«Casa de Naipes»: Capítulo IX.

Zachary no volvió a dar señales de vida durante toda la semana laboral. Después de aquel domingo, no hubo apariciones sorpresivas ni invitaciones pretenciosas; ni siquiera mensajes de texto. No era que no estuviera acostumbrada a aquellos espacios entre sus visitas ni a sus persistentes cambios de actitud, pero había sentido que últimamente él se aparecía con mucha más frecuencia. Además, después del… beso de la fiesta, había esperado que ambos conversáramos sobre ello. Incluso cuando la mera idea me parecía absurda, sabía que teníamos que hacerlo… eventualmente.

Aunque su evasiva debería haberme dado una pista, no perdía las esperanzas de aclarar aquel malentendido. Incluso cuando el beso había sido…, bueno, consentido, de alguna forma intentaba convencerme que no podía ser más que un error. A pesar de saber que yo había querido aquello, catalogarlo como un hecho de una sola vez me parecía lo más sencillo, la única forma de hacerlo menos comprometedor. Con cada día que pasaba, y con cada nueva y extraña situación en la que me veía involucrada, más me convencía que Zachary no sería más que problemas para mí si lo dejaba traspasar aquellos límites que aún estaban fuera de su alcance. Debía alejarme de él; eso era un hecho.

Sí, en mi cabeza sonaba perfecto.

La semana fue relativamente agitada para lo que generalmente era Loch Arbour. La llegada de diciembre siempre significaba la búsqueda de adornos navideños y la aparición de ese aire ansioso flotando sobre el pueblo. Después de hablar con mis padres el viernes, habíamos acordado en hacer una salida familiar el domingo, después de almorzar, para ir a buscar los pinos y algunos adornos. Incluso mi tía, cuando el sábado había enviado el pedido de todas las semanas, no se había privado de enviarme algunas cosillas que había conseguido en una tienda de Chinatown. Envueltas junto a los libros, había encontrado algunas guirnaldas, miniaturas de Santa y adornos para el pequeño arbolito que armaba allí todos los años desde que había comprado el local. El pedido había llegado alrededor de las cinco de la tarde. Algo me decía que Julianne no era la única abusando de las compras navideñas.

Sabía que aún faltaban unos días para que oficialmente fuese el momento de armar el árbol y decorar, pero un poco de anticipación no hacía mal a nadie, ¿cierto?

Nate se encontraba verdaderamente ocupado con los entrenamientos para las Nacionales, por lo que estaba pasando la mayor parte del tiempo en su apartamento, dejándose caer sólo los domingos para la religiosa comida en familia. Algunas noches era yo quien iba hasta allí, cuando tenía la posibilidad de recibir un aventón de parte de Christine. Sin embargo, los dos sabíamos que era poco práctico. Nate y yo no estábamos del todo acostumbrados a estar separados, pero en aquel momento no me parecía una mala idea. Me costaba actuar con él naturalmente con todo lo que tenía en la cabeza, sin sentirme culpable o torturada al respecto. Aunque en verdad intentaba repetirme a mí misma que ese beso había sido un error, el pensamiento no me hacía sentir menos incómoda al respecto.

Después de ubicar al pequeño pino sobre el mostrador del local, decidí dedicarme a los libros. Las opciones en la librería se volvían interesantes a la hora de hacer presentes en el pueblo, por lo que, posiblemente, los días previos a la Navidad eran la mejor época del año para el negocio. Mi tía lo sabía, por lo que a lo largo de diciembre comenzaba a enviar buenas tiradas de títulos clásicos, junto con aquellos libros que seguro se venderían.

Me encontraba en medio de mi tarea de poner la última entrega en orden, con la noche ya cayendo en el exterior, cuando la puerta se abrió y Zachary la atravesó tranquilamente, sacudiéndose los restos de nieve del cabello. Y, cada vez que aquello pasaba, no me quedaba más que convencerme que el salto de mi corazón era sorpresa, quizás miedo. No importaban los sentimientos, siempre que fuesen negativos.

Me apoyé contra una de las estanterías, dejando allí el último título de Nora Roberts, mientras esperaba que él rompiera el silencio. Sin embargo, no hizo más que ponerse de pie junto a mí, observando los nuevos títulos que había terminado de acomodar con esa expresión impasible tan suya. A pesar de todo, siempre tenía la templanza para seguir comportándose como si fuese sólo un cliente más. Una agradable fantasía que yo también intentaba creerme de vez en cuando.

—Pensé que no debías estar aquí —sentí la necesidad de decir, sin darle más que una rápida mirada de soslayo.

—Y yo pensé que era un buen momento para cenar —replicó e, incluso sin mirarlo, sabía que se había girado para observarme—. Con compañía.

Me tragué el pensamiento de proponerle que se comprara un perro, rotando mi cuerpo para encararlo también. No me gustaba la cercanía, ni mucho menos la intimidad del momento, pero parecía ser algo que escapaba de mi alcance. Zachary tenía la habilidad de crear una situación intensa dónde quisiera, cuándo quisiera y, especialmente, con quien quisiera. Después de las palabras de Scott y las del mismo hombre frente a mí, no podía sentirme especial. Realmente no quería hacerlo, porque la incompatibilidad que aquello podía tener con mi vida tampoco era prometedora.

Suspiré profundamente, cerrando los ojos.

—Vete, Zachary, por favor —musité, si poder encontrar un sutil rechazo alternativo.

Él se acercó, obligándome por acto reflejo a retroceder. Él mismo guió mi cuerpo, obligándome a presionarlo contra la estantería. Sus brazos buscaron la madera sobre la que me encontraba apoyada, aprisionándome entre ella y su pecho. Cerré los ojos, aunque el sentir su respiración era suficiente para no encontrar la calma que buscaba. Mi corazón era tan traicionero como sus acciones.

—Ambos sabemos que no quieres eso —dijo con total convicción, esa de la que yo carecía—. Y no es como si tampoco estuviese muy interesado en hacerlo.

Apoyé mis palmas en su pecho, intentando mantenerlo alejado.

—Dijiste que no forzabas a las mujeres —recordé, utilizando sus palabras a mi favor—. Te estoy pidiendo algo aquí.

Sus manos sostuvieron mis muñecas rápidamente, apoyándolas contra la estantería. El movimiento en sí agitó los latidos de mi corazón, pero su nuevo acercamiento fue lo que en verdad terminó por destruir mis nervios. Sus ojos, nuevamente hallando los míos por detrás de sus gafas, y su boca, a una distancia inaceptable para cualquier cosa que no fuese un beso, eran demasiado para asimilar con naturalidad. De repente, su agarre y la superficie contra mi espalda se volvieron un soporte útil.

—¿Y tú me crees? —susurró, su voz casi como un ronroneo—. ¿Realmente crees en mí?

Lo miré fríamente, cansada de sus juegos.

—No.

—Haces bien.

Con rapidez se alejó de mí, apoyándose en la biblioteca opuesta. En serio, ¿qué era lo que buscaba con aquellas aproximaciones provocadoras?, ¿ponerme de los nervios?, ¿tratar que perdiera los estribos y le gritara todas aquellas cosas que estaban carcomiéndome por dentro? Porque, si era así, realmente estaba haciendo un trabajo impecable. Si jugar con mi mente hubiese sido un deporte olímpico, Zachary Reed, sin dudas, hubiese obtenido la medalla de oro, la de plata y también la de bronce.

A pesar de sus advertencias, no podía tomar en serio el peligro que él quería imponer. Mi curiosidad por él estaba lejos de ser dejada atrás por miedo o simple precaución. Realmente no podía creer que él pudiera hacerme daño. Por lo menos, no físicamente.

—Una cena —repitió, con ese exceso de confianza suyo—. Nada más.

—¿Dónde? —fue lo menos comprometedor que pude replicar, aún sin darle una respuesta que, de todos modos, sabía que terminaría siendo afirmativa. Su capacidad de persuasión y mi escasa convicción serían siempre una combinación en la cual yo saldría perdiendo.

—Bueno, no en mi casa.

Aún mirándolo a los ojos, fruncí el ceño.

—¿Por qué?

No era que la idea de no ir a su vivienda me desagradara, de cualquier modo.

—Resulta que Scott ha… decidido quedarse más tiempo del debido —comentó, haciendo una pequeña pausa en tanto una despectiva expresión vagaba casualmente por sus labios—. Encuéntrate conmigo en la playa de la última vez —pidió con calma.

—¿En la playa?

—Tú sólo ve —fue su tranquila respuesta—. En una hora.

Despegándose con naturalidad de la superficie, pasó sus dedos por las filas de libros, alejándose unos pasos de mí. Me dio una rápida mirada por sobre su hombro, con una de esas muecas de perfecta superioridad sobre sus labios. Molestia y atracción corrían por igual dentro de mi cuerpo, en una batalla violenta y peligrosa.

—Tendré que volver —comentó—. Realmente he dejado los libros en un segundo plano.

Como siempre, dejando algún comentario significativo flotando entre nosotros, Zachary dejó la librería con una andar confiado. Echando la cabeza hacia atrás y dejando que mi peso reposara contra la estantería, me di cuenta que su comentario también era aplicable para mí. Desde su llegada, su intromisión y su juego para nada sutil, todo lo demás había comenzado a descender en mi lista de prioridades. Su presencia tenía algo tan difícil de poner en palabras, incluso en pensamientos, que ni siquiera terminaba de cobrar sentido para mí, que tenía que sentirlo todo. Con esa idea fugaz, una línea vino a mi mente. Paseándome entre las estanterías, perdida entre mi pequeño mundo, alcancé el familiar título de portada negra. No me resultaba difícil reconocer las primeras páginas de El Retrato de Dorian Gray. Yo misma parecía haber encontrado una aparición nociva, un eje creativo de una belleza destructiva, una forma de hacer las cosas que distaba demasiado de la que estaba acostumbrada y, especialmente, de la que era capaz de soportar.

«Comprendí que estaba ante alguien cuya simple personalidad era tan fascinante que, si me abandonaba a ella, absorbería mi naturaleza entera, mi alma y hasta mi propio arte».

Mis ojos se quedaron fijos en la frase por largo tiempo. Él no sólo había afectado mi vida, sino que su esencia se había colado, de forma increíblemente rápida y peligrosa, entre mis pensamientos y lo que más amaba. No sólo mis afectos, sino también mis propios gustos y creencias morales. Había notado el cambio de estilo sutil en mi escritura, que había comenzado a volverse intensa con el paso de los días. Mi historia, esa en la que llevaba trabajando por meses, cuidando los detalles y los personajes, pronto se había vuelto un desorden violento y atrapante, una diferencia que jamás hubiese podido alcanzar en otra situación. Zachary podía respirarse entre palabras, entre los rincones de la librería o en mis últimos pensamientos antes de dormir. Él era un paréntesis en mi vida; ese inalcanzable ser, con un je ne sais quoi que me había mostrado una parte que siempre había permanecido oculta. Más allá de la evidencia de saber que aquello estaba terriblemente mal, comenzaba a resultar enfermo.

¿Dónde terminaba mi curiosidad y dónde comenzaba esa preocupante fijación?

Dejando el libro apoyado en la biblioteca, me pasé una mano por el rostro, deseando poder desconectar mi cabeza, incluso sólo por unos pocos minutos. Pensar seria y profundamente en toda aquella situación, como jamás lo había hecho, era salir de mi zona de confort y… Ni siquiera era capaz de pensar lo que podía suceder después de dar aquel paso. Nunca había tenido que intentarlo.

Ni siquiera pude llamar a Nate cuando mis zapatos tomaron las calles del pueblo. Aunque hubiese sido lo apropiado, confié en que su residencia en Monmouth jugara a mi favor. Ya no me importaban las explicaciones. Las mentiras no podían suprimir la culpa. Ni siquiera la consciencia de saber que ir allí no era adecuado podía evitar que mis pies se movieran con ansiedad. Quería ver a Zachary, quería perseguir aquella pequeña oportunidad de saber más sobre lo que sucedía con él… Simplemente no podía controlarlo. El sentimiento me asustaba, pero no podía combatirlo. Supuse que era la forma en la que un adicto podría sentirse. Sólo que mi propia adicción no tenía ningún sentido.

¿Era para mí sólo una buena historia que contar?

Me encogí dentro de mi abrigo, con la pequeña y silenciosa nevada que caía sobre el pueblo, preguntándome a mí misma hasta dónde era capaz de llegar por un buen material —no sólo en el papel, sino también en mi vida—. La respuesta era incierta, al igual que los pasos que me acercaban al encuentro programado. Nuevamente, volvía a ir en busca de Zachary, sin saber con exactitud que esperaba de la noche. Quería respuestas, pero ¿estaba verdaderamente preparada para tomarlas, aceptarlas y digerirlas? Había un beso inconcluso entre nosotros, un acto que había carecido de la explicación posterior. Yo había huido. Yo seguía huyendo de ello, esperando que en algún momento… ¿qué? ¿Zachary se cansara de mí?, ¿yo misma me convenciera finalmente de que era una situación disparatada?

Esa noche, la superficie de la playa, cubierta de nieve y arena, entremezclándose con la marea, generaba un extraño contraste sobre la orilla. Zachary esperaba por mí en el centro, en un punto aproximado a donde había sido nuestro último encuentro. Traía las manos en los bolsillos de su chaqueta y miraba al mar, ignorando por completo la suave nevada que lo acompañaba. La barbilla siempre alzada le daba cierto aire de superioridad que, sin dudas, no le faltaba.

En cuanto me vio, me hizo un gesto con la cabeza. Me acerqué a él con pasos suaves y reticentes, como esperando demorar nuestra cercanía tanto como me fuese posible.

—Diría que no muerdo, pero es mentira —fue su comentario, soltado con un matiz casi azaroso. En verdad me sorprendía su capacidad para encontrar frases innecesarias y enigmáticas todo el tiempo, pero lo realmente asombroso era su capacidad para soltar aquellos comentarios con una naturalidad cercana a pecar de indiferencia.

No respondí. Simplemente me quedé allí, a una distancia prudencial de él. Los pensamientos aún estaban demasiado frescos en mi cabeza, y la vulnerabilidad no era algo que pudiera permitirme estando muy cerca de él. La situación, aparentemente, le causo cierta diversión, porque una de las comisuras de su boca se curvó ligeramente hacia arriba.

—El clima está en nuestra contra —dijo, de cualquier modo—. Ven. Podemos comer en algún pueblo vecino.

—¿Un pueblo vecino? —fue mi pregunta. Quise mantenerme serena, mas la incredulidad hizo su sutil paso hasta mis palabras—. ¿Por qué no aquí?

Sonrió castamente, dándome una última mirada antes de girarse en dirección a la salida de la playa.

—Porque no quiero.

Con esa despreocupación suya, Zachary se encaminó hacia la hilera de luces que destacaban vagamente en el boulevard. Sin tener siquiera tiempo para pensármelo, lo seguí. Estaba molesta con sus respuestas, o quizás simplemente con su actitud en general. Esa parte suya que despertaba mi curiosidad era también la que, en gran parte, me ponía de los nervios. No importaba la situación, parecía que su palabra siempre era ley. La convicción en ella raramente daba lugar a cuestionamientos.

—¿Podrías darme una respuesta coherente? —solté, siguiendo sus rápidos pasos.

Él me echó una mirada aburrida por sobre su hombro, sin dejar de andar. No era necesario decir que, ni siquiera cuando yo alzaba la voz, el parecía afectado o intimidado por mí. Su templanza era algo verdaderamente envidiable.

—Creo que no tengo que decirte que no sería bueno para ti que te encontraran conmigo —respondió, sin la más mínima vacilación—. Es un pueblo chico. Fin de la historia.

Incluso cuando se giró para seguir caminando, con ese aire suyo de tener la última palabra, pregunté:

—¿Y por qué te preocupo?

Volvió a observarme de soslayo, dándome una fugaz sonrisa torcida por sobre su hombro.

—Porque me causarías problemas a mí también.

—¿Por qué?

Una risa etérea y casta flotó entre nosotros mientras seguíamos andando trabajosamente por los médanos en subida.

—Demasiadas preguntas.

Con dificultad seguí su ritmo. A pesar de no parecer el tipo que se ensuciaba las manos —a juzgar por su permanente pulcritud y esos aires suyos de grandeza—, Zachary se movía con avidez, escalando los pequeños montículos de arena y nieve que nos llevaban al boulevard sin demasiado trabajo. Yo, por el contrario, intentaba seguirle el ritmo, tratando de ignorar el cansancio de andar sobre aquella superficie.

—La gente generalmente pregunta cuando quiere respuestas.

—Y la gente no responde cuando no quiere darlas.

La réplica quedó adherida a mi garganta mientras los dos alcanzábamos el boulevard. Pisar madera firme fue una bendición después de la caminata, y disfruté un poco de la sensación antes de volver a pensar en nuestra conversación. Zachary se había quedado con la última palabra, para variar, y quería seguir pidiendo explicaciones. Realmente no me importaba que él se quejara y me tildara de curiosa insufrible. No podía soportar la idea de tenerlo allí y no averiguar más sobre él. Claro, cualquier tipo de reformulación de mi interrogatorio anterior se fue de mi cabeza cuando vi el automóvil estacionado sobre la calzada. Habíamos pasado por la parte lateral de uno de los bares, dejando atrás la playa y la pasarela de madera.

Mis ojos viajaron del elegante vehículo negro al hombre a mi lado.

—¿Desde cuándo tienes un automóvil? —pregunté lentamente mientras él abría la puerta para mí.

El interior del coche lucía ordenado y nuevo, aunque no poseía el olor característico de los vehículos recién comprados. Posiblemente sólo estaba bien cuidado.

—Desde que necesitaba uno —respondió, cortante—. ¿Conoces los alrededores?

Entré en el vehículo, sentándome y observándolo desde abajo con cierta incredulidad. Él se quedó apoyado contra la puerta abierta, esperando por mi respuesta. Iba en serio, después de todo.

—Bastante bien, sí —dije de igual forma, buscando mi poca seguridad, que siempre quedaba reducida a su presencia—. ¿Qué es exactamente lo que estamos buscando?

Él no respondió directamente, sino que sólo cerró la puerta y dio la vuelta hasta el asiento del conductor. Mientras el pasaba por delante del vehículo, me tomé unos instantes para observar los detalles del Ford Mondeo de un impecable color negro y un cuidado casi obsesivo. Por supuesto, no esperaba algo menos de Zachary. Aunque no sabía de dónde había salido aquel automóvil, no podía imaginármelo en una vieja Chevy o algo por el estilo.

—Un restaurante —fue su corta y tardía respuesta mientras encendía el motor.

Me mordí el labio, observándolo de refilón.

—Si bajas por Deal Lake y luego sigues por la calle principal, en diez minutos estaremos en Bradley Beach —comenté, encogiéndome de hombros como si realmente me sintiera tan despreocupada—. La gente de aquí no va mucho allí en invierno.

Sin seguir mis indicaciones al pie de la letra, Zachary dobló en Edgemont para buscar la calle principal. Pasamos por la puerta de su casa y no me sorprendió ver las luces saliendo de las ventanas. Las cortinas pesadas se encontraban corridas y casi podía sentir el movimiento. Mi acompañante siguió con el camino, volviéndose sólo una vez hacia atrás y sonriendo para sí mismo. Me volví también, sólo alcanzando a ver unas vagas luces en la lejanía cuando Zachary aumentó notablemente la velocidad del carro.

Diez minutos después, nos encontrábamos bajando del automóvil, aparcado frente al Pagano's Uva Restaurant. El pueblo no difería demasiado de lo que era Loch Arbour en esencia, aunque sabía que teníamos la garantía de que nadie nos reconocería allí. No sabía cuál era el problema de Zachary por ser visto conmigo, pero también sabía que él tenía razón. Me dolía admitirlo, pero no quería ser descubierta a su lado. Ya me sentía lo suficientemente mal con ir allí, mas el hecho de que nadie lo supiera lo hacía parecer menos malo. De alguna forma, intentaba convencerme a mí misma que mis motivos no eran totalmente desleales. Quería saber qué sucedía con él. Estaba buscando esa clave que me permitiría seguir adelante con mi propia historia, y no sólo la que estaba siendo escrita sobre el papel…

Zachary Reed rompía todos los esquemas que conocía, y realmente necesitaba saber cómo y por qué.

Entramos al restaurante de fachada color salmón, con un aspecto pintoresco y unas cuantas mesas al aire libre. El interior estaba pintado en diferentes tonos cálidos y suaves, haciendo juego con las mesas y las luces delicadas que las iluminaban. No había estado allí antes, pero el sitio tenía un buen aspecto. Había sólo unos pocos puestos ocupados en las dos hileras cercanas a las ventanas. Zachary y yo cogimos uno de los cubículos situados del lado interior, acomodándonos uno en frente del otro.

Removiéndome incómodamente mientras nos daban los menús, me aventuré a preguntar:

—¿Por qué querías cenar conmigo?

Zachary esperó a que la camarera se alejara de nosotros. Normalmente no tomaba demasiado tiempo dejar un par de menús sobre la mesa, pero la joven —posiblemente de no mucho más de veinte años— se tomó su tiempo analizando al hombre frente a mí. La costumbre allí era tan fuerte como en Loch Arbour, y estaba segura que no estaba acostumbrada a ver mucha gente nueva todos los días y en aquella época del año. Por experiencia propia, sabía que era inevitable sentirse curiosa por aquel forastero en particular.

—Porque no quería quedarme en casa —fue su respuesta—. Y porque supuse que tendrías algo que decir después del sábado.

Aparté mi mirada de sus intensos ojos azules desbordados de autocomplacencia. Había creído que besarlo supondría algún cambio en nuestra relación. En lo personal, aquello se había cumplido con creces. Él, sin embargo, no parecía demasiado afectado. Su capacidad para hablar de ello como si fuese una simple lectura sobre la que yo podía tener preguntas me hacía sentir un ácido malestar en el estómago. El eco de las palabras de Scott parecía una burla dentro de mi cabeza.

¿Era eso a lo que se refería cuando hablaba de los juegos de Zachary? ¿O simplemente se debía a que yo era demasiado fácil de leer para alguien como él?

—¿Por qué debería tener preguntas? —solté amargamente, con mis ojos deteniéndose en un solitario hombre sentado a unos metros de nosotros, que tomaba un café y parecía perdido en sus pensamientos.

—Porque siempre tienes preguntas para hacer.

—¿Quién es Scott exactamente? —retruqué rápidamente, esperando desviar el tema de nuestra conversación. Algo que él notó, ya que el significado de su sonrisa era increíblemente obvio cuando mis ojos volvieron a su rostro.

—¿Una molestia? —respondió lentamente, con cierta aburrimiento filtrándose en sus palabras.

Suspiré.

—Estoy hablando en serio.

Él se inclinó hacia atrás, apoyando sus brazos sobre la superficie del asiento. La mirada condescendiente no abandonó sus ojos mientras alzaba una de las comisuras de sus labios.

—Yo también —aseguró. Hizo una pausa, suspirando—. Fue enviado por mi compañía para… mantener un ojo sobre mí —su respuesta fue lenta, como si realmente estuviese seleccionando las palabras justas para expresarse.

—¿Mantener un ojo sobre ti? —inquirí con desconfianza—. ¿Has causado problemas a tus superiores o algo así?

La sonrisa se transformó en una despectiva mueca irónica. Ese gesto sombrío suyo parecía una costumbre cada vez que tocábamos el tema de su trabajo.

—Podrías decirlo, sí.

—¿Podría decirlo? ¿Qué significa eso exactamente?

—Que la causa de problemas fue recíproca —respondió simplemente—. Ellos me jodieron, y tienen miedo que yo haga exactamente lo mismo.

—¿Cómo te…?

Él soltó un resoplido entre dientes, con una fugaz sonrisa, aparentemente encontrado divertido el hecho de que yo hubiese decidido no repetir la maldición. A mí misma me había sorprendido el escucharlo a él decir algo así. A pesar de lo común de la palabra, no parecía ir muy bien con su personalidad. Por lo menos, no con esa parte correcta que yo conocía.

—Monopolizando mi vida —replicó—. ¿Nunca te has sentido así?

Me quedé mirándolo fijamente, con cierta vacilación en mi respuesta a sus palabras. ¿Monopolización de mi vida? No sabía en qué sentido lo decía él, pero comprendía que mis años habían estado teñidos de cierto despotismo desde los comienzos. No era algo directo, pero mi entorno se había encargado de hacerlo silenciosamente. Desde que era pequeña, había sido guiada por las costumbres para embarcarme en el camino seguro. Después de una infancia tranquila, de las amistades esperadas y el romance basado en el hábito, había proseguido a estudiar y seguir con una vida tranquila. El independizarme de mis padres se había desarrollado sólo como la pequeña búsqueda de tranquilidad, mas no de libertad propiamente dicha. Yo estaba atada a aquel sitio, y había sido conformista siguiendo lo que se había esperado de mí desde que había nacido. Loch Arbour y sus costumbres se habían encargado de monopolizar mi vida de una forma tan sutil que había acabado por rendirme ante ella sin siquiera darme cuenta.

—Sí —susurré, con mis ojos perdidos en algún punto de la mesa de madera entre nosotros—. Supongo que sí.

La pausa en nuestra charla fue impuesta por la mesera, que tomó la orden de ambos con cierta suspicacia ante nuestra relación. Difícilmente parecíamos una pareja, aunque tampoco había algo que mostrara una relación de cualquier tipo de afecto entre ambos. Observándolo desde afuera, tenía casi el aspecto de lo que podría haber sido una cena de negocios. Claro, no era muy claro que negocios podía haber entre ambos exactamente. Y quizás era mejor así.

—¿Te quedarás aquí permanentemente? —se me ocurrió preguntar cuando la muchacha se había retirado y el silencio entre ambos comenzaba a tornarse más que incómodo.

—No —dijo simplemente—. No es mi lugar.

Aunque sabía que la respuesta era bastante predecible, no pude evitar sentirme algo decepcionada al respecto. Incluso cuando su partida era algo que ansiaba, si era honesta conmigo misma…, bueno, no estaba segura de querer que fuese en un futuro cercano.

—Pero la casa… ha estado deshabitada por muchos años —comenté, pensativa, recordando la sorpresa que había causado su llegada—. ¿Por qué…?

—Mi familia tiene algunas propiedades —explicó, y casi me lo imaginé encogiéndose de hombros con desinterés—. Esa pertenecía a mi tío abuelo, creo.

—¿Dónde vivías antes? —pregunté.

Sonrió de lado.

—No tengo un lugar fijo —aseguró—. Antes de venir aquí estaba viviendo en Los Angeles.

Ladeé ligeramente mi cabeza mientras entrecerraba los ojos. ¿Cómo alguien podía pasar de vivir en un sitio como Los Angeles a un pueblo que ni siquiera tenía un teatro? Zachary había dicho que estaba cansado de la ciudad y su gente, pero… ¿por qué? ¿Acaso se había cansado de vivir en la superficialidad? ¿Necesitaba un descanso de eso?

—Y otra vez estás pensando demasiado —fue su comentario ante el persistente análisis de mis ojos—. Estoy intrigado.

Apreté los labios.

—¿Por qué?

—¿Qué piensas de mí? —preguntó con una sonrisa, inclinándose hacia adelante y cruzando sus antebrazos sobre la mesa. Sus ojos azules eran ese persistente espejo de arrogancia y misterio—. ¿Qué es exactamente lo que piensas de mí?

Me mordí el labio, enfrentándolo con una mirada seria. Si debía poner sobre la mesa mis pensamientos sobre él, realmente dudaba que pudiera hacerlo —por lo menos, sin usar unos cuantos calificativos malos que no tenían mucho que ver con la raíz de su pregunta—. Si tenía que decir algo sobre él, había una sola respuesta que se me ocurría. Irritante. Eso era principalmente lo que tenía para decir de Zachary Reed; por supuesto, sin llegar a cubrir todo lo que lo definía dentro de mi mente.

—¿Qué debería pensar? —repliqué, acoplándome a su forma de plantear las cosas. Claro, mi voz insegura nada tenía que hacer con la firmeza que siempre había en cada una de sus palabras e interrogantes.

Él se quedó observándome en silencio, con un destello de profundidad en sus ojos que me hizo estremecer.

—Lo peor, probablemente —fue su simple respuesta. Y, por primera vez, sentí que estaba hablándome con honestidad. Algo en su mirada parecía tener un poco de… sentimiento. O quizás eran sólo imaginaciones mías.

Lo que no podía comprender era por qué él parecía querer mantenerme lejos de esa parte suya.

Comimos sumidos en un silencio incómodo, su respuesta aún flotando en el aire como una advertencia. Nuestros ojos se cruzaron vagamente alguna que otra vez, encargándome de apartarlos rápidamente antes que pudiera volverse aún más embarazoso. Dudaba haberme sentido tan apenada en toda mi vida. Y no era como si simplemente pudiera levantarme de allí e irme…

Evitando el postre, Zachary ni siquiera me dio tiempo a proponer un reparto de los gastos. Con una mirada de advertencia cuando intenté sacar mi cartera, depositó los billetes dentro del sobre de cuero y se puso de pie. Lo seguí en silencio, agradeciendo a todos los cielos que aquello hubiese terminado. Quería correr lejos de allí y relajarme.

Él sacó su móvil, tecleando rápidamente mientras nos acercábamos al auto. Antes que me diera cuenta, sentí su agarre en una de mis manos. Zachary tiró de mí, acomodándome con lentitud frente a él. Mi espalda hizo un mínimo ruido al chocar contra la puerta delantera del vehículo y pronto me vi aprisionada por el cuerpo de mi acompañante, en una situación que no podía hacer más que causarme paramnesia. Claro, esperaba que el mismo no se extendiera lo suficiente para llegar a la parte del beso de la escena que se repetía en mi mente. Mis nervios ya estaban lo suficientemente crispados para algo como eso.

—Quédate conmigo —pidió imperativamente—. Estoy seguro que podemos buscar un sitio aquí.

Con cierta incredulidad y el corazón latiendo con fuerza, no pude evitar susurrar con recelo:

—Dijiste sólo una cena.

—Dijiste que no creías en mí —replicó rápidamente, nuestra cercanía siendo medida en meros centímetros—. Y te lo he dicho: haces bien.

Entonces se inclinó y velozmente capturó mis labios, ladeándose un poco para tener una mejor posición. Por inercia, mis manos se alzaron y se hundieron en los costados de su cabello, tratando de evitar la montura de sus gafas. No había ni una gota de alcohol en mi cuerpo, por lo que la culpa se medía en iguales proporciones con los deseos que había reprimido. Sus labios eran insensibles y aún podía sentir el sabor a vino dulce sobre ellos mientras mordían suavemente los míos. Su boca era demandante, y su brazo izquierdo pronto atrapó mi cintura, acercándome más a él. Su cuerpo se encontraba presionado contra el mío en su totalidad y, sin embargo, no parecía suficiente. Quería estar más cerca, acallar esa parte de mí que seguía pidiendo a gritos el contacto entre ambos.

Zachary se separó de mí sólo lo suficiente como para que nuestras bocas dejaran de tocarse, aún sosteniéndome cerca de él. Mi respiración era errática y la incomodidad comenzaba a hacer aparición en escena a media que el tiempo en silencio trascurría. Él mantuvo sus ojos cerrados por unos instantes, antes de abrirlos para darme una de esas punzantes miradas que parecían contener miles de significados diferentes. Con una sonrisa con cierto tinte burlón y apoyando su antebrazo izquierdo sobre el costado de mi cuerpo, justo en el techo del automóvil, alzó el teléfono móvil, que aún descansaba en su mano derecha. Presionando los botones rápidamente, llevó el apartado a su oído y esperó, una pequeña sonrisa trepando por sus labios. Sus oscuros ojos azules no abandonaron los míos en ningún momento, tan sólo consiguiendo que el nerviosismo se incrementara un poco más. Cuando no lo creía posible, él siempre se las ingeniaba para hacer que los latidos de mi corazón aumentaran su ritmo.

—Eso es lo que pienso —siseó lentamente en el teléfono, tomándose un tiempo para saborear las palabras—. Eres terrible con esto, Rixon.

Fruncí el ceño, aún perdida dentro de la conversación y la situación en sí. Zachary alzó los ojos y sonrió desafiantemente, y no pude hacer más que seguir la dirección de su mirada. Claro, de todo lo que podía suceder después de besar al hombre frente a mí por segunda vez, que Scott apareciera justo en la acera de enfrente no era algo que hubiese esperado.



2 left a comment:

OK, Qué paso aquí?????!!! @_@!!!!

@Anónimo ¿Una pequeña renovación? jaja. Muchas no podían leer los capítulos en formato pdf, así que decidí cambiar el blog con un formato que me permitiera publicar 'decentemente' tipo entrada. Los capítulos en pdf siguen disponibles en scribd, de cualquier modo :)

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