún más. Su cabello y los bordes del antifaz acariciaron mi mejilla cuando él se acercó para susurrar en mi oído:

—¿Quieres que te bese, cierto?

Su voz fue ronca e increíblemente baja, y sentí como mis propios pensamientos se desconectaban de las acciones de mi cuerpo. Un silencio expectante flotó sobre nosotros, antes que me sorprendiera a mí misma con mi propia voz estrangulada musitando:

—Sí.

Antes que pudiera objetar algo más, dándome cuenta de lo que había dicho e intentando revertirlo, sentí su otra mano en mi mejilla y su boca se ciñó sobre mi labio inferior con determinación. Incluso a pesar de la sorpresa, no pude evitar sentir que estaba a punto de caerme, a punto de pedirle a mi corazón que regresara dentro de mi pecho. Él me atrajo por la cintura, su cuerpo pegándose al mío y atrapándome contra la pared. Su boca era suave pero confiada, casi como sus palabras. Su mano se había hundido en mi cabello y sus dedos parecían tener algún tipo de efecto estimulante sobre mi nuca. Aunque no era un beso desesperado, la lentitud de los movimientos era aún más provocadora. Mi mente había sido completamente aplastada por la intensidad de su perfume y el calor de su toque.

Sólo puede atinar a disfrutar del contacto por uno segundos, por lo menos hasta que me di cuenta de lo que estaba sucediendo.

Zachary Reed estaba besándome. Y decir que aquello estaba mal era ser increíblemente permisiva.

Poniendo mis manos temblorosas e inseguras en su cuerpo, lo aparté, evitando sus ojos a toda costa. Simplemente pude escurrirme con velocidad por su derecha, obligando a mis piernas a recobrar su fuerza y a ayudarme con el camino hacia abajo por las escaleras.

Ni siquiera de pie entre la multitud y lejos del calor de aquel breve momento pude conseguir que mi corazón dejara de latir imposiblemente rápido.

Ya no había suposiciones sobre los riesgos que podía estar o no dispuesta a correr. Ya había quitado ambos pies de la superficie, dejándome caer al vacío.

Sólo me quedaba esperar que la caída no fuese demasiado fuerte, sabiendo que aquello difícilmente sería posible.



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